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“Oiga, ¿es el enemigo?”
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Federico Quevedo

Dos Palabras

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“Oiga, ¿es el enemigo?”

Recordarles a ustedes aquello de que los que pronosticaban la crisis eran unos “antipatriotas”, o eso otro de que “el pesimismo no crea empleo”, pasando por

Recordarles a ustedes aquello de que los que pronosticaban la crisis eran unos “antipatriotas”, o eso otro de que “el pesimismo no crea empleo”, pasando por el consabido “el PP no arrima el hombro”, resulta casi insultante por manido, pero lo cierto es que en toda esta crisis que trasciende lo meramente económico el presidente Rodríguez ha demostrado dos cosas: la primera, una sublime incompetencia para hacer frente a la situación; y la segunda, una habilidad incuestionable para buscar culpables de la misma hasta debajo de las piedras, todo con tal de irse él de rositas. Lo de buscar culpables de todo lo que le ocurre a este Gobierno fuera del mismo es una ocupación sin duda ardua, y debe ser que a eso se dedican los 77 asesores presidenciales que pagamos con nuestros impuestos dado que es evidente que su trabajo no tiene otras expectativas. En los primeros compases de la crisis, cuando el Gobierno negaba las evidencias, la culpa la teníamos los demás por antipatriotas y pesimistas. Luego, cuando ya era inevitable reconocer que la economía iba cuesta abajo –aún sin reconocer la gravedad y la recesión, cosa que hizo hace sólo un par de días- encontró el culpable perfecto: Bush. La crisis financiera es verdad que ayudó a sostener ese engaño, de tal modo que el Gobierno ya tenía perfectamente dibujado el panorama de las responsabilidades: la economía norteamericana llevada a esa situación por la política ultraliberal y neocón de anterior presidente. Y la receta, claro: más socialdemocracia.

Pero Bush se fue, llegó Obama, y lejos de producirse el milagro de los panes y los peces nuestra economía ha seguido deteriorándose a un ritmo desenfrenado. Ya no vale echarle la culpa a Estados Unidos -¿se han dado cuenta de cómo ese recurso ha desaparecido como por arte de magia del argumentario socialista?- no sea que Obama se enfade y no reciba en la Casa Blanca a nuestro amado líder y guía espiritual, razón por la que era necesario encontrar otro ‘enemigo’, otro culpable, alguien a quién hacer responsable, no ya del inicio de la crisis, sino de que sigamos hundiéndonos cada día que pasa un poco más en el pozo sin fondo de la desesperación. Y lo han encontrado en los bancos. Todo es una parafernalia, una tragedia escrita en varios actos cuyo final se aventura peligroso y ciertamente descorazonador: la nacionalización de parte de la banca patria. Rodríguez va a conseguir gracias a la crisis lo que no logró en la pasada legislatura a pesar de la ayuda inestimable de Del Rivero, es decir, colocar a sus amigos al frente de las principales entidades financieras de nuestro país por la vía del chavismo económico, es decir, la bananera decisión de nacionalizarlas. No les quepa la menor duda de que esto es así, y de hecho son varios los dirigentes socialistas que ya lo están pidiendo, y todo forma parte de la misma obra y del mismo guión escrito al alimón entre un insensato y un totalitario. Cosas veredes, amigo Sancho…

El problema es que este tipo de medidas populistas, demagógicas y totalmente reñidas con el sentido común tienen, sin embargo, aceptación entre un público entregado a la causa revolucionaria que parece propugnar ahora una parte del socialismo patrio como receta anti-crisis. Porque, fíjense, cabe admitir que ante una situación extrema pueda ser necesario que el Estado se haga con una parte del capital de alguna entidad financiera con problemas realmente serios, pero lo cierto es que al contrario de lo que ocurre en otros países, nuestro sistema financiero no está dañado hasta el extremo de no poder solucionar sus trapos sucios en casa sin tener que recurrir al papá Estado. De hecho, existe un margen importante para la concentración en el sector sin necesidad de que éste acabe en una especie de INI financiero. Rodríguez y su gente saben que el discurso populista contra la banca y sus beneficios goza de cierto predicamento en una parroquia progre-radical que es la que alimenta su cuota electoral por la extrema izquierda, de manera que al tiempo que elude su propia responsabilidad consigue mantener viva la llama incendiaria de esa parte de su electorado, más proclive al mensaje revolucionario ahora que encima son ellos los que engrosan las listas del paro.

