Es noticia
La derecha que quiero, la derecha en la que creo
  1. España
  2. Dos Palabras
Federico Quevedo

Dos Palabras

Por

La derecha que quiero, la derecha en la que creo

Dicen de él que no entusiasma, que no genera ilusión en el electorado, que no transmite emociones y que su discurso político no embauca. En definitiva,

Dicen de él que no entusiasma, que no genera ilusión en el electorado, que no transmite emociones y que su discurso político no embauca. En definitiva, que no tiene carisma. Puede ser que, en efecto, esa descripción se ajuste como un guante a la personalidad de Mariano Rajoy Brey, gallego de 54 años, líder del PP y más que seguro candidato a la Presidencia del Gobierno cuando Rodríguez decida convocar las elecciones generales, que pueden ser en 2012 o antes si Dios quiere y todavía se apiada algo de nosotros. Puede ser, digo, aunque en algunos extremos sería discutible, pero yo me alegro. Verán, este en un país extraño, todavía muy vinculado a su historia reciente, con una opinión pública que, con la excepción de quienes se sienten más militantes a un lado u otro del espectro político, es poco dada a las estridencias y excesivamente conformista y complaciente hasta el punto de que solo se moviliza cuando se ve al borde del abismo, una sociedad egoísta con el dolor ajeno cuando no lo ve, pero capaz de implicarse en las causas más absurdas, una sociedad mentirosa que dice una cosas en las encuestas y luego hace justo la contraria, una sociedad fácilmente comprable con discursos vacíos y dogmas de todo a cien, una sociedad que en términos generales abdica de la libertad individual si eso supone que el Estado le resuelve sus problemas.

Es, por tanto, un país muy propicio a caer en manos de embaucadores, charlatanes y oportunistas: Rodríguez lo es, aunque tampoco tenga un gran carisma. Pero si el embaucador, charlatán y oportunista además tiene carisma, corremos el riesgo de caer en manos de un caudillo. Es lo que ocurría en la Andalucía de Manuel Chaves hasta ahora. Fue lo que ocurrió con esos casi tres lustros de ‘felipismo’. Los políticos carismáticos tienden a creerse indispensables, a fundirse con la sociedad y la sociedad con ellos, y llega un momento en el que se sitúan por encima de la ley y del Estado de Derecho porque se creen llamados a un destino superior. Hay excepciones, cierto: Suárez fue un político carismático y, sin embargo, un paladín de la libertad, pero aquellos eran otros tiempos y a su lado tuvo un país que necesitaba urgentemente pasar la página de la dictadura. Rajoy no es un político carismático si entendemos por carismático alguien capaz de entusiasmar, ilusionar, emocionar y embaucar. Pero, fíjense, el entusiasmo y la ilusión llegan por sí mismos, cuando el electorado de un partido ve cerca la victoria, y mucho más cuando la obtiene. Esa ola de entusiasmo convirtió en un político carismático a uno de los líderes más grises que ha generado la democracia española: Aznar. Y se lo acabó creyendo para desgracia suya y de su partido. Las emociones son algo muy personal, cada uno se emociona con lo que quiere y con lo que puede. Y, sinceramente, creo que es preferible para este país un político que convenza, no un político que embauque.

