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Aborto: de la laxa y tantas veces cínica moral de la izquierda
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Federico Quevedo

Dos Palabras

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Aborto: de la laxa y tantas veces cínica moral de la izquierda

Ya está aquí el debate del aborto. Era inevitable. El Gobierno necesita desviar la atención de los problemas de los ciudadanos y hace lo que mejor

Ya está aquí el debate del aborto. Era inevitable. El Gobierno necesita desviar la atención de los problemas de los ciudadanos y hace lo que mejor sabe hacer: inventarse problemas nuevos. Si, además, puede contribuir a modificar los referentes morales de la sociedad, más que mejor. Una aclaración antes de seguir: cuando hablo de moralidad no me refiero a una moral religiosa ni a las directrices del Vaticano. Es más, les diré que en este asunto creo que es mejor que pensemos por nosotros mismos y nos alejemos un poco de ciertos posicionamientos de la Iglesia, entre otras cosas porque será más fácil explicarnos y no caeremos en la trampa progresista de vincular defensa de la vida con ultracatolicismo. Sobre todo cuando lo cierto es que quienes evidencian una doble, triple y hasta cuádruple moral y un absoluto cinismo e hipocresía en sus planteamientos es la propia izquierda que, por un lado, nos ofrece su particular moral social de respeto a los derechos humanos y civiles y, por otro, los transgrede de la manera más soez y visceral.

Fíjense, por ejemplo, en una de las frases más célebres ofrecidas estos días por algunos de los más destacados dirigentes de la izquierda y líderes de opinión: “Yo no soy partidario del aborto, pero…”, Squeeze dixit. A eso le sigue otra aportación inconmensurable al reino de la hipocresía: “Se trata de crear las condiciones para que no haya embarazos no deseados…”. Y, ¿qué se les ocurre para demostrar que están en contra del aborto y a favor de crear las condiciones para que no haya embarazos no deseados?: ampliar los supuestos de aborto y liberalizar su práctica extendiéndola a la posibilidad de que niñas de 16 años puedan deshacerse de una manera violenta de la vida humana que llevan en su seno sin permiso paterno, lo que en definitiva convierte el aborto en un método anticonceptivo más. Vamos, que echar un polvo sin gomita a los 16 años va a estar a la orden del día, total después pasas por el quirófano y te desprendes de esa ‘cosa’ tan molesta que llevas dentro, ¿no? Eso sí, no se te ocurra comprar tabaco porque el Gobierno de España te pone una multa de aquí te espero, y no te digo nada si se te pasa por la cabeza ponerte al volante de un coche sin carné. Pero matar al ser vivo que llevas dentro, eso va a ser gratis, y todo a mayor gloria del sexo irresponsable.

¡Ah!, pero entonces te salen con eso de los derechos de la mujer y de que los que nos oponemos al aborto nos convertimos en “guardianes de las vidas ajenas” -era algo así, ¿no, Antonio?-, pero, ¿y la vida del no nacido? ¿Esa quién la guarda? Porque ya no hay un solo científico que sostenga que lo que una mujer lleva dentro no es un ser humano, sobre todo teniendo en cuenta que ya ha habido muchos casos de fetos que han sobrevivido fuera del útero materno a partir de las 20 semanas de vida, y la ciencia dice que en un plazo muy breve la esperanza de vida a partir de las 15 semanas será viable. ¿Mataría uno de estos defensores de lo que eufemísticamente llaman ‘interrupción libre del embarazo’ a uno de esos niños una vez nacido? ¿Cuál es la diferencia entre un ser humano dentro del útero materno y fuera del mismo? Si ya sabemos que dentro del útero materno -esto es lo que nos ha aportado la ciencia- es un ser vivo independiente, aunque no autónomo, ¿le negamos los mismos derechos que tiene un ser vivo independiente, pero no autónomo, fuera del útero materno? En base a qué criterio, ¿el de un feminismo mal entendido, o el de una cínica moral que se rasga las vestiduras ante la pena de muerte, pero aplaude y favorece la muerte violenta de seres humanos vivos en el seno materno?

