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El Gobierno: "Somos víctimas del fracaso de la Unión Europea"
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Federico Quevedo

Dos Palabras

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El Gobierno: "Somos víctimas del fracaso de la Unión Europea"

Me consta, y no hay más que asomarse a las redes sociales para comprobarlo, que estos días mucho resentido de izquierdas, de esos que jamás aceptan

Me consta, y no hay más que asomarse a las redes sociales para comprobarlo, que estos días mucho resentido de izquierdas, de esos que jamás aceptan que en una democracia se produzca la alternancia en el poder salvo que sean ellos mismos los que se sucedan en los cargos, se frotan las manos viendo sufrir al Gobierno de Mariano Rajoy y al propio presidente los efectos perversos de una crisis que los economistas han llamado de deuda pero que, a estas alturas, va bastante más allá y no es más que la consecuencia de otra peor: la crisis del euro. Es una solemne estupidez, porque el trago que está pasando este Gobierno lo estamos pagando todos los españoles. Es un trago amargo, muy dilatado en el tiempo pues los primeros sorbos ya los dio el Gobierno de Rodríguez Zapatero, pero es al PP al que le ha tocado sin duda la peor parte. La experiencia debería servir, ya lo he dicho muchas veces, para que ambos partidos tendieran puentes y abandonaran las trifulcas partidistas en aras del bien común, pero ya habrá tiempo de seguir insistiendo en ese camino que cada día se hace más imprescindible.

Es importante ahora aclarar algunas cosas, principalmente por qué estamos aquí, qué es lo que está pasando y hacia dónde parece que vamos. Quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos. Lo que somos, en este momento, ya lo saben ustedes: un país prácticamente intervenido aunque no formalmente, al que se le está exigiendo un grado de ajuste absolutamente brutal a cambio de nada, sometido a unas tensiones insoportables y que ha perdido ya cualquier capacidad de maniobra para evitar el acoso de los malditos mercados. Somos un país con un sistema financiero roto -la mitad de él en quiebra- al que hemos decidido salvar in extremis con ayuda exterior a cambio, eso sí, de endurecer los ajustes, es decir, de hacer más sacrificios los ciudadanos. Somos un país con cinco millones y medio de parados, anímicamente hundido, y al borde de la quiebra porque ni las Comunidades Autónomas ni la Administración Central tienen ya liquidez para poder pagar las nóminas de los empleados públicos en los próximos meses. Somos un país en recesión, al que la dureza de los ajustes no permite tener un mínimo rayo de esperanza ni a corto ni a medio plazo porque la recesión va a seguir el año próximo y ya veremos si en 2014 también.

Si Europa no quiere ayudarnos a solucionar un problema que ella misma ha contribuido a crear, entonces no debemos de seguir haciendo esfuerzos inútiles por seguir adelante con un proyecto que ha demostrado su más absoluto fracaso por culpa de esas sobrias mentes pensantes de los países supuestamente más serios y más trabajadores de la Unión

De dónde venimos también lo saben ustedes: en los últimos años hemos acumulado un doble problema que está fagocitando nuestra capacidad de crecimiento y que nos ha conducido al borde de este abismo, la deuda y el déficit. Es verdad que no tenemos un problema grave de deuda pública, que sigue estando por debajo de la media europea, pero nuestra deuda privada se disparó en los años del boom inmobiliario hasta sumar entre una y otra más de un billón de euros. Los bancos se dedicaron a dar créditos a mansalva a empresas y familias, y a su vez éstos se financiaban en el exterior -principalmente en Alemania y Francia- al mismo tiempo que para favorecer los intereses económicos de Alemania que necesitaba financiar su reunificación el Banco Central Europeo se dedicó a llevar a cabo una política agresiva de tipos de interés bajos que facilitaron la explosión del ladrillo en una espiral atroz de endeudamiento que al mismo tiempo permitió a las empresas alemanas hacer su agosto vendiendo en España lo que nunca jamás habían vendido. ¿Sabían ustedes que el país que más coches de la marca Cayenne de Porsche compró fue el nuestro? Eso es solo un reflejo del despropósito de esos años financiado por la banca alemana mientras el Banco de España miraba para otro lado y hacía caso omiso a los informes de los inspectores que ya anunciaban el riesgo que estaba asumiendo nuestro sistema financiero.

