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Federico Quevedo

Dos Palabras

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Mariano

No existe mayor cobardía que dar por perdida una batalla que todavía no se ha librado. De hecho, quienes hoy auguran toda clase de desgracias para

No existe mayor cobardía que dar por perdida una batalla que todavía no se ha librado. De hecho, quienes hoy auguran toda clase de desgracias para Mariano Rajoy lo que de verdad están haciendo es un impagable servicio al adversario, el cual, a pesar de verse sumido en la peor de sus pesadillas, toma aliento de la crisis interna del PP y el acoso mediático a Rajoy para mantener viva su esperanza. Hay mucha injusticia en todo esto, mucha mala sangre, mucho interés personal y de dudosa moralidad en la campaña de derribo de un hombre que, si ha demostrado algo en todo este tiempo, es vocación de servicio a su partido y entrega a sus votantes, y al que se le que quiere negar por razones básicamente espurias su derecho a demostrar que es capaz de derrotar al socialismo y hacerlo por sí mismo, sin hipotecas ni facturas con el pasado acumuladas a sus espaldas. Un derecho adquirido democráticamente en un Congreso en el que la cobardía de unos cuantos ahora se traduce como a la búlgara. Ha habido muchas mentiras durante estos meses, mucho engaño, mucha falsedad asentada sobre los cimientos del cinismo y la hipocresía… Mentiras, engaños y falsedades que quedaron al descubierto este domingo, cuando Rajoy desarmó la inquina atesorada en unos cuantos corazones en los que anida la semilla de la traición, con un discurso en el que evidenciaba que lo único que ha cambiado en el PP es que donde antes gobernaban unos, ahora lo hacen otros, y eso parece molestar mucho a los primeros.

 

Tengo fe en Rajoy. Lo digo sin complejos y sin condicionantes. Es verdad que el PP ha cometido errores, quién puede negarlo, pero ¿nunca antes los había cometido? Claro que una cosa es cometer errores, y otra bien distinta mentir a la opinión pública sobre esos errores, falsear la realidad. A mi Rajoy no me ha engañado nunca, y si algún repelente niño Vicente del periodismo patrio se ha sentido engañado por el líder del PP, será que a lo mejor creyó en su momento que había conseguido hacerlo presa de sus propias obsesiones, y al darse cuenta de que Rajoy respira sin necesidad de asistencia, ha optado por la vía de la conspiración contra él. De Rajoy se ha dicho que es un indolente, pero donde algunos quieren ver indolencia, lo que hay es trabajo, trabajo y trabajo. Y prudencia. A veces en exceso, pero la prudencia es una virtud y de las virtudes nunca se peca en demasía aunque pueda exasperar a quienes esperan de él reacciones inmediatas. Y se ha dicho que había traicionado los valores y los principios del PP. Nunca hubo mayor mentira y mayor engaño que ese, sobre todo porque muchos de los que eso han afirmado, son los primeros a los que debería sonrojar la vergüenza: ellos, que pactaron con el nacionalismo, que permitieron que en Cataluña se aprobara la Ley de Normalización Lingüística, que no hicieron nada por mejorar la Ley del Aborto para favorecer el derecho a la vida, que fueron cómplices del soberanismo contribuyendo a su financiación, etcétera, etcétera, ahora no pueden venir a dar lecciones a nadie y menos a quien lo que ha hecho ha sido, precisamente, devolver al PP principios y valores consecuentes con una sociedad libre y abierta.

Rajoy es, hoy por hoy, la única garantía de un Partido Popular de centro, moderado y reformista. Sucumbir a la tentación de sustituirlo supone poner al PP ante un doble peligro: por un lado, los que estiran hacia la derecha y lo quieren llevar a una deriva de visceralidad y permanente confrontación que poco o nada puede favorecer la alternativa a una situación de crisis aguda y sin precedentes por su amplitud, y que condenaría al PP prácticamente al ostracismo; y, por otro, los que empujan hacia la izquierda y pretenden desvirtuar el espíritu de libertad, tolerancia, pluralismo y apertura propio de un programa liberal para caer en los brazos de una socialdemocracia descafeinada que haría del PP una mala copia del laborismo británico y lo reduciría a una representación testimonial. Hoy por hoy, la llave de un PP alternativa de Gobierno solo la tiene Mariano Rajoy, sabedor de que para ganar las elecciones tiene que conseguir incorporar a una sociedad cambiante un partido que todavía hoy renquea por su derecha como consecuencia del peso de un pasado demasiado cercano para esta generación. Su aparente frialdad no es más que un recurso a la tranquilidad, aunque ante situaciones como la que está viviendo el PP estos días algunos echemos en falta una contundente llamada al orden. Sin embargo, de esta crisis que atraviesa el PP solo se saldrá con mucha cabeza y pocas entrañas, porque de esto último parece que el principal partido de la oposición anda estos días sobrado.