Mariano Rajoy Brey es un político honesto, que nunca ha renunciado a sus principios aunque FJL se harte de decirlo todos los días, que ha cometido errores como cualquier ser humano que se precie de serlo pero que también ha sabido aprender de ellos, que es verdad que hasta la pasada legislatura siempre intentó pisar los menos callos posibles y meterse en cuantos menos charcos mejor, pero que cuando se metió en uno y bien gordo -el Prestige- lo gestionó de cine, hasta el punto de que al PP no le pasó factura electoral lo que se aventuraba como su tumba bajo el mar negro del chapapote. Desde entonces no ha huido de ningún jardín, aunque sigue manejando los tiempos con temple de gallego y sus intervenciones con flema escocesa. Ahora, a las puertas de una nueva convocatoria electoral, arrecian de nuevo los vientos de la tempestuosa sucesión: “Si no le saca diez puntos a Rodríguez, está muerto”, dicen los que quieren verlo en el exilio cueste lo que cueste. Lo cierto es que cualquier resultado que suponga ganar al PSOE es una victoria para el PP y para el país, lo diga quién lo diga y lo diga cómo lo diga. Pero entonces se echa mano de otros argumentos: “No ha sabido combatir la corrupción en el PP…” ¿Qué corrupción? Hasta ahora, que yo sepa, aquellos que están bajo sospecha de haber tenido trato de favor con la trama de Correa han dimitido de sus cargos y han sido suspendidos de militancia –todavía estamos esperando la misma reacción en el PSOE con sus cargos imputados por corrupción-, y si lo que se hace es poner el acento en los famosos trajes de Camps, antes de acusarle de nada habrá que demostrar que, en efecto, fueron regalos a cambio de favores, y hoy por hoy esa concatenación de hechos no ha conseguido demostrarla nadie.

Trillo ya pagó los errores del Yak-42

“Le falta firmeza”, se añade. Pero lo cierto es que nadie se plantea la cuestión desde otro punto de vista: el PP está siendo objeto de una persecución político-judicial que, sobre la base de algún que otro comportamiento deshonesto que habrá que demostrar, se utiliza contra todas las instancias de ese partido a nivel nacional y autonómico, utilizando para ello medios de comunicación predispuestos, policía y jueces. Este sí es un verdadero caso de prevaricación que debería algún día acabar en los tribunales. ¿Por qué se le exige un ejercicio de autoridad a Rajoy, cuando cuatro meses después de saltar a las páginas de El País el caso Gürtel sigue sin haber una acusación fundada sobre ninguno de los dirigentes del PP a los que los medios de comunicación han puesto bajo sospecha? Y si lo que se le reprocha es que no se haya ‘cargado’ a Trillo, permítanme decirles que Trillo es, a estas alturas, un mal menor, un recurso al pataleo de medios de comunicación y periodistas que necesitan personificar en el ex ministro de Defensa sus propias contradicciones y carencias democráticas porque la mayoría de ellos viven, o han vivido, del ‘sobresueldo’. Pero lo cierto es que Trillo ya ha pagado con creces, en lo personal y en lo político, sus errores del Yak 42.

Volvemos, entonces, al discurso del ‘carisma’ y la ‘ilusión’. Los que se agarran a este argumento deben de pasarse el día visitando sedes del PP y conversando con militantes de este partido… O de lo contrario no saben de lo que hablan. Este servidor que trata con cierta frecuencia con militantes del PP ha percibido un cambio notable de actitud en la militancia de este partido desde las elecciones del 1 de marzo. Y, además, con su campaña agresiva y fascista, el PSOE está consiguiendo movilizar aún más al electorado de la derecha que se siente agredido en sus convicciones más íntimas. Es verdad que existe en la sociedad española, no solo en la militancia del PP, un estado de ánimo plomizo, pero no porque Rajoy sea más o menos carismático, sino por algo tan lógico como los efectos de una crisis que está llevando el drama a miles de hogares españoles. No hay ilusión, pero no la hay en ningún estrato social, independientemente de su significación política. La culpa de eso no es achacable al líder del PP, sino a Rodríguez y a su absoluta incompetencia. “Con la que está cayendo, el PP tendría que estar a diez puntos del PSOE en las encuestas”. Primero: la única encuesta que vale es la de las urnas, las demás solo marcan tendencias. Segundo: nunca, ni en los mejores momentos del PP, los sondeos han sido favorables a este partido hasta el punto de señalar diferencias abrumadoras y eso tiene que ver, y mucho, con el tipo de sociedad que tenemos y lo que dice en las encuestas y luego hace. Tercero: el PSOE está perdiendo votantes a chorros por el centro y la mayoría se van al PP, por eso la campaña agresiva y fascista del PSOE que lo único que pretende es recuperar votos por la izquierda a costa de ERC e IU con el argumento del miedo a la derecha.

