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Mallorca se queda con el turismo de Egipto
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Matías Vallés

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Mallorca se queda con el turismo de Egipto

Me enfrento al titular más envenenado del verano, por lo que convendrá aderezarlo con una anécdota. En la tarde del 11 de septiembre de 2001, jornada

Me enfrento al titular más envenenado del verano, por lo que convendrá aderezarlo con una anécdota. En la tarde del 11 de septiembre de 2001, jornada que “vivirá en la infamia” en la prosa de Bush, una asesora de Tony Blair envió un correo electrónico interno sugiriendo que era el momento idóneo para dar publicidad a hechos que Downing Street deseara que pasaran desapercibidos. Textualmente, era “un buen día para enterrar malas noticias”. El mensaje se filtró, obtuvo amplia resonancia y generó una corriente de disgusto al superponerlo a la masacre de las Torres Gemelas. La irrespetuosa dimitió meses después, entre titulares de “no es un buen día para enterrarla”.

La peripecia de la lenguaraz asesora laborista no resuelve el dilema fundamental. En el comercio mundial, la desgracia de un mercado redunda en beneficio de sus competidores. Así ha ocurrido este verano con el turismo mediterráneo. Egipto se despeña de un abismo a otro, de modo que los gigantescos operadores turísticos interrumpen el flujo de visitantes, desviados a geografías teóricamente más seguras como Mallorca. Cuesta mantenerse en el trasvase aséptico, sin derramarse hacia la grosería de “Mallorca se aprovecha” o “Mallorca se beneficia” de la tragedia junto al Nilo. Todavía sería más disparatado concluir que los militares egipcios trabajan a favor de los hoteleros mallorquines, que tradicionalmente han mantenido excelentes relaciones con dictadores uniformados como Fidel Castro o Suharto.

Baleares recibía tantos turistas como todo Egipto, y la balanza se ha desequilibrado en tres millones a favor de las islas desde la caída de Mubarak

España y Mallorca viven de espaldas a su única industria. Baleares recibía tantos turistas como todo Egipto, y la balanza se ha desequilibrado en tres millones a favor de las islas desde la caída de Mubarak. Educados en la competitividad a toda costa, los enclaves costeros se reparten un público que no crece al ritmo de la oferta. La lección apunta a la fragilidad del mercado turístico, y al peligro de espantar a millones de británicos con la ridícula exhibición de músculo en Gibraltar. En un mundo contradictorio, una sufrida familia ha de mostrarse solidaria hacia las matanzas de El Cairo, y alegrarse de que sus hijos encuentren trabajo o amplíen el contrato gracias al desvío de viajeros desde las zonas calientes del Mediterráneo.

A corto plazo, los latigazos derivados de la primavera árabe han revitalizado el agonizante turismo de masas. Cuando Zapatero daba sus últimas bocanadas, Miguel Sebastián convocó una cumbre turística en el ministerio del ramo. Asistieron los grandes linajes de la hostelería nacional. Ni cortos ni perezosos, los empresarios le expusieron al ministro la quiebra definitiva del modelo de sol y playa, que venía alimentando a España desde medio siglo atrás. Lo consideraban insostenible desde el punto de vista de la rentabilidad, y le comunicaron que abandonaban el mercado nacional para enfocar sus inversiones a países emergentes. Sebastián no se dejó amilanar y les lanzó la maldición habitual a los hoteleros, “vosotros siempre habéis llorado”. Dada la propensión del sector a los lamentos, se preguntó por qué debería creerlos en esta ocasión.

Excepcionalmente, un ministro de Zapatero tenía algo de razón. A partir de aquel verano se sucedieron las temporadas más espectaculares del turismo de sol y playa. Quedó demostrado que ni los hoteleros controlan los parámetros de su industria, aunque siguen dando más miedo cuando aciertan que cuando se equivocan. La variable que no habían previsto era la “primavera árabe”, recibida con reservas políticas y sin reservas turísticas. Túnez, Turquía y Egipto eran los países entrenados para devorar a Mallorca, a menudo con las mismas marcas hoteleras que han depredado el litoral insular y que han colonizado el Caribe con más saña que los conquistadores. Guste o no, la rabia en Egipto ha conllevado la euforia -el vocablo con menos consonantes y el juego completo de vocales- en Mallorca. Del mismo modo que otros destinos serán favorecidos por la pésima imagen que transmiten los continuos incendios en la isla.

placeholder Imagen de la playa de la capital balear. (EFE)

Me enfrento al titular más envenenado del verano, por lo que convendrá aderezarlo con una anécdota. En la tarde del 11 de septiembre de 2001, jornada que “vivirá en la infamia” en la prosa de Bush, una asesora de Tony Blair envió un correo electrónico interno sugiriendo que era el momento idóneo para dar publicidad a hechos que Downing Street deseara que pasaran desapercibidos. Textualmente, era “un buen día para enterrar malas noticias”. El mensaje se filtró, obtuvo amplia resonancia y generó una corriente de disgusto al superponerlo a la masacre de las Torres Gemelas. La irrespetuosa dimitió meses después, entre titulares de “no es un buen día para enterrarla”.

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