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Rafa Nadal ha conseguido ser popular en Mallorca
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Matías Vallés

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Rafa Nadal ha conseguido ser popular en Mallorca

Qué aburrido es el tenis cuando no juega Rafael Nadal. Nadie en su sano juicio empeoraría la canícula contemplando la elefantiasis de Berdych o Isner, que

Qué aburrido es el tenis cuando no juega Rafael Nadal. Nadie en su sano juicio empeoraría la canícula contemplando la elefantiasis de Berdych o Isner, que miden un total de 40 centímetros más que el mallorquín. Sin embargo, les colocas enfrente al mejor deportista español de todos los tiempos y parecen sílfides del Cirque du Soleil, que se presenta en Mallorca esta semana con su clásico ‘Alegría’. La tercera reencarnación de Nadal no sólo ha conquistado nueve torneos en un año que parece de asueto, sino que ha marcado dos victorias sonadas fuera de las pistas. La más relevante señala que el astro del tenis se ha hecho por fin tan popular y acosado en Mallorca como fuera de ella. La más trivial consiste en que se le iguale en valoración a Federer, la prima ballerina de su deporte.

Empecemos por lo intrascendente. Los snobs se guardan de criticar abiertamente a un mito patriótico, pero susurran de modo solapado que “por supuesto, Federer es mucho mejor tenista que Nadal”. Salvo que el suizo ha caído en 21 ocasiones con el mallorquín, a cambio de sólo diez victorias. Magro margen para concluir una superioridad aplastante que el helvético asume con su dulzura de cordero con piel de cordero. Para resolver esta paradoja hemos de remitirnos a una pareja inolvidable del Hollywood clásico. Fred Astaire monopolizaba el protagonismo, hasta que un comentarista recordó que “Ginger Rogers hizo todo lo que hacía Fred Astaire, sólo que hacia atrás y con tacones”. Rescatemos la similitud fonética entre Federer y Fred Astaire, para recordar que el tenista mallorquín también se sobrepone a dificultades suplementarias, que le obligan literalmente a jugar con tacones para aliviar su lesión de rodilla. Una vez restablecida la justicia en la mayor pareja de baile del deporte mundial, vamos con la siempre borrascosa relación entre el campeón y su isla.

Se han confabulado la tradicional frialdad de los nativos, el ímpetu patriótico de un tenista que se considera más español que mallorquín y el claro alineamiento con el PP que le distanciaba de practicantes de otras confesiones

Nadal confesará algún día que luchó con energía moderada un duelo en un torneo de campanillas, porque la derrota aceleraría su regreso a Mallorca. Siente adicción por la isla. En la dicotomía entre mallorquines centrípetos y centrífugos, es un arraigado que se ve obligado al exilio constante por una profesión que ha dominado sin rival. El sentimiento recíproco no ha sido tan efusivo. Se han confabulado la tradicional frialdad de los nativos, el ímpetu patriótico de un tenista que se considera más español que mallorquín y el claro alineamiento con el PP, que le distanciaba de practicantes de otras confesiones.

Carlos Moyá, el primer mallorquín en ganar el Master 1000 de Cincinnati, gozaba de mayor sintonía con sus paisanos. Paradójicamente, el desapasionamiento popular favorecía el descanso de Nadal en la isla, sin la perturbación de los aficionados. El propio Moyá contaba la odisea de caminar con su alumno Nadal por una calle de París, sin avanzar ni un paso por el acoso. En cambio, podía pasear por una calle de Palma sin interrupciones. Ya no. El pasado mes de julio, el octocampeón de Roland Garros llega al bar El Puerto de la Costera, Colònia de Sant Jordi, a bordo de su Aston Martin, nunca te compres un coche más famoso que tú. Allí veranea también Jaume Matas, junto a quien tanto se fotografió. El tenista pretende efectuar una consumición, pero el agobio de las peticiones de autógrafos y fotografías le obliga a adelantar su abandono del local. Situación inédita.

Item más, sólo una semana antes de su triunfal reconquista de Estados Unidos, Nadal navega por aguas de Menorca y come caldereta en el restaurante Es Port de Cala Fornells, quizás el más acreditado en la cocción del plato que divulgó el Rey. De nuevo, el campeón se sometió disciplinado a las peticiones de firmas y fotos, hasta el punto de que los responsables del establecimiento tuvieron que contener a unos forofos para que comiera en paz. Ha conquistado sus islas natales, años después de que el New York Times titule “el tenista mallorquín” sin más especificaciones geográficas. ¿De qué cantón suizo procede Federer? No puedo desaprovechar ninguna oportunidad de justificar estas crónicas.

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Qué aburrido es el tenis cuando no juega Rafael Nadal. Nadie en su sano juicio empeoraría la canícula contemplando la elefantiasis de Berdych o Isner, que miden un total de 40 centímetros más que el mallorquín. Sin embargo, les colocas enfrente al mejor deportista español de todos los tiempos y parecen sílfides del Cirque du Soleil, que se presenta en Mallorca esta semana con su clásico ‘Alegría’. La tercera reencarnación de Nadal no sólo ha conquistado nueve torneos en un año que parece de asueto, sino que ha marcado dos victorias sonadas fuera de las pistas. La más relevante señala que el astro del tenis se ha hecho por fin tan popular y acosado en Mallorca como fuera de ella. La más trivial consiste en que se le iguale en valoración a Federer, la prima ballerina de su deporte.

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