Fíjense que no lo he querido llamar asesinato porque creo que la visceralidad nos hará perder una de las batallas más importantes en este asunto de la defensa de la vida: la del lenguaje, esa que les lleva a ellos a calificar de interrupción una muerte violenta… ¿se imaginan lo que dirían estos hipócritas si alguien calificara de “interrupción voluntaria de una relación de pareja” el asesinato a sangre fría de una mujer por parte de su marido? Pero indudablemente el aborto es un delito, al menos por ahora, siempre que no se circunscriba a la ley que lo despenaliza en unos determinados supuestos. Pese a eso, no hay ninguna mujer en la cárcel por abortar, así que la excusa de que esta ley se hace para evitar esa circunstancia resulta absolutamente arbitraria. Yo nunca metería a una mujer en la cárcel por abortar si este hecho es el producto de unas circunstancias dramáticas, pero cuando una mujer acude al aborto varias veces a lo largo de su vida para resolver la papeleta de haber echado un polvo sin gomita u otro método anticonceptivo, entonces el Estado debería actuar con cierta firmeza, porque la satisfacción personal no está reñida, ni debe estarlo, con la responsabilidad que es una obligación social. Por eso el aborto no puede convertirse en un método anticonceptivo, que es lo que pretende el informe de los expertos que asesoran al Gobierno.

En efecto, la obligación del Estado es, por una razón de salud pública, poner las bases para evitar embarazos no deseados y enfermedades de transmisión sexual, y es aquí, de ahí mi razonamiento del principio, donde debemos separar la razón civil de la razón religiosa: una adecuada educación sexual y el fomento del uso de métodos anticonceptivos son necesarios para lograr estos objetivos. A eso debería unirse una política que éste Gobierno y la progresía en general descuidan conscientemente: la ayuda social, económica y de búsqueda de soluciones menos dramáticas como la adopción, a las mujeres con un embarazo no deseado, antes de proponerles el último recurso del aborto. ¿Por qué no se hace esto? Pues porque, y esta es la raíz del problema, en el fondo la izquierda, incluso aunque nos digan que no son partidarios del aborto, hace del mismo una bandera social, una bandera de conquista de los derechos civiles. Pero es una burda mentira: no hay nada menos progresista que el aborto.

Matar, aunque sea dentro de la ley, es un retroceso. Por eso quienes defendemos la vida estamos totalmente en contra de la pena de muerte, que es otra forma de matar dentro de la ley. En nuestro caso hay una absoluta coherencia, pero no así en el caso de la izquierda: si se está a favor del aborto, no hay razones objetivas para oponerse a la pena de muerte, porque en el fondo los partidarios del aborto cuando comparan un embarazo no deseado o susceptible de entrar dentro de los criterios que la sociedad ha asumido como buenos para aceptarlo, con el “cáncer”, el “infarto de miocardio” o los “accidentes de tráfico”, caen en la misma inmoralidad en la que caen los partidarios de la pena de muerte cuando aseguran que determinados delincuentes son como un “cáncer” social que hay que extirpar. El aborto es un drama, una violencia consentida, una derrota social sin precedentes pero, por encima de todo eso, es la demostración palpable de que la izquierda tiene una conciencia podrida y de que sus banderas no son más que falsos recursos a la demagogia más rancia.

Ya está aquí el debate del aborto. Era inevitable. El Gobierno necesita desviar la atención de los problemas de los ciudadanos y hace lo que mejor sabe hacer: inventarse problemas nuevos. Si, además, puede contribuir a modificar los referentes morales de la sociedad, más que mejor. Una aclaración antes de seguir: cuando hablo de moralidad no me refiero a una moral religiosa ni a las directrices del Vaticano. Es más, les diré que en este asunto creo que es mejor que pensemos por nosotros mismos y nos alejemos un poco de ciertos posicionamientos de la Iglesia, entre otras cosas porque será más fácil explicarnos y no caeremos en la trampa progresista de vincular defensa de la vida con ultracatolicismo. Sobre todo cuando lo cierto es que quienes evidencian una doble, triple y hasta cuádruple moral y un absoluto cinismo e hipocresía en sus planteamientos es la propia izquierda que, por un lado, nos ofrece su particular moral social de respeto a los derechos humanos y civiles y, por otro, los transgrede de la manera más soez y visceral.

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