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El Rey se cae menos en Mallorca
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Matías Vallés

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El Rey se cae menos en Mallorca

Burlarse de esta sección es un deporte agradecido, del que su propio autor es uno de los más duchos practicantes. Sin embargo, gana en vigencia cuando

Burlarse de esta sección es un deporte agradecido, del que su propio autor es uno de los más duchos practicantes. Sin embargo, gana en vigencia cuando se examina retrospectivamente. Un año atrás titulábamos La deficiente estabilidad del Rey, y prefiero no repasar los comentarios guasones que este enunciado suscitó, para preservar mi estabilidad emocional. Espero que Botsuana y la caída papal de ayer enmienden la percepción sobre una crónica que se sintetizaba en que el jefe del Estado debe dominar las leyes de la estática para no derrumbarse. Cuando a un gobernante se le hacen más radiografías que fotografías, quizás ha llegado al límite de su fecha de caducidad, sin que esta circunstancia altere la calidad de los servicios prestados.

La preocupación por la estabilidad del Rey no surge de periodistas carroñeros, aunque siempre resulta grato fustigarlos. La frase "El Rey se cae" fue pronunciada y expuesta aquí porque provenía de un escalón superior de La Zarzuela, que siempre supo que el peligro para la continuidad del monarca radicaba en el correcto funcionamiento de su estructura anatómica. Mientras la prensa desviaba el foco de la salud del Rey hacia presuntas patologías tumorales ocultadas por los médicos tras la intervención quirúrgica en Barcelona, la preocupación de la Casa Real se dirigía hacia las dificultades crecientes de movilidad que experimentaba el monarca. Como de costumbre cuando prima el morbo, se fijó la atención en una dolencia de resonancias trágicas, olvidando las reglas elementales sobre la ley de la gravedad que afectan incluso a los de sangre azul.

La pregunta clave en torno a un monarca de 74 años radica en la forma en que efectuará la transmisión de su poder, y las condiciones en que puede ejercerlo en plenitud. La Zarzuela había puesto ese límite en el desplazamiento en silla de ruedas, que puede ser un artefacto provisional pero que obligaría a replantearse la continuidad de Juan Carlos de Borbón. Quede bien claro que se trata del punto de vista del entorno regio y que el autor de esta columna lo expone con el respeto debido. Aquí el que escribe es un feroz admirador de la acerba inteligencia de Wolfgang Schäuble, que maneja con firmeza las finanzas de Alemania y de Europa desde la discapacidad. Incluso le perdono que sea el único ciudadano germano sin casa en Mallorca, la Alemania de ultramar.

El Rey se cae, aunque debemos reseñar que este fenómeno estrictamente gravitatorio es menos frecuente en Mallorca, donde pasa un tiempo abundante al aire libre y sometido a deportes que desafían la estabilidad, tales que la vela. Ha habido algún tropezón aparatoso, como cuando el monarca estrelló un Volkswagen Beetle negro que le acababan de regalar, pero nunca se ha registrado la horizontal completa a la que se asistió ayer en Madrid.

Para disimular su propensión a las caídas, el Rey ha desarrollado trucos ingeniosos. Por ejemplo, tiene la costumbre de agarrarse a su acompañante por el brazo mientras se desplaza. El toque confianzudo disimula el temor a un traspié. En cuanto el jefe del Estado alcanza el estrado o podio, se desembaraza de la muleta humana y se enfrenta a las cámaras desde la verticalidad orgullosa. Sin embargo, ayer se demostró que estas cataplasmas pierden vigencia, y el tímido intento de interponer las manos ni siquiera amortigua el impacto.

El monarca es consciente de que cada caída y cada intervención quirúrgica ligada a los percances van minando sus fuerzas. Las ayudas mecánicas aportan una imagen de debilidad. De ahí que en sus pasadas vacaciones en Mallorca se desprendiera de las muletas cibernéticas que le facilitaban el paso, para rejuvenecer su aspecto. El remedio empeoró la enfermedad, y Juan Carlos de Borbón compareció a la cena de despedida a las autoridades mallorquinas con una aparatosa bota ortopédica en su pie izquierdo, atribuida a una tendinitis. Mientras regresa a Mallorca, cada ciudadano deberá graduar el límite de inestabilidad admisible en un jefe de Estado.

Burlarse de esta sección es un deporte agradecido, del que su propio autor es uno de los más duchos practicantes. Sin embargo, gana en vigencia cuando se examina retrospectivamente. Un año atrás titulábamos La deficiente estabilidad del Rey, y prefiero no repasar los comentarios guasones que este enunciado suscitó, para preservar mi estabilidad emocional. Espero que Botsuana y la caída papal de ayer enmienden la percepción sobre una crónica que se sintetizaba en que el jefe del Estado debe dominar las leyes de la estática para no derrumbarse. Cuando a un gobernante se le hacen más radiografías que fotografías, quizás ha llegado al límite de su fecha de caducidad, sin que esta circunstancia altere la calidad de los servicios prestados.

Rey Don Juan Carlos