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Con un par, Patxi... con un par
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Federico Quevedo

Dos Palabras

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Con un par, Patxi... con un par

El próximo lunes se cumplen cincuenta años, nada más y nada menos, desde que se constituyera como organización armada Euskadi ta Askatasuna, ETA, un grupo de

El próximo lunes se cumplen cincuenta años, nada más y nada menos, desde que se constituyera como organización armada Euskadi ta Askatasuna, ETA, un grupo de asesinos y mafiosos nacido en las faldas del nacionalismo vasco que desde el primer momento comenzó una lucha sin cuartel contra una ficticia opresión del Estado español sobre el pueblo vasco. En aquellos momentos, en plena dictadura franquista, ETA encontró dos aliados claves para su supervivencia: por un lado la Iglesia vasca, estrechamente ligada a un nacionalismo de raíz democristiana, que puso a disposición de los asesinos de ETA sus sacristías y sus santuarios. Alguna vez he contado como en cierta ocasión subiendo al Santuario de Aranzazu en Guipúzcoa, punto de partida para una preciosa excursión que lleva hasta la cima del Aitzgorri, nos sorprendió una larga caravana de furgonetas de la policía que descendían del templo. Una vez en la explanada del mismo comprendimos la razón de semejante despliegue: dentro se había celebrado una asamblea de ETA, no pregunten ustedes cuál, porque no me acuerdo, pero allí los habían detenido a todos, y les aseguro que eran unos cuantos. Por otro lado, ETA contó también con la simpatía de una izquierda que vio en su lucha armada una oportunidad de hacer frente a la dictadura, sin darse cuenta de que con su complacencia estaba alimentando a un monstruo. El resto de la historia la conocen ustedes, más de mil muertos y cientos de miles de desplazados, entre los cuales me encuentro, producto de la sinrazón nacionalista, del peor de los fascismos.

Cincuenta años después, ETA sigue matando, extorsionando y condenando a la sociedad vasca a una convivencia marcada por el odio y el terror. Porque no es solo ETA y sus crímenes cobardes y sus actitudes mafiosas: es todo el entramado nacionalista que amparado en ETA ha montado una estructura de poder y servidumbre en el País Vasco, unos -el llamado nacionalismo moderado- levantando el edificio de su supremacía sobre el falso dogma de que sin ellos es imposible acabar con la violencia, y otros -el nacionalismo radical, la izquierda abertzale- construyendo un estado parapolicial sobre la base de una red de confidentes y espías cuyo trabajo es facilitar a ETA información sobre posibles objetivos y, al mismo tiempo, crear una permanente sensación de conflicto que de carta de naturaleza a la lucha armada de sus cobardes gudaris. Ambos nacionalismos han actuado, finalmente, al unísono en una sola dirección: la de marginar y amedrentar a los vascos no nacionalistas y acabar echando de sus tres provincias a los maketos que habían llegado allí con ánimo de trabajar y de contribuir al futuro y al desarrollo de aquella tierra. Y, hasta ahora, habían venido consiguiendo sus objetivos, a falta de uno que estuvieron a punto de alcanzar en la pasada legislatura gracias a la torpeza y a la política radical e irresponsable de un presidente del Gobierno sin principios y con la única ambición de mantenerse en el poder a costa de lo que sea.

