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¿Tenemos los políticos que nos merecemos?
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Federico Quevedo

Dos Palabras

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¿Tenemos los políticos que nos merecemos?

El lunes el Centro de Investigaciones Sociológicas hizo público un barómetro con resultados francamente muy preocupantes. Sin duda, el que más impacto mediático tuvo fue ese

El lunes el Centro de Investigaciones Sociológicas hizo público un barómetro con resultados francamente muy preocupantes. Sin duda, el que más impacto mediático tuvo fue ese aumento muy considerable de la mala opinión que tienen los ciudadanos sobre los políticos, sobre eso que llamamos clase política y que a ellos tan poco les gusta. Son ya muchos meses en los que, barómetro tras barómetro, la opinión pública española sitúa a la clase política como el tercer problema real del país, el segundo si tenemos en cuenta que los dos primeros, economía y paro, van de la mano. Y, lejos de disminuir, esa opinión aumenta alarmantemente. Tanto que en sendas ruedas de prensa de PP y PSOE los periodistas preguntaros a sus respectivos portavoces, Carlos Floriano y Oscar López, por este asunto. Y, ¿qué creen que hicieron? Pues tirarse los trastos a la cabeza uno al otro.

Mi amigo @caval100 se hizo eco en su twitter de esta circunstancia y los dos coincidimos en que eso era justamente lo contrario de lo que la sociedad está demandando a su clase política y, principalmente, a los dos partidos que se alternan en el poder. Permítanme que hoy haga algunas reflexiones a bote pronto, pero ya les anuncio que desde casi nuestras antípodas ideológicas, @caval100 y éste que suscribe estamos preparando un artículo de opinión que pretende ser un revulsