Es noticia
ZP une su destino a Roures y Cebrián, y nos carga el ‘muerto’ a los contribuyentes
  1. España
  2. Dos Palabras
Federico Quevedo

Dos Palabras

Por

ZP une su destino a Roures y Cebrián, y nos carga el ‘muerto’ a los contribuyentes

Tiene al país hecho un carajal, un cristo de los de si te he visto no me acuerdo, pero va a arreglar el mundo en versión

Tiene al país hecho un carajal, un cristo de los de si te he visto no me acuerdo, pero va a arreglar el mundo en versión laica de La Casa de la Pradera con Elena Salgado en el papel de la cegata Mary Ingells: demos gracias a Dios porque todo es susceptible de empeorar y, de hecho, empeorará. Pero según la vicepresidenta De la Vega, que hace el papel de Laura Ingells narrándonos toda esta tragicomedia esperpéntica, aunque con unas cuantas dosis más de adrenalina mezclada con ácido sulfúrico, Rodríguez es el Mahatma Ghandi de nuestra era, el santurrón que va a traer la paz universal y acabará con ese enemigo de la humanidad con ojos de serpiente y dientes de dragón que se llama liberalismo, algo así como el demonio malo malísimo por culpa del cual estamos donde estamos, o sea en el pozo del que nos va a sacar el benéfico socialismo. Luego dirá que no da mítines, pero vaya lengua viperina que estila la doña, y con eso de que Squeeze ya no quiere hacer el papel de malo y se deshace en elogios a Esperanza Aguirre, le han dejado a ella todo el mercado de la visceralidad y la crispación, y está como niño/a con zapatos nuevos, lo cual en ella es bastante habitual -lo de estrenar, digo-.

En fin, perdonen pero es que esto es ya como de coña marinera. Estos tíos no saben ni que inventar, ni que decir más allá de recursos a la demagogia y emplazamientos antidemocráticos al PP, con tal de distraer la atención de la gravedad de la situación económica, social e institucional a la que nos han conducido con su política errática y frentista. Y como a pesar de sus brindis al sol la realidad es que Rodríguez se encuentra más solo que la una rodeado de la gerontocracia socialista, algo así como el Politburó de Ferraz trasladado a La Moncloa para vigilar que no se perviertan las esencias doctrinales del partido que fundara Pablo Iglesias y al que diera vida militante Largo Caballero, el presidente se ha visto empujado a ceder a las presiones de las cadenas de televisión en un asunto en el que los perjudicados vamos a ser, como siempre, los sufridos ciudadanos. Sin apoyos en el Parlamento o con apoyos poco de fiar como ERC-IU-BNG, a los que tiene que contentar con anuncios en la línea frentista que tan buen resultado le dio en la pasada legislatura para sumar votos por la extrema izquierda, y con unos medios de comunicación que empiezan -ya era hora- a mirarle con suspicacia, Rodríguez se ha visto obligado a hacer un gesto que atraiga la atención de los dueños de las televisiones a través de la Ley Audiovisual.

La promesa de que TVE reducirá su presencia en la tarta publicitaria es como una manzana envenenada para la que Blancanieves somos todos los contribuyentes. La Ley Audiovisual llevaba paralizada desde el pasado mes de marzo precisamente por culpa de ese escollo: las televisiones privadas, afectadas por la crisis y la caída brutal de la publicidad, querían que las públicas les cedieran parte de su trozo en la tarta publicitaria. Eso estaría bien si a cambio las televisiones públicas redujeran sus presupuestos en la misma proporción o, incluso -lo que daría yo porque eso fuera así-, desaparecieran. Ni en sueños van a ocurrir ambas cosas o cada una por separado. Rodríguez ha cedido a la presión de las privadas, pero TVE mantendrá sus presupuestos y de privatizarse ni hablar, lo que significa que habrá que buscar otra fórmula de financiación que seguramente pasará por aumentar su asignación presupuestaria o por inventarse una especie de canon -otro más- que pagaríamos los televidentes independientemente de que pongamos o no el canal público cuando nos sentamos ante el televisor. Es decir, otro impuesto revolucionario como el de la mafia de la SGAE.

¿Y todo esto para qué? Pues es obvio: tener contentas a las televisiones de manera que las más militantes en la doctrina socialista no dejen de acudir en su ayuda cada vez que lo necesite y se impliquen más en su defensa y el ataque al PP -en ese segmento se encuentran La Secta y Cuatro-, y el resto o se mojen más o, al menos, no se pasen al bando contrario -Tele 5 y Antena 3-, de manera que al menos desde el punto de vista mediático Rodríguez pueda seguir teniendo la sartén por el mango. La Ley Audiovisual está hecha, sobre todo, a la medida de las exigencias de Roures y Contreras, los amigos de Rodríguez, la nueva secta de la información en España a la que la mafia del imperio de Don Polancone le puso la proa por haberles hecho perder el favor del poder. No es que ahora sean amigos, pero les une la necesidad. Y Rodríguez está dispuesto a darles buena parte de lo que piden a cambio de su lealtad y sumisión al proyecto zapateril. La Ley, fíjense, está hecha a mayor gloria de los intereses de Mediapró, la productora del binomio marxista-capitalista Roures-Contreras, que quiere quedarse también con alguna de las grandes antes de que se produzca el apagón analógico, y la favorita para el canje es Tele 5. ¿Y quién paga este desaguisado televisivo? El sufrido contribuyente y, por supuesto, la libertad, que será la que más sufra las consecuencias. Pero, eso, ¿a quién le importa?

Tiene al país hecho un carajal, un cristo de los de si te he visto no me acuerdo, pero va a arreglar el mundo en versión laica de La Casa de la Pradera con Elena Salgado en el papel de la cegata Mary Ingells: demos gracias a Dios porque todo es susceptible de empeorar y, de hecho, empeorará. Pero según la vicepresidenta De la Vega, que hace el papel de Laura Ingells narrándonos toda esta tragicomedia esperpéntica, aunque con unas cuantas dosis más de adrenalina mezclada con ácido sulfúrico, Rodríguez es el Mahatma Ghandi de nuestra era, el santurrón que va a traer la paz universal y acabará con ese enemigo de la humanidad con ojos de serpiente y dientes de dragón que se llama liberalismo, algo así como el demonio malo malísimo por culpa del cual estamos donde estamos, o sea en el pozo del que nos va a sacar el benéfico socialismo. Luego dirá que no da mítines, pero vaya lengua viperina que estila la doña, y con eso de que Squeeze ya no quiere hacer el papel de malo y se deshace en elogios a Esperanza Aguirre, le han dejado a ella todo el mercado de la visceralidad y la crispación, y está como niño/a con zapatos nuevos, lo cual en ella es bastante habitual -lo de estrenar, digo-.