En España, carisma es igual a corrupción

Y es ahí, al final, donde quería llegar. Miren, los líderes carismáticos nos han demostrado en este país que lejos de combatir la corrupción lo que han hecho es instalarse en ella y alimentarse de ella y, en algunos casos, han buscado la aniquilación política del contrario para perpetuarse en el poder. Este país no se merece otro González de los GAL-Filesa-Roldán, ni otro Aznar de El Escorial-Iraq, ni otro Rodríguez de los Falcon-Gürtel-Faycán-ETA-crisis… Este país se merece un presidente capaz de entenderse con amplias capas de la sociedad sin generar tensiones innecesarias en ninguna de ellas, moderado en las formas y en los modos, templado, abierto, de carácter reformista, que acepte los cambios pero no pretenda imponerlos, que esté dispuesto a afrontar desde el Gobierno ese proceso de regeneración democrática que tanto necesita este país. Rajoy representa esa derecha moderna que se asienta sobre la convicción de que esta es una nación de ciudadanos libres e iguales, que busca en ellos complicidad y que se dirige a ellos sin aspavientos ni demagogias, que interioriza los cambios sociales pero no traiciona los principios esenciales de una sociedad levantada sobre las bases del humanismo y el liberalismo, que promete gestión en lugar de falsas esperanzas, capaz de buscar y de encontrar puntos de acuerdo con quienes no piensan lo mismo, que se muestra tolerante y respetuosa con las ideas de los demás y con sus modos de ser y comportarse.

Quizá lo que le falla sea la manera de comunicarlo, cierto. La izquierda ha conseguido hacer creer a la opinión pública que su sectarismo es tolerancia, que su desprecio por la libertad es democracia, que su énfasis en imponer el Pensamiento Único es pluralismo, que su incompetencia es gestión, que sus ataques a una parte son igualdad, que su incapacidad para resolver problemas es ecologismo y sostenibilidad… Pero quienes creemos en la libertad chocamos con el muro infranqueable de quienes recurren al más puro estilo gobbeliano de comunicación. Dicho eso, a Rajoy no le vendrían mal algunos cambios que le ayudaran a comunicar mejor, a llegar con más claridad a la opinión pública, a innovar en los mensajes y en la manera de presentarlos -siendo conscientes de las limitaciones que impone un panorama mediático claramente desequilibrado hacia la izquierda-, a recurrir a las nuevas tecnologías y, sobre todo, a mostrar cara al ciudadano una mayor pasión en lo que los dirigentes del PP creen y confían, y a perder el miedo a decir ciertas cosas que puedan parecer políticamente incorrectas. Pero eso es corregible, y si el PP gana las elecciones europeas se está a tiempo de introducir esos cambios y ofrecer a la opinión pública la realidad de un partido fiable y capaz de sacar a este país de la crisis económica-política-institucional en la que se encuentra.

Dicen de él que no entusiasma, que no genera ilusión en el electorado, que no transmite emociones y que su discurso político no embauca. En definitiva, que no tiene carisma. Puede ser que, en efecto, esa descripción se ajuste como un guante a la personalidad de Mariano Rajoy Brey, gallego de 54 años, líder del PP y más que seguro candidato a la Presidencia del Gobierno cuando Rodríguez decida convocar las elecciones generales, que pueden ser en 2012 o antes si Dios quiere y todavía se apiada algo de nosotros. Puede ser, digo, aunque en algunos extremos sería discutible, pero yo me alegro. Verán, este en un país extraño, todavía muy vinculado a su historia reciente, con una opinión pública que, con la excepción de quienes se sienten más militantes a un lado u otro del espectro político, es poco dada a las estridencias y excesivamente conformista y complaciente hasta el punto de que solo se moviliza cuando se ve al borde del abismo, una sociedad egoísta con el dolor ajeno cuando no lo ve, pero capaz de implicarse en las causas más absurdas, una sociedad mentirosa que dice una cosas en las encuestas y luego hace justo la contraria, una sociedad fácilmente comprable con discursos vacíos y dogmas de todo a cien, una sociedad que en términos generales abdica de la libertad individual si eso supone que el Estado le resuelve sus problemas.

Mariano Rajoy