Ahora hay que pagar aquel exceso, y si no lo pagamos, vamos a la quiebra. Porque, además, mientras hubo dinero, hubo superávit en las cuentas públicas, pero cuando empezó la crisis –esa que negaba por activa y por pasiva Zapatero-, las empresas españolas que también hacían negocio dentro de nuestras fronteras y no se preocuparon de buscarlo fuera comenzaron a cerrar, creció el desempleo, bajaron los ingresos y apareció el temido déficit público hasta el punto de que la Unión Europea nos abrió eso que se llama un procedimiento por déficit excesivo. Lo peor de todo, es que lejos de hacer el ajuste cuando había que haberlo hecho, el Gobierno de Zapatero se dedicó a intentar seguir viviendo en el País de las Maravillas casi hasta el último día, tan es así que en 2011 se gastó 90.000 millones de euros más de lo que ingresó, y como había que financiar ese déficit, la deuda pública se ha disparado durante los últimos años hasta el extremo de que el principal capítulo de gasto de los presupuestos es el más improductivo de todos: los intereses de la deuda.

Tampoco hizo los deberes en el sistema financiero, como ya se ha denunciado muchas veces, y ahora estamos pagando ese retraso respecto del resto de la UE donde sí se hizo el saneamiento entre los años 2008 y 2010. Sabemos dónde estamos, sabemos de dónde venimos, pero no sabemos a dónde vamos. Y no lo sabemos porque si bien es cierto que este análisis sucinto es así, lo que también es cierto es que buena parte de todos esos problemas tendrían que haber tenido una solución en el marco de la Unión Europea, pero no ha podido ser porque, básicamente y como me decía ayer por la tarde un ministro del Gobierno, “España está siendo victima del fracaso de la Unión”, que se ha demostrado absolutamente incompetente a la hora de resolver los problemas de sus socios, como se ha demostrado con Grecia y Portugal, y como se empieza demostrar con España y con Italia. ¿A dónde vamos? Esta es la gran pregunta que toca hacerse estos días, pero cada vez tengo más claro que el único camino posible, salvo que algo cambie de repente en las sobrias cabezas de los dirigentes nórdicos, es a nuestra salida del euro: “Estamos abocados a una reestructuración de la deuda, y podemos hacerlo dentro del euro o fuera del euro, y el Gobierno empieza a creer que es mejor hacerlo fuera”, dice mi fuente.

Si Europa no quiere ayudarnos a solucionar un problema que ella misma ha contribuido a crear, entonces no debemos de seguir haciendo esfuerzos inútiles por seguir adelante con un proyecto que ha demostrado su más absoluto fracaso por culpa de esas sobrias mentes pensantes de los países supuestamente más serios y más trabajadores de la Unión. Miren, deberíamos negarnos como país a permitir que un pequeño estado como Finlandia, con una población y un PIB que no superan los límites de la Comunidad de Madrid, pueda decidir sobre nuestro futuro. Es el momento de la firmeza, del patriotismo, es la hora de que el presidente del Gobierno sienta el apoyo del país y eso le dé aliento para plantarse delante de Angela Merkel y le diga: “Hasta aquí hemos llegado y no estamos dispuestos a seguir aguantando vuestra estúpida obstinación… O cambia Europa, o se acaba Europa”. Y si tiene que ser España la que rompa esa baraja, que lo haga, al menos habremos dado un capítulo nuevo para la Historia cuando se estudie dentro de cien años.

Me consta, y no hay más que asomarse a las redes sociales para comprobarlo, que estos días mucho resentido de izquierdas, de esos que jamás aceptan que en una democracia se produzca la alternancia en el poder salvo que sean ellos mismos los que se sucedan en los cargos, se frotan las manos viendo sufrir al Gobierno de Mariano Rajoy y al propio presidente los efectos perversos de una crisis que los economistas han llamado de deuda pero que, a estas alturas, va bastante más allá y no es más que la consecuencia de otra peor: la crisis del euro. Es una solemne estupidez, porque el trago que está pasando este Gobierno lo estamos pagando todos los españoles. Es un trago amargo, muy dilatado en el tiempo pues los primeros sorbos ya los dio el Gobierno de Rodríguez Zapatero, pero es al PP al que le ha tocado sin duda la peor parte. La experiencia debería servir, ya lo he dicho muchas veces, para que ambos partidos tendieran puentes y abandonaran las trifulcas partidistas en aras del bien común, pero ya habrá tiempo de seguir insistiendo en ese camino que cada día se hace más imprescindible.