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No hay tregua: la extrema derecha vuelve a la carga contra Rajoy
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Federico Quevedo

Dos Palabras

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No hay tregua: la extrema derecha vuelve a la carga contra Rajoy

Después del Congreso del pasado mes de junio en el que Mariano Rajoy logró conjurar todas las conspiraciones y sortear las muchas piedras que sus enemigos

Después del Congreso del pasado mes de junio en el que Mariano Rajoy logró conjurar todas las conspiraciones y sortear las muchas piedras que sus enemigos le pusieron en el camino, parecía que los sectores más a la derecha del PP, aquellos empeñados en convertir al principal partido de la oposición en una mínima expresión de lo que ahora es y lo que puede ser haciéndole el juego –no lo olvidemos- a Rodríguez y al PSOE, parecía, digo, que ofrecían una tregua. Escribí entonces, creo recordar, que seguramente las aguas bajarían tranquilas hasta el próximo mes de junio, cuando el PP y Rajoy se hayan medido de nuevo en las urnas en las elecciones europeas. Me equivoqué porque, evidentemente, no ha sido así. Al contrario, tras la vuelta de las vacaciones esos sectores han vuelto a la carga, y sus apoyos mediáticos –esos que cada mañana despiertan a sus oyentes con ánimo levantisco- se encargan de azuzar las llamas de la revuelta, a pesar de que cada vez encuentran –gracias a Dios- menos caldo de cultivo en el que sembrar su amarga cizaña.

 

Les han entrado las prisas. Hay que echar a Rodríguez a toda costa y para eso exigen que el PP haga una oposición, no ya dura, sino radicalmente frontal al Gobierno. ¡Qué más quisiera yo que ver a Rodríguez salir por la puerta de atrás de La Moncloa! Pero lo cierto es que hace tan solo unos meses que ganó las elecciones, por estrecho margen cuando tenía todo a su favor para haber obtenido una amplia mayoría absoluta, y por desgracia tenemos que aguantarle a él y a sus secuaces durante demasiado tiempo teniendo en cuenta cómo se las gastan y cómo están las cosas en esta piel de toro. Dicen los duros del PP que Rajoy hace una oposición blanda, que Soraya no sabe dirigir el Grupo y que González Pons no sirve como portavoz del partido. De hecho, han personificado en estos dos últimos todas sus iras y los han convertido en blanco de sus amenazas matutinas. Pero lo cierto es que comparar la gestión de Soraya al frente del grupo con la de Zaplana en la legislatura anterior –que es, exactamente, lo que se dedican a hacer estos desempleados de la razón- resulta ridículo. En cuatro años me he hartado de escuchar las quejas de la inmensa mayoría de los diputados del PP que se sentían marginados por el grupito de fieles a Zaplana. ¡Qué distinta manera de hacer las cosas! Uno repartía preguntas al Gobierno entre sus amigos. La otra busca dar juego a todos aquellos que quieran tener sus tres minutos de gloria en la sesión de control. Al primero sólo le importaba lo suyo. A ella le importan sus diputados y hacer oposición.

Con González Pons el PP ha recuperado la inteligencia y la ocurrencia, algo de lo que adolecía sobremanera en la pasada legislatura. No es ninguna tontería que haya alguien que sepa ofrecer a los medios la frase adecuada a cada ocasión, el titular del que carecen muchas veces las ruedas de prensa ahogadas en larguísimas exposiciones de las que es imposible extraer una idea concisa, clara y concreta, como mandan los cánones. Su preocupación por las nuevas tecnologías y el mundo de internet es una cualidad a tener en cuenta en un partido que siempre se ha mostrado reacio a abrirse a los nuevos tiempos, y con mayor motivo cuando el mundo ha sido testigo de la impresionante victoria de Obama en Estados Unidos, labrada sobre una campaña especialmente diseñada para la red. Que cometan errores forma parte de este negocio en el que quien no arriesga nunca se equivoca, pero tampoco gana. El equilibrio entre oposición al Gobierno y mensaje positivo a la sociedad en un momento que empieza a ser dramático para muchas familias, no es fácil de lograr. En todos los sondeos internos que maneja el PP, a la pregunta de qué es lo que menos le gusta de este partido, el 70% de los encuestados contesta que su ‘negacionismo’, su actitud siempre a la contra de todo, su oposición pesimista. Ya sé que no es así, que eso no es cierto, pero la realidad es que el PSOE ha conseguido –con la inestimable ayuda de sus medios afines- universalizar esa impresión en la sociedad, y el PP necesita contrarrestarla.

