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El año que Zapatero vivió peligrosamente
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Federico Quevedo

Dos Palabras

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El año que Zapatero vivió peligrosamente

Este año comenzó instalados sobre una mentira, y acaba de la misma manera, a lomos de la misma mentira. Hace un año, por estas fechas y

Este año comenzó instalados sobre una mentira, y acaba de la misma manera, a lomos de la misma mentira. Hace un año, por estas fechas y en fechas posteriores hasta las elecciones del 9 de marzo, Rodríguez negaba por activa y por pasiva que existiera crisis alguna en nuestra economía. Veníamos de ganar la champions league de las economías mundiales y, en fin, como iba él a reconocer que aquello era una boutade de la que tardaría poco en tener que arrepentirse. Entonces los que pronosticábamos que las cosas iban mal y que irían peor éramos unos antipatriotas, y como suele ser habitual en él se instaló en ese discurso de optimismo barato y demagógico según el cual la economía española solo atravesaba unas pequeñas dificultades que superaría de inmediato, nada más ganar él las elecciones, gracias a su increíble fortaleza producto de una política económica eficaz llevada a cabo por su equipo económico, con el vicepresidente Solbes a la cabeza. El propio Solbes, consciente de lo que se nos venía encima, no dudó en negar la evidencia a costa de su propio prestigio, muy dañado ya desde entonces.

 

Pues bien, un año después, con la economía española a punto de que las cifras oficiales confirmen que ha entrado en recesión, con una destrucción de empleo como no se había visto nunca en nuestro país y, en fin, con las peores previsiones posibles adelantadas por todos los organismos oficiales y privados, el presidente Rodríguez nos ha vuelto a regalar los oídos con uno de esos ejercicios suyos de voluntarismo que empiezan a resultar patéticos. Según él, esto es pasajero y dentro de unos meses, antes de que llegue el verano, la economía española demostrará su fortaleza con signos evidentes de recuperación.

No está mal, teniendo en cuenta que las previsiones más optimistas hablan de una caída del 1% del PIB para el conjunto del año, y que las más realistas pronostican entre un 1,5% y un 2% de decrecimiento para 2009, con una tasa de paro próxima al 18%, y que podría llegar al 20% en 2010, año para el que ya ningún estudio estadístico prevé síntomas de recuperación. Si acaso, y como mal menor, de estancamiento. Ese es, de hecho, el mayor riesgo al que se enfrenta nuestra economía, el de un prolongado estancamiento con tasas de crecimiento entre ligeramente negativas y no mayores del 1%, lo que inevitablemente nos condenaría a un largo periodo de destrucción de empleo si esta situación llega a producirse.

Y no es descartable, teniendo en cuenta, además, que una situación de estancamiento económico sería aún más factible si, como propone Rodríguez, el gasto público se eleva por encima de todos los pronósticos y el déficit público se dispara. En función de los anuncios que va haciendo el presidente, los expertos auguran ya una tasa de déficit cercana al 7,5% para 2009, y que incluso podría llegar al 12% en 2010, lo que a su vez elevaría la tasa de endeudamiento de la economía española por encima del 60%, volviendo de nuevo a cifras desorbitadas de otros tiempos.

Recetas ante la crisis

¿Y qué fue lo que anunció Rodríguez el viernes como receta ante la crisis? Gasto público a mansalva. Rodríguez forma parte de ese nutrido grupo de gobernantes irresponsables que creen que la inversión pública es la panacea para resolver nuestras congojas económicas: “Hagamos proyectos de inversión para crear empleo”. Ni siquiera porque hagan falta, que sería lo más razonable, sino, simple y llanamente para crear puestos de trabajo. ¿De dónde sale ese dinero? De nuestros impuestos, claro. Si no nos van a subir los impuestos, ese dinero tendrá que ser detraído de otras partidas, digo yo. O en caso contrario no habrá más remedio que subirnos los impuestos, que en el fondo es lo que creo que va a ocurrir, y eso no solo no contribuye a mejorar las cosas sino que, muy al contrario, ahonda aún más en el fondo del problema en la medida en que ejerce un efecto disuasivo sobre la producción y la actividad privada.

El escenario, por lo tanto, no resulta nada prometedor y, sin embargo, Rodríguez se aventura peligrosamente por la senda del optimismo demagógico, esa según la cual cree que la solución a todos los problemas se encuentra única y exclusivamente en su propia capacidad de liderazgo. Pero no es verdad. Esta situación le viene grande, muy grande, porque requiere asumir, primero, la intensidad de la crisis y, segundo, el alcance de las medidas necesarias para hacerle frente y, no ya superarla que ahora es casi imposible, sino prepararla para una recuperación fuerte y prolongada en el momento en el que el ciclo, impulsado por factores internos y externos, cambie. Reformas estructurales, bajadas de impuestos, exhaustivos controles en el gasto, cambios notables en el mercado de trabajo… Nada de todo eso forma parte de la agenda del presidente quien, sin embargo, en un alarde de descaro nos promete el oro y el moro como si él fuera los tres reyes magos juntos: reparte millones de euros en proyectos que no van a servir para nada como única reacción ante la crisis, sin darse cuenta de que eso, precisamente, es lo que va a provocar que la crisis se instale entre nosotros Dios sabe por cuánto tiempo.

Este año comenzó instalados sobre una mentira, y acaba de la misma manera, a lomos de la misma mentira. Hace un año, por estas fechas y en fechas posteriores hasta las elecciones del 9 de marzo, Rodríguez negaba por activa y por pasiva que existiera crisis alguna en nuestra economía. Veníamos de ganar la champions league de las economías mundiales y, en fin, como iba él a reconocer que aquello era una boutade de la que tardaría poco en tener que arrepentirse. Entonces los que pronosticábamos que las cosas iban mal y que irían peor éramos unos antipatriotas, y como suele ser habitual en él se instaló en ese discurso de optimismo barato y demagógico según el cual la economía española solo atravesaba unas pequeñas dificultades que superaría de inmediato, nada más ganar él las elecciones, gracias a su increíble fortaleza producto de una política económica eficaz llevada a cabo por su equipo económico, con el vicepresidente Solbes a la cabeza. El propio Solbes, consciente de lo que se nos venía encima, no dudó en negar la evidencia a costa de su propio prestigio, muy dañado ya desde entonces.