Ese escenario, sin embargo, ha cambiado. Bien por oportunismo, bien por convicción, lo cierto es que el Gobierno ha modificado sustancialmente su política antiterrorista y ésta vuelve a ser eficaz. Pero, sin duda, el principal cambio se ha producido allí, y de una manera trascendental hasta el punto de que somos muchos los que no siendo socialistas hoy podemos sentirnos orgullosos de que un lehendakari socialista haya, por fin, dignificado todo el sufrimiento que han supuesto estos cincuenta años de cobardía nacionalista e imposición totalitaria. La valentía y la fortaleza mostradas por la viuda de Eduardo Puelles, la última víctima del fascismo etarra, y que sus palabras se hayan podido escuchar dichas a la vera del principal cargo político del País Vasco, que la ETB haya retransmitido en directo las manifestaciones de dolor, la unidad de los cuerpos policiales, el regreso de las banderas españolas con crespones negros a los balcones y el propio discurso contundente de Patxi López, nos hacen creer que, de verdad, algo ha cambiado en el País Vasco y que se puede recuperar el terreno que el sentido común y la cordura habían cedido ante la presión de la sinrazón y el totalitarismo. Estos días posteriores al asesinato cobarde de Eduardo Puelles han dado la razón a quienes defendimos desde el primer momento que el PP tenía que hacer el gesto de generosidad de permitir que gobernara López, a pesar de los antecedentes, y hoy Antonio Basagoiti y todo el PP vasco pueden sentirse orgullosos de haber hecho lo que han hecho.

Faltan pasos por dar. Si, como exigía en su discurso Patxi López, la democracia está decidida a no dar ni el más mínimo espacio al entorno de ETA, el propio lehendakari debería exigir al Gobierno de Rodríguez que haga un gesto para acabar con la impunidad de esa lista que de manera absolutamente irresponsable permitió el Tribunal Constitucional concurrir a las elecciones europeas, la lista que encabeza Alfonso Sastre, portavoz de los asesinos ahora que Otegi -con permiso de La Secta- está en el ostracismo mediático. Las amenazas de Sastre, sus anuncios de socialización del dolor, deberían servir de argumentación más que suficiente para que la Fiscalía del Estado actúe contra Iniciativa Internacionalista y aleje la posibilidad de que en el futuro esta nueva marca del fascismo etarra pueda volver a presentarse en unas elecciones, sean las que sean. Pero también es comprensible pensar que a lo mejor Rodríguez sigue haciendo cálculos electorales y que esté esperando un gesto de ETA para volver a la mesa de la negociación con la única aspiración de que la pandilla de canallas entregue las armas. Si esto fuera así, haría bien Patxi López en desmarcarse de una estrategia que se ha demostrado profundamente equivocada porque, de no hacerlo, puede que ésta sea la última oportunidad de que en el País Vasco se produzca una alternancia política que permita consolidar en sus instituciones una verdadera democracia. De lo contrario, el destino de aquella sociedad es volver a caer en manos del totalitarismo nacionalista por los siglos de los siglos.

El próximo lunes se cumplen cincuenta años, nada más y nada menos, desde que se constituyera como organización armada Euskadi ta Askatasuna, ETA, un grupo de asesinos y mafiosos nacido en las faldas del nacionalismo vasco que desde el primer momento comenzó una lucha sin cuartel contra una ficticia opresión del Estado español sobre el pueblo vasco. En aquellos momentos, en plena dictadura franquista, ETA encontró dos aliados claves para su supervivencia: por un lado la Iglesia vasca, estrechamente ligada a un nacionalismo de raíz democristiana, que puso a disposición de los asesinos de ETA sus sacristías y sus santuarios. Alguna vez he contado como en cierta ocasión subiendo al Santuario de Aranzazu en Guipúzcoa, punto de partida para una preciosa excursión que lleva hasta la cima del Aitzgorri, nos sorprendió una larga caravana de furgonetas de la policía que descendían del templo. Una vez en la explanada del mismo comprendimos la razón de semejante despliegue: dentro se había celebrado una asamblea de ETA, no pregunten ustedes cuál, porque no me acuerdo, pero allí los habían detenido a todos, y les aseguro que eran unos cuantos. Por otro lado, ETA contó también con la simpatía de una izquierda que vio en su lucha armada una oportunidad de hacer frente a la dictadura, sin darse cuenta de que con su complacencia estaba alimentando a un monstruo. El resto de la historia la conocen ustedes, más de mil muertos y cientos de miles de desplazados, entre los cuales me encuentro, producto de la sinrazón nacionalista, del peor de los fascismos.

Patxi López