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Douglas y Zeta-Jones se unieron físicamente en Mallorca
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Douglas y Zeta-Jones se unieron físicamente en Mallorca

Ante su divorcio, cabe refrescar la frase de Agustín González en 'La escopeta nacional', "lo que Mallorca ha unido en la tierra, no lo separa ni Dios en el cielo"

placeholder Michael Douglas y Catherine Zeta Jones navegan en su barco, el 'Rafael Verdera' en Mallorca. (Reuters)

Entrevisté a Catherine Zeta-Jones el día antes de que se consumara sexualmente su relación con Michael Douglas, aunque no me atrevo a establecer una relación causal entre ambos acontecimientos que conmocionaron a la humanidad. La conversación tuvo lugar en la mansión del actor norteamericano en Valldemossa. La actriz galesa no mostraba asomo de bipolaridades. Era simplemente una mujer feliz, probablemente el estado más difícil de alcanzar. Rezumaba ambición, su alegría velaba la pasión por el triunfo que la llevaría a alcanzar un Oscar francamente inmerecido por la soporífera ‘Chicago’. El protagonista de ‘Wall Street’ se había enamorado perdidamente al contemplarla en ‘El zorro’, al igual que nos ocurrió a millones de espectadores en todo el planeta.

Al igual que le ocurre a la princesa de Asturias, la procedencia de geografías húmedas se aliaba con el resquemor de instalarse en una isla demasiado ligada a la biografía de su esposo. En ambos casos intentaron arrancar al cónyuge de su geografía predilecta

A diferencia de los otros pretendientes, sólo Douglas pudo cortejar a Zeta-Jones durante largos meses. Recorrieron el mundo en régimen de reactor privado, pero sin traspasar los confines de la amistad hasta que aterrizaron en Mallorca. Un diario sensacionalista alemán que no mencionaremos para no hacer publicidad del ‘Bild Zeitung’ tomó fotografías aéreas de la pareja, durante los prolegómenos eróticos en la piscina de la finca volcada al mar. Y ante el divorcio que ahora se anuncia, sólo cabe refrescar la gigantesca frase de Agustín González en ‘La escopeta nacional’ de Berlanga, “lo que Mallorca ha unido en la tierra, no lo separa ni Dios en el cielo”.


La unión o ‘unilingus’, por recurrir a la práctica popularizada por Douglas, pilló por sorpresa a los propios implicados. El actor tenía por entonces una novia oficial, nada menos que la temible Maureen Dowd, la columnista del ‘New York Times’ a quien Bush padre apodó ‘la cobra’ y que, con su Pulitzer a cuestas, es lo más próximo que pueden conseguir los Estados Unidos a la incomparable Maruja Torres. En aquel verano de 1999, la periodista norteamericana disponía de los billetes para reunirse con su amado en Mallorca, donde ya había descansado. Hubo que recomendarle a toda prisa que cancelara el viaje, y hoy es la pareja de Aaron Sorkin, el creador de series como ‘El ala oeste’ y ‘Newsroom’, además de guionista de ‘La red social’.

Zeta-Jones era radiante y astuta, dos cualidades ligadas pese a los libros de autoayuda. Aquel viaje iniciático a s’Estaca no era la primera visita de la actriz a Mallorca, aunque las condiciones de la estancia habían cambiado notablemente desde que se había alojado con su familia en un hotel de tres estrellas de la concurrida Magaluf. Aquella adolescente llevaba la competitividad en las venas, hasta el punto de que ganó el concurso de misses montado en el establecimiento hotelero, más propicio para el ‘balconing’ que para la contemplación extasiada que permiten los miradores de s’Estaca. Ahora llegaba del brazo del rey de la isla. El actor se creía la reencarnación del Archiduque Luis Salvador, el primo de la emperatriz Sissí que había inventariado la costa norte de Mallorca en su yate ‘Nixe’.

Cuesta decirlo, pero Mallorca le provocó alergia a Zeta-Jones. Cayó presa de los síndromes a menudo indistinguibles de Rebeca y de Letizia. Era la señora de s’Estaca, pero sólo a medias, porque el acuerdo de divorcio de Diandra Luker y Michael Douglas establece que su exmujer disponía de la finca privilegiada del primero de julio al 31 de diciembre. Al igual que le ocurre a la princesa de Asturias, la procedencia de geografías húmedas se aliaba con el resquemor de instalarse en una isla demasiado ligada a la biografía de su esposo. En ambos casos intentaron arrancar al cónyuge de su geografía predilecta. Por ejemplo, obligándole a comprar un castillo en Gales.

Aunque Hollywood daña las mentes más consolidadas, la Catherine Zeta-Jones que conocí impresionaba por su calculada espontaneidad. Decidida y concentrada, supo imponer un contrato matrimonial que tasaba cada infidelidad a precios de mercado. Podrá romper con Douglas, pero no con Mallorca.

placeholder Michael Douglas y Catherine Zeta Jones navegan en su barco, el 'Rafael Verdera' en Mallorca. (Reuters)

Entrevisté a Catherine Zeta-Jones el día antes de que se consumara sexualmente su relación con Michael Douglas, aunque no me atrevo a establecer una relación causal entre ambos acontecimientos que conmocionaron a la humanidad. La conversación tuvo lugar en la mansión del actor norteamericano en Valldemossa. La actriz galesa no mostraba asomo de bipolaridades. Era simplemente una mujer feliz, probablemente el estado más difícil de alcanzar. Rezumaba ambición, su alegría velaba la pasión por el triunfo que la llevaría a alcanzar un Oscar francamente inmerecido por la soporífera ‘Chicago’. El protagonista de ‘Wall Street’ se había enamorado perdidamente al contemplarla en ‘El zorro’, al igual que nos ocurrió a millones de espectadores en todo el planeta.

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