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De dioses y de monstruos (II), una oportunidad a la cadena perpetua
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Federico Quevedo

Dos Palabras

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De dioses y de monstruos (II), una oportunidad a la cadena perpetua

Hará cosa de poco menos de un año, bajo este mismo título, escribía un artículo sobre la brutalidad de los delitos cometidos por ese despreciable ser

Hará cosa de poco menos de un año, bajo este mismo título, escribía un artículo sobre la brutalidad de los delitos cometidos por ese despreciable ser al que todos conocemos como el Monstruo de Amstetten, y la sin embargo escasa pena con que la Justicia puede reaccionar frente a ellos. Les decía, entonces, que en casos como estos la única esperanza que nos queda a algunos es que ni siquiera la misericordia divina le libre del castigo eterno, porque aquí en nuestra sociedad no existe una sentencia proporcionada a la intensidad de su delito. Joseph Fritzl ha sido condenado a cadena perpetua. Era, y es, la única sentencia posible. Al menos en Austria existe esa posibilidad. Hay delitos, mejor dicho, hay criminales que nunca deberían salir a la calle, que deberían pasar el resto de su vida apartados de la sociedad, y no por una cuestión de que el castigo pueda ser o dejar de ser ejemplarizante, sino simplemente porque no merecen convivir socialmente. Aquí, en España, el padre de Marta del Castillo está haciendo una campaña para que se debata la cadena perpetua como castigo a determinados delitos, pero los políticos, como ocurre casi siempre que hay una demanda social, le han dado la espalda  o han rebajado sus pretensiones.

Un error. Verán, los opositores a la cadena perpetua argumentan que allí donde existe no sirve como castigo disuasorio. Es cierto. Ni tampoco lo es la pena de muerte siendo un castigo aún mayor -y que, por supuesto, rechazo de plano-, por lo que podríamos afirmar que ningún castigo sirve como elemento disuasorio. Aquel criminal que quiere cometer un delito, lo hace sin tener en cuenta, la inmensa mayoría de las veces, las consecuencias que puede tener para él en términos de privación de libertad, sino que lo lleva a cabo movido por la satisfacción inmediata que le produce el hecho delictivo en sí, o por los beneficios del mismo que considera mayores que el riesgo que asume. El segundo argumento en contra de la cadena perpetua es que es contraria al objetivo de reinserción del delincuente. No es del todo cierto. En algunos casos la condena a cadena perpetua se puede ver reducida si de verdad existe un componente de reinserción del delincuente y arrepentimiento por parte del mismo. Hemos sabido, por ejemplo, que si llegan a darse estas circunstancias, Fritzl podría pasar en la cárcel tan solo 15 años. Dios no lo quiera.

¿Por qué, entonces, sería bueno plantear el debate y no cerrarse en banda a la posibilidad de la cadena perpetua como castigo? Por una cuestión de justicia social. Hay criminales que merecen pasar el resto de su vida en la cárcel, independientemente de cualquier otra reflexión. Los asesinos de Marta del Castillo han demostrado una sangre fría en la comisión de su delito, y una predisposición tan increíble a causar cuanto más daño mejor, que solo cabe pensar que cualquier signo de arrepentimiento podría estar motivado por el deseo de abandonar la cárcel para poder volver a reincidir en el delito. Es el caso, igualmente dramático y salvaje, de Santiago del Valle, asesino confeso de la niña Mari Luz. Son crímenes terribles, que solo merecen la reprobación irreconciliable de la sociedad hacia ellos, y su alejamiento de nuestro modelo de convivencia. Estos casos son tan extremos, tienen tan poco que ver con lo que podemos considerar delincuencia común, que no cabe aceptar la posibilidad de la reinserción y, mucho menos, la de su salida de la cárcel por la alarma social que eso supondría.

Pero, lo cierto es que en España tanto los asesinos de Marta del Castillo como el asesino de Mari Luz, aunque sean condenados al máximo que permite la ley, sólo pasarán 40 años en la cárcel. En el caso de Miguel Carcaño, su salida de prisión pasado ese tiempo le permitiría volver a delinquir. Pero, sobre todo, esa no es la cuestión, sino la proporcionalidad de la pena en relación a su delito. ¿Realmente merece Miguel Carcaño salir de la cárcel dentro de 40 años, suponiendo que cumpla el máximo de pena? Mi impresión es que la mayoría de la sociedad cree que no. Lo cierto es que de hace treinta años a ahora la percepción de la sociedad sobre la forma en que se castigan determinados delitos en España ha cambiado bastante. Cuando se hizo la Transición se buscó un modelo de castigo ajustado al tipo de delincuencia que había entonces, y que además rompiera con la filosofía que impregnaba el Código Penal del franquismo, y triunfó una idea muy progresista que es la de la reinserción social, la de considerar al delincuente como un inadaptado al que es posible recuperar para la convivencia.

Treinta años después, los tipos de delito han sufrido enormes cambios. Hoy nos enfrentamos a delitos sexuales de una violencia exagerada, a verdaderos monstruos como Del Valle o Carcaño, a delincuencia organizada y a bandas criminales que demuestran una absoluta ausencia de respeto por la vida, al terrorismo… El franquismo ha quedado atrás, pero lejos de mostrarse efectiva, la reinserción nos ha demostrado que, en muchas ocasiones, los delincuentes la utilizan para salir de la cárcel y volver a delinquir, sobre todo cuando se trata de este tipo de criminalidad. ¿Por qué no plantear este debate en sus justos términos? La sociedad tiene derecho a que se la proteja de los monstruos que la acechan, y cuando es la propia sociedad la que reclama a sus políticos cambios porque no está satisfecha con lo que tiene, los políticos deberían ser sensibles a este reclamo y permitir que el debate se produzca e, incluso, plantear en referéndum esta posibilidad de la cadena perpetua. Nosotros no somos dioses, no tenemos la obligación de ser infinitamente misericordiosos. Nuestra obligación es la de procurar convivir en paz y con los menos riesgos posibles a nuestra supervivencia. Estoy seguro de que quien se atreva a plantear este debate en sus justos términos, conseguirá un importante respaldo de la sociedad.

Hará cosa de poco menos de un año, bajo este mismo título, escribía un artículo sobre la brutalidad de los delitos cometidos por ese despreciable ser al que todos conocemos como el Monstruo de Amstetten, y la sin embargo escasa pena con que la Justicia puede reaccionar frente a ellos. Les decía, entonces, que en casos como estos la única esperanza que nos queda a algunos es que ni siquiera la misericordia divina le libre del castigo eterno, porque aquí en nuestra sociedad no existe una sentencia proporcionada a la intensidad de su delito. Joseph Fritzl ha sido condenado a cadena perpetua. Era, y es, la única sentencia posible. Al menos en Austria existe esa posibilidad. Hay delitos, mejor dicho, hay criminales que nunca deberían salir a la calle, que deberían pasar el resto de su vida apartados de la sociedad, y no por una cuestión de que el castigo pueda ser o dejar de ser ejemplarizante, sino simplemente porque no merecen convivir socialmente. Aquí, en España, el padre de Marta del Castillo está haciendo una campaña para que se debata la cadena perpetua como castigo a determinados delitos, pero los políticos, como ocurre casi siempre que hay una demanda social, le han dado la espalda  o han rebajado sus pretensiones.