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ZP, mentiras y gordas (y arriesgadas)
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Federico Quevedo

Dos Palabras

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ZP, mentiras y gordas (y arriesgadas)

A Rodríguez le ha cambiado el gesto. Se le ha endurecido el rostro -realmente, siempre lo tuvo como el cemento, aunque lo disimulaba-, ha escondido esa

A Rodríguez le ha cambiado el gesto. Se le ha endurecido el rostro -realmente, siempre lo tuvo como el cemento, aunque lo disimulaba-, ha escondido esa sonrisa entre sarcástica y falsa que le caracterizaba y la ha sustituido por una expresión torcida y casi ridícula detrás de la que esconde una preocupación sobredimensionada, como sobredimensionada es la crisis que nos afecta y que él se ocupó de negar una  vez tras otra hasta que los hechos le obligaron a rectificar. Rodríguez mintió. Ha mentido siempre, desde su primera victoria electoral hasta hoy. Mintió el otro día en el Senado cuando Pío García Escudero le desnudó las vergüenzas del papelón que hemos hecho como país con el asunto de Kosovo, y Rodríguez le salió recordando lo de Iraq y el envío “ilegal” de tropas. Esa fue la primera gran mentira y de la que luego nacieron todas las demás. Lo cuenta muy bien Inocencio Arias, que era entonces nuestro embajador ante la ONU. La mentira esgrimida hasta la saciedad por Rodríguez y los suyos se basa en que España envió tropas a Iraq de manera ilegal, sin amparo de la ONU, pero eso es rotundamente falso, una falsedad que se fundamente en el hecho de que la invasión de Iraq, y eso sí es cierto, no tenía el respaldo del Consejo de Seguridad al completo, pero también lo es que España no envió tropas en esa fase de la guerra. Una vez terminada la contienda y derrocado el régimen de Sadam, es cuando España envía tropas, pero lo hace bajo la bandera de la ONU puesto que ya entonces se aprobó una resolución que amparaba esa misión. De hecho, en junio de 2004 el actual Gobierno de Rodríguez votó a favor de una nueva resolución de amparo al envío de tropas, a pesar de que España ya había retirado las suyas como hacemos habitualmente con este Gobierno: por las bravas y sin avisar a nuestros aliados.

 

Digo que esa mentira es el origen de otras porque es esa mentira la que sirve de excusa en la campaña electoral de 2004 y sobre la que Rodríguez basa su estrategia política de entonces. A partir de ahí, todo son mentiras: mintió sobre la negociación con ETA, mintió sobre el Estatuto Catalán, mintió sobre la crisis, mintió sobre la solidez de nuestro sistema financiero, mintió a Rajoy, mintió a Artur Mas, mintió a Ibarretxe, les mintió a los suyos, mintió a las mujeres a las que prometió políticas de igualdad que nunca llegan, mintió a los bancos, mintió a los agricultores, mintió a los autónomos, mintió a nuestros aliados, mintió a los parados cuando prometió el pleno empleo, mintió a los dependientes con una ley para la que nunca ha habido fondos suficientes, mintió a Solbes que hoy no sabe qué hacer para que le echen del Gobierno, mintió a Moratinos que se siente desautorizado un día sí y otro también, mintió a los que le votaron por un sinfín de promesa que ahora no puede cumplir, mintió a las PYMES y a las familias cuando les prometió ayudas, mintió y miente todas y cada una de las veces en que abre la boca para afirmar algo, y lo sabe. Y como lo sabe, y como ya no puede vivir sin mentir porque quien ha levantado su dominio sobre el reino de la mentira ya no puede actuar de otra manera, es por lo que ahora su gesto es arisco y su tono levantisco… Y su talante, ¡ay, su talante! Ya no es aquel que le hiciera un traje a la medida de su orgullo, sino otro bien distinto, es el talante del engaño y la frustración.

Rodríguez es un gobernante perdido, un timonel que maneja sin rumbo un barco a la deriva mientras los remeros del mismo hacen cada uno de su capa un sayo porque no hay liderazgo que los conduzca a puerto. Lo de Kosovo -y ya siento que muchos foreros no entendieran el pasado martes la ironía de un artículo en el que, obviamente, se criticaba sin tapujos el ridículo del anuncio de la ministra Chacón-, es el fruto de la desolación en la que ha caído este Gobierno y, sobre todo, su presidente, necesitado de gestos demagógicos y mediáticos para intentar sobreponerse al tremendo desgaste que les está suponiendo una gestión absolutamente ineficaz e indolente de la peor crisis que haya atravesado este país, una crisis que no solo afecta al área económica, sino también a toda la estructura socio-política del país. Cuando se ha practicado el engaño masivo como argumento político, se cae en la desgracia de verse descubierto por un país al que de repente parece como si le hubieran robado la cartera y el ladrón, en este caso Rodríguez, saliera corriendo por una esquina. Esa es la realidad, la triste realidad: Rodríguez nos ha engañado a todos y ahora ni él mismo sabe cómo salir del laberinto de sus mentiras. Mentiras gordas. Y arriesgadas, porque le van a costar la Presidencia a él, pero a nosotros nos van a costar nuestro futuro, que cada día que pasa pinta más negro.

A Rodríguez le ha cambiado el gesto. Se le ha endurecido el rostro -realmente, siempre lo tuvo como el cemento, aunque lo disimulaba-, ha escondido esa sonrisa entre sarcástica y falsa que le caracterizaba y la ha sustituido por una expresión torcida y casi ridícula detrás de la que esconde una preocupación sobredimensionada, como sobredimensionada es la crisis que nos afecta y que él se ocupó de negar una  vez tras otra hasta que los hechos le obligaron a rectificar. Rodríguez mintió. Ha mentido siempre, desde su primera victoria electoral hasta hoy. Mintió el otro día en el Senado cuando Pío García Escudero le desnudó las vergüenzas del papelón que hemos hecho como país con el asunto de Kosovo, y Rodríguez le salió recordando lo de Iraq y el envío “ilegal” de tropas. Esa fue la primera gran mentira y de la que luego nacieron todas las demás. Lo cuenta muy bien Inocencio Arias, que era entonces nuestro embajador ante la ONU. La mentira esgrimida hasta la saciedad por Rodríguez y los suyos se basa en que España envió tropas a Iraq de manera ilegal, sin amparo de la ONU, pero eso es rotundamente falso, una falsedad que se fundamente en el hecho de que la invasión de Iraq, y eso sí es cierto, no tenía el respaldo del Consejo de Seguridad al completo, pero también lo es que España no envió tropas en esa fase de la guerra. Una vez terminada la contienda y derrocado el régimen de Sadam, es cuando España envía tropas, pero lo hace bajo la bandera de la ONU puesto que ya entonces se aprobó una resolución que amparaba esa misión. De hecho, en junio de 2004 el actual Gobierno de Rodríguez votó a favor de una nueva resolución de amparo al envío de tropas, a pesar de que España ya había retirado las suyas como hacemos habitualmente con este Gobierno: por las bravas y sin avisar a nuestros aliados.