Rajoy sabe lo que tiene que hacer. Detrás de ese rostro a veces inmutable se esconde mucho sentimiento, una cierta flema y una retranca considerable, pero también mucho sentido común descompensado por la falta de poder político real. Digo esto porque es evidente que en esta guerra de facciones en el PP haría buena falta que Rajoy diera un puñetazo en la mesa y pusiera orden, pero es muy difícil ordenar a quien maneja un presupuesto y acumula poder para hacer y deshacer. El caso flagrante es el de Caja Madrid, síntoma evidente del egoísmo en el que ha caído una derecha cainita, empeñada en hacerse con el control de una entidad financiera dejando en la cuneta del desprecio sus valores liberales, aupada a ese enfrentamiento fratricida por una corte mediática decidida a descabalgar a Rajoy del caballo que ahora ensilla. ¿Qué está en manos de Rajoy? Nada. No tiene margen de maniobra salvo el de exponer su criterio general y guardársela a ambos contendientes por lo que le están haciendo pasar, enfrascados en una guerra sin cuartel que les ha llevado, como ayer contaba el director de este diario, a echarse en brazos del PSOE para escarnio de Squeeze y permitir que al final sean los socialistas los que se hagan con el control de la caja madrileña. Fantástico. Toda una demostración de servicio al interés general por la que los ciudadanos deberían pasarles factura a unos y otros si no fuera porque el remedio -el PSOE- es peor que la enfermedad. Y todo ello con un objetivo de ambición de poder como telón de fondo que poco o nada tiene que ver con esos principios y valores por los que tanto arengan.

En esa tesitura, a mi Rajoy me recuerda un poco -bastante- a Churchill. En 1941, en plena Guerra, Rudolf Hess viajó a Inglaterra con un propósito: desestabilizar al Gobierno británico, desalojar a la camarilla de Churchill del poder y situar un gobierno capaz de negociar con Hitler una paz magnánima -que no era otra cosa que la rendición y el sometimiento-. Lo que hizo Hess fue intentar desprestigiar a Churchill y convencer a cuantos más mejor de que el suyo era un gobierno débil y acabado. Les suena, ¿verdad? Pues bien, nuestro Hitler particular, instalado en La Moncloa, ha enviado a sus lacayos mediáticos para que al modo de Rudolf Hess desestabilicen a Rajoy y a su camarilla y eleven al poder en el PP a un líder manejable, bien por estar más a la derecha y ceder parte del electorado de centro al PSOE, o bien por ser más complaciente con el socialismo. Churchill fue consciente de aquello y reclamó de la Cámara de los Comunes un voto de confianza, el mismo voto de confianza que el Congreso de Valencia le dio a Rajoy, un voto democrático que, sin embargo, los desestabilizadores no parecen dispuestos a respetar lo que dice mucho de su talante. Churchill viajó a Estados Unidos, estuvo tres semanas alojado en la Casa Blanca junto a Franklin Delano Roosevelt y antes de volver a Gran Bretaña, al despedirse, estrechó la mano del presidente norteamericano y le dijo: “Lucharemos hasta el final, a cualquier precio”.

No existe mayor cobardía que dar por perdida una batalla que todavía no se ha librado. De hecho, quienes hoy auguran toda clase de desgracias para Mariano Rajoy lo que de verdad están haciendo es un impagable servicio al adversario, el cual, a pesar de verse sumido en la peor de sus pesadillas, toma aliento de la crisis interna del PP y el acoso mediático a Rajoy para mantener viva su esperanza. Hay mucha injusticia en todo esto, mucha mala sangre, mucho interés personal y de dudosa moralidad en la campaña de derribo de un hombre que, si ha demostrado algo en todo este tiempo, es vocación de servicio a su partido y entrega a sus votantes, y al que se le que quiere negar por razones básicamente espurias su derecho a demostrar que es capaz de derrotar al socialismo y hacerlo por sí mismo, sin hipotecas ni facturas con el pasado acumuladas a sus espaldas. Un derecho adquirido democráticamente en un Congreso en el que la cobardía de unos cuantos ahora se traduce como a la búlgara. Ha habido muchas mentiras durante estos meses, mucho engaño, mucha falsedad asentada sobre los cimientos del cinismo y la hipocresía… Mentiras, engaños y falsedades que quedaron al descubierto este domingo, cuando Rajoy desarmó la inquina atesorada en unos cuantos corazones en los que anida la semilla de la traición, con un discurso en el que evidenciaba que lo único que ha cambiado en el PP es que donde antes gobernaban unos, ahora lo hacen otros, y eso parece molestar mucho a los primeros.

Mariano Rajoy