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La larga ‘pata’ de Aznar y una cuestión de liderazgo
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Federico Quevedo

Dos Palabras

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La larga ‘pata’ de Aznar y una cuestión de liderazgo

Si este fuera un país serio, en el que los políticos actuaran de verdad teniendo presente el bien común y el interés general y no el

Si este fuera un país serio, en el que los políticos actuaran de verdad teniendo presente el bien común y el interés general y no el interés propio y los sentimientos personales, hace ya bastante tiempo que el presidente Rodríguez habría levantado el teléfono y marcado un número que, seguramente, estará entre los de su agenda. Al otro lado de la línea le habría respondido una voz perfectamente reconocible, a la que Rodríguez habría saludado, sin duda, de la siguiente manera: “¿Presidente Aznar? Soy el presidente del Gobierno” -para los meticulosos, antes de que se enzarcen en una absurda discusión sobre el asunto, les diré que por ley todos los ex presidentes del Gobierno reciben el trato de presidente-. A continuación, bien en esa misma llamada por teléfono o en una posterior reunión de ambos en Moncloa, eso al caso da igual, Rodríguez le habría dicho algo así: “José María, sabes que desde que ocupo el cargo nuestras relaciones con Washington se han enfriado mucho y eso no es bueno para nuestro país, por eso te rogaría que hicieras uso de tus buenos oficios con la Casa Blanca con el fin de mejorar esta situación”, a lo que Aznar habría respondido con un “por supuesto, José Luis, haré todo lo que esté en mi mano y no te preocupes que te iré informando de mis progresos”. Esta escena, que en cualquier país anglosajón sería normal, aquí forma parte de la política ficción.

 

La razón no es otra que los personalismos que acompañan a la gestión de unos y otros. Miren, cuando Rodríguez, siendo líder de la oposición, decidió permanecer sentado al paso de la bandera americana en un desfile del 12 de Octubre, no lo hizo por manifestar un rechazo a Estados Unidos, ni siquiera al presidente Bush… Lo hizo para, perdonen la expresión, jorobar a Aznar, sin caer en la cuenta de las consecuencias que tendría ese gesto, consecuencias que vamos a seguir pagando porque ahora, para recomponer las relaciones con Washington, vamos a tener que hacer un esfuerzo muy importante en términos de colaboración militar en cuanto llegue a la presidencia Barack Obama. Del mismo modo Aznar, cuando en una entrevista en Vanity Fair, afirma que la elección de Obama es de un “exotismo histórico”, no lo hace con la intención de incordiar al presidente electo, sino que en su subconsciente está cayendo en la tentación de vincular a Obama con Rodríguez y por eso manifiesta un rechazo aparente hacia el nuevo inquilino de la Casa Blanca. Obviamente Aznar no es racista, y decir eso es caer en una simpleza propia de un personaje como Squeeze, aunque tampoco le merecía la pena a Aznar querellarse con el vicesecretario del PSOE porque ningún juez lo va a admitir a trámite con la excusa de que se trata del normal debate político.

Sin embargo, igual que en aquella ocasión la actitud de Rodríguez trascendía su personal animadversión hacia Aznar y afectaba a su partido, y a su país en la medida que afectó negativamente a nuestra política exterior, también la salida de tono de Aznar, sus poco medidas declaraciones, trascienden su persona y afectan negativamente tanto a su país –en la medida que pueden ser un estorbo a la hora de encauzar un nuevo rumbo en nuestras relaciones con Washington-, como a su partido, primero porque da pie al PSOE a utilizarlas como arma arrojadiza contra el PP y, segundo, porque también a la actual Dirección de su partido le interesa mantener abierto un canal de comunicación con los demócratas norteamericanos. Cuando uno ha tenido o tiene determinadas responsabilidades, debe ser consciente del alcance y la trascendencia de sus declaraciones, y Aznar muchas veces parece que todo eso se lo pasa por el arco del triunfo. Y lo hace por dos razones: la primera, desprecio hacia Rodríguez y su Gobierno. No es que Rodríguez haya hecho nada para lograr lo contrario, pero un ex presidente del Gobierno debería estar por encima de esas cosas. Segunda, porque en estos momentos a Aznar su partido le da igual, es decir, manifiesta por Rajoy y su equipo el mismo desprecio que por Rodríguez y su Gobierno.

De ahí que, aunque sea de manera sutil, no dude en cuestionar el liderazgo de Rajoy, y en la medida en que lo cuestiona no contempla la posibilidad de estar haciendo daño a su partido con sus declaraciones. Un buen amigo, Jorge, me recordaba el viernes una frase de Aznar que está recogida en su libro Ocho años de gobierno y que dice: “Cuando llegué al Partido Popular, y luego cuando me fui dando a conocer, decían que no tenía madera de líder y resulta que ahora, cuando estoy a punto de dejar la Presidencia del Gobierno, soy un arquetipo de hiperliderazgo”. Y añade, modestia aparte: “Probablemente los que decían lo primero estaban equivocados, como lo están los que dicen lo segundo”. Pero a continuación da una explicación del porqué el líderzgo se va adquiriendo con el tiempo: “Si el liderazgo va acompañado de resultados que una mayoría considera razonables, el liderazgo no decrece, aumenta con el tiempo, ya sea por razones políticas, por razones del propio ejercicio del liderazgo, o por razones morales”. Resulta, por tanto, curioso que quien reconoce que fue adquiriendo su propia capacidad de liderazgo a medida que se asentaba su presencia en el partido que dirigía y, sobre todo, en la medida en que comenzaron a acompañarle los resultados, le niegue a su sucesor la mínima posibilidad de recorrer ese mismo camino.

Si este fuera un país serio, en el que los políticos actuaran de verdad teniendo presente el bien común y el interés general y no el interés propio y los sentimientos personales, hace ya bastante tiempo que el presidente Rodríguez habría levantado el teléfono y marcado un número que, seguramente, estará entre los de su agenda. Al otro lado de la línea le habría respondido una voz perfectamente reconocible, a la que Rodríguez habría saludado, sin duda, de la siguiente manera: “¿Presidente Aznar? Soy el presidente del Gobierno” -para los meticulosos, antes de que se enzarcen en una absurda discusión sobre el asunto, les diré que por ley todos los ex presidentes del Gobierno reciben el trato de presidente-. A continuación, bien en esa misma llamada por teléfono o en una posterior reunión de ambos en Moncloa, eso al caso da igual, Rodríguez le habría dicho algo así: “José María, sabes que desde que ocupo el cargo nuestras relaciones con Washington se han enfriado mucho y eso no es bueno para nuestro país, por eso te rogaría que hicieras uso de tus buenos oficios con la Casa Blanca con el fin de mejorar esta situación”, a lo que Aznar habría respondido con un “por supuesto, José Luis, haré todo lo que esté en mi mano y no te preocupes que te iré informando de mis progresos”. Esta escena, que en cualquier país anglosajón sería normal, aquí forma parte de la política ficción.