Yo soy el primero, y lo he escrito, que creo que a veces Rajoy se muestra más complaciente de lo debido con el Gobierno. Me hubiera gustado que tras aquella reunión de hace unas semanas en La Moncloa, horas después de que Rodríguez llamara hipócrita al PP en el Senado, Mariano Rajoy le hubiera puesto en su sitió a renglón seguido de mostrar su apoyo, porque no puede hacer otra cosa, a las medidas que apruebe el Gobierno contra la crisis. Pero nos encontramos solo a unos meses de las elecciones, y tampoco sería apropiado que el PP quemara ahora todos sus cartuchos o, dicho de otra manera, pusiera toda la carne de oposición en el asador porque, entonces, ¿qué le quedaría por hacer cuando se acerquen las fechas electorales? El manejo de los tiempos es esencial en política y las prisas suelen ser malas consejeras. Por el contrario, lo que la sociedad exige en estos momentos al PP es que se comporte de manera responsable ante la crisis y que, al mismo tiempo, ofrezca una alternativa creíble a la inactividad gubernamental y a la ausencia de ideas de Rodríguez. No olvidemos que, salvo contadas excepciones, no es la oposición la que gana las elecciones, sino el Gobierno el que las pierde, y el último sondeo del CIS –cocinado a la baja para el PP-, marca una clara tendencia de desgaste del Ejecutivo y de la imagen de Rodríguez, que se irá acentuando en los próximos meses a medida que la recesión se instale como una lapa en nuestra economía maltrecha.

Es en ese escenario en el que otras crisis empiezan a hacer mella en la sociedad: la crisis institucional, la crisis moral, la crisis política… Siempre insisto en que el PP tiene que tener preparado un discurso regeneracionista, y a veces tengo la sensación de que lo están dejando para el último momento. Pero de ahí a cuestionar toda la estrategia de oposición de Rajoy, media una distancia insalvable. ¿Quién lo hace? Esa extrema derecha, política y, sobre todo, mediática, que busca en el PP discursos maximalistas, viscerales y anti todo lo que se mueva. ¿Por qué lo hacen? Por una cuestión de poder perdido y difícilmente recuperable, para bien del PP y de la sociedad española. Acusan a Rajoy –lo siguen haciendo- de haber renunciado a los principios, cosa que es rotundamente falsa, pero es que además tampoco creo que haya principios que sean más sagrados que la defensa de la libertad y la vida, y para de contar. El PP necesita enviar a la sociedad un mensaje de regeneración moral, pero al mismo tiempo tiene que ser capaz de transmitir que ha interiorizado los profundos cambios sociales que se han vivido en estos últimos años. La derecha más dura, sin embargo, sólo se apoya en el inmovilismo, y ese escenario es absolutamente nocivo si el PP quiere, no vencer, sino convencer a cuantos más mejor en las próximas elecciones generales.

Después del Congreso del pasado mes de junio en el que Mariano Rajoy logró conjurar todas las conspiraciones y sortear las muchas piedras que sus enemigos le pusieron en el camino, parecía que los sectores más a la derecha del PP, aquellos empeñados en convertir al principal partido de la oposición en una mínima expresión de lo que ahora es y lo que puede ser haciéndole el juego –no lo olvidemos- a Rodríguez y al PSOE, parecía, digo, que ofrecían una tregua. Escribí entonces, creo recordar, que seguramente las aguas bajarían tranquilas hasta el próximo mes de junio, cuando el PP y Rajoy se hayan medido de nuevo en las urnas en las elecciones europeas. Me equivoqué porque, evidentemente, no ha sido así. Al contrario, tras la vuelta de las vacaciones esos sectores han vuelto a la carga, y sus apoyos mediáticos –esos que cada mañana despiertan a sus oyentes con ánimo levantisco- se encargan de azuzar las llamas de la revuelta, a pesar de que cada vez encuentran –gracias a Dios- menos caldo de cultivo en el que sembrar su amarga cizaña.