Pero lo cierto es que se trata todo de una gran mentira, de un engaño sin precedentes, y lo peor de todo es que a veces parece que el PP se haya prestado a hacerle el trabajo sucio a Rodríguez cuando aparecen Montoro o Rajoy con proclamas contra las entidades financieras muy difíciles de aceptar para el electorado del centro-derecha, entre otras cosas porque no son creíbles. Rodríguez es culpable de haber mentido, y de no haber hecho sus deberes, y de seguir haciendo pellas de su responsabilidad: no ha adoptado ni una sola medida, ni una sola, que de verdad vaya a servir para contener el impacto dramático de esta crisis, que está destruyendo no solo el empleo sino toda nuestra estructura productiva y condicionando para mal nuestro futuro y el de nuestros hijos. Rodríguez es un absoluto desastre, él es el enemigo, el enemigo de la sensatez, del sentido común, de la responsabilidad y de la audacia para hacer lo que hay que hacer y no esconderse detrás de falsos chivos expiatorios. Debería de estar camino de su casa en Las Rozas para volver a comprar el pan con ese chándal modelo nunca-en-mi-vida-he-hecho-deporte con el que nos obsequió una vez en el dominical de El País, y dejar a otros que tomen las riendas de este asunto que ya es de emergencia nacional y requiere cirugía de precisión y no a un chisgarabís que bien podría levantar el teléfono para llamar a Botín y decirle aquella frase que inmortalizó el genial Gila: “Oiga, ¿es el enemigo?”.

Y el PP debería estar ya pidiendo su dimisión, y emplazando a los ciudadanos a echarle en cada una de las votaciones que se vayan sucediendo en las distintas convocatorias electorales a las que están llamados, sean vascas, gallegas, europeas, catalanas, municipales, autonómicas y, por supuesto, generales. Cada una de esas convocatorias debería convertirse en un plebiscito contra Rodríguez, y Rajoy tendría que estar convocando a los ciudadanos a una gran manifestación de cambio. El objetivo no debe ser echar a Ibarretxe, sino a Rodríguez, y solo así los ciudadanos entenderán que se trata de algo grave, muy grave. Rodríguez es lo peor que le ha pasado a este país en toda su historia, al menos en la reciente. Lo peor por inepto e incompetente, y en cualquier otra circunstancia debería de estar ya en la cuerda floja, pero en lugar de eso el PP le sigue dando oxígeno con sus cuitas internas y con unos mensajes poco comprensibles en materia económica. Los bancos no son el enemigo de nadie. No digo que haya que fotografiarse a la vera de Botín, pero el enemigo real es Rodríguez, y es a Rodríguez a quien hay que cargar toda, absolutamente toda la responsabilidad de este desaguisado al que nos ha conducido con su política errática e indolente. Que tome nota el PP.

Recordarles a ustedes aquello de que los que pronosticaban la crisis eran unos “antipatriotas”, o eso otro de que “el pesimismo no crea empleo”, pasando por el consabido “el PP no arrima el hombro”, resulta casi insultante por manido, pero lo cierto es que en toda esta crisis que trasciende lo meramente económico el presidente Rodríguez ha demostrado dos cosas: la primera, una sublime incompetencia para hacer frente a la situación; y la segunda, una habilidad incuestionable para buscar culpables de la misma hasta debajo de las piedras, todo con tal de irse él de rositas. Lo de buscar culpables de todo lo que le ocurre a este Gobierno fuera del mismo es una ocupación sin duda ardua, y debe ser que a eso se dedican los 77 asesores presidenciales que pagamos con nuestros impuestos dado que es evidente que su trabajo no tiene otras expectativas. En los primeros compases de la crisis, cuando el Gobierno negaba las evidencias, la culpa la teníamos los demás por antipatriotas y pesimistas. Luego, cuando ya era inevitable reconocer que la economía iba cuesta abajo –aún sin reconocer la gravedad y la recesión, cosa que hizo hace sólo un par de días- encontró el culpable perfecto: Bush. La crisis financiera es verdad que ayudó a sostener ese engaño, de tal modo que el Gobierno ya tenía perfectamente dibujado el panorama de las responsabilidades: la economía norteamericana llevada a esa situación por la política ultraliberal y neocón de anterior presidente. Y la receta, claro: más socialdemocracia.

Paro Barack Obama