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El día en que murió Montesquieu
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Federico Quevedo

Dos Palabras

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El día en que murió Montesquieu

En la agenda política del presidente Rodríguez, desde hace ya unos cuantos años, hay un objetivo marcado en rojo, prioritario, esencial: deshacerse del Partido Popular, evitar

En la agenda política del presidente Rodríguez, desde hace ya unos cuantos años, hay un objetivo marcado en rojo, prioritario, esencial: deshacerse del Partido Popular, evitar por todos los medios posibles que volviera al poder. Así, la primera legislatura vino marcada por un compromiso político de calado, el Pacto del Tinell y su finalidad excluyente: nada con el PP, y nadie con el PP. La izquierda se conjuraba entonces en la defensa de un proyecto totalitario, un proyecto de exclusión de la otra parte, un proyecto de aniquilación de la esencia misma de la democracia: la alternancia en el poder. No hay democracia sin oposición, sin oposición convertida en alternativa de gobierno, porque oposición también hay en las repúblicas bananeras sometidas al dogmatismo revolucionario bolivariano, pero o está entregada, o está perseguida. Ese fue el objetivo de Rodríguez en la pasada legislatura, así lo vivimos, y así se combatió desde muchos frentes, porque de lo que se trataba era de preservar, por encima de cualquier otro interés, la libertad amenazada por un Gobierno al que no le dolían prendas a la hora de estrujar el Estado de Derecho y manipular a su favor las leyes y las reglas del juego democrático.

 

Pero Rodríguez no consiguió su objetivo. Lejos de eso, las elecciones de marzo de 2008 mostraron su debilidad: no lograba la ansiada mayoría absoluta y el PP le comía el terreno. Solo crecía por su izquierda mientras que por el centro y la derecha, los ‘populares’ ampliaban su base electoral. Consiguió engañar a los españoles respecto a la crisis, pero él mismo era consciente de que la mentira se le acabaría volviendo en contra. Su plan necesitaba otros medios para llevarse a cabo, y ahora con mayor necesidad que entonces porque lejos de fortalecer su posición, la crisis le ha venido debilitando inexorablemente. No hay más que ver la curva del CIS: no se fijen en el PP, fíjense en el PSOE, porque mientras los primeros mantienen intacto su respaldo electoral, los socialistas han perdido nada menos que cuatro puntos. ¿Qué hacer? Acabar con el PP. Resucitar su antiguo proyecto totalitario, aunque esta vez no cuente con el apoyo entusiasta de los demás grupos políticos. Por eso, en lugar de hacerlo por la vía parlamentaria donde parece que el que se queda solo es él, ha optado por recurrir a aquella vieja sentencia de Alfonso Guerra y matar definitivamente a Montesquieu. Si había alguna duda de que la calidad de nuestra democracia se encontraba bastante perjudicada por la simbiosis entre los tres poderes, ya es más que evidente que en España solo hay un poder, el Ejecutivo, y que el resto de poderes, incluso aquellos a los que Montesquieu no tuvo en cuenta –como el famoso Cuarto Poder-, se encuentran sometidos y manipulados por la voluntad de Rodríguez.

Montesquieu fue torturado, muerto y sepultado el mismo fin de semana en que el juez Baltasar Garzón, el ministro Bermejo y la fiscal Delgado compartieron mesa, mantel y disparos de escopeta sin ninguna clase de pudor democrático. Es verdad que aunque la muerte de Montesquieu se certificó este fin de semana, tras la exhibición de unas maneras propias de quienes se creen por encima del bien y del mal, los protagonistas de la carnicería cinegética se han erigido en iluminadores y garantes de nuestro destino. Es verdad, decía, que a Montesquieu se le viene persiguiendo desde hace tiempo y el pobre hombre andaba escondido sabedor de que cualquier día le darían el tiro de gracia, como así ha ocurrido para, valga la redundancia, desgracia de todos. Las cosas en este país se hacen así: un juez amante de la polémica y el couché, vinculado por sus escarceos políticos con el partido en el Gobierno (PSOE), aprieta al partido de la oposición (PP) en vísperas de elecciones autonómicas, después de haber dispuesto para la tarea con la Fiscalía al completo. Faltaron por movilizar las Fuerzas de Seguridad del Estado y el sumsum corda.

Hace cuatro años que se sabía que las empresas del tal Correa –Gürtell, en alemán- no eran trigo limpio, y sin embargo se ha esperado hasta ahora para volcar toda esa información en una trama casi cinematográfica de corrupción en el PP. De entrada, habrá que pedirle explicaciones y algo más –puede haber prevaricación- a la Fiscalía Anticorrupción por no haber abierto esa investigación cuando tocaba, teniendo en cuenta que la información sobre la que Garzón asienta el guión de la causa general que ha abierto contra los populares -¡hay que ver como le gusta a este tipo abrir causas generales que luego acaban en la papelera!- es la misma que se conocía entonces. Les invito a que entren en los diarios de la prensa valenciana del año 2005 y en la hemeroteca simplemente busquen por Orange Market, y todo lo que han conocido estos días como si fuera el producto de una ardua investigación periodística del diario El País aparece ahí, tal cual si estuvieran ustedes leyendo el auto del Juez Campeador y Sospechoso. Lo cierto es que fue un semanario nacional, Interviu, el que dio por aquel entonces las primeras pistas, y al que desde algún despacho poderoso se invitó a que no siguiera por ese camino, y ya se sabe con quienes se lleva bien el Grupo Zeta –no precisamente con Génova 13-. La muerte de Montesquieu debía esperar al momento oportuno, y misteriosamente la causa fue celosamente guardada en una caja fuerte hasta que el sátrapa de La Moncloa tomara la decisión de destaparla y dar el disparo de salida en la cacería contra el Partido Popular. Montesquieu ha muerto, ¡viva Montesquieu!

En la agenda política del presidente Rodríguez, desde hace ya unos cuantos años, hay un objetivo marcado en rojo, prioritario, esencial: deshacerse del Partido Popular, evitar por todos los medios posibles que volviera al poder. Así, la primera legislatura vino marcada por un compromiso político de calado, el Pacto del Tinell y su finalidad excluyente: nada con el PP, y nadie con el PP. La izquierda se conjuraba entonces en la defensa de un proyecto totalitario, un proyecto de exclusión de la otra parte, un proyecto de aniquilación de la esencia misma de la democracia: la alternancia en el poder. No hay democracia sin oposición, sin oposición convertida en alternativa de gobierno, porque oposición también hay en las repúblicas bananeras sometidas al dogmatismo revolucionario bolivariano, pero o está entregada, o está perseguida. Ese fue el objetivo de Rodríguez en la pasada legislatura, así lo vivimos, y así se combatió desde muchos frentes, porque de lo que se trataba era de preservar, por encima de cualquier otro interés, la libertad amenazada por un Gobierno al que no le dolían prendas a la hora de estrujar el Estado de Derecho y manipular a su favor las leyes y las reglas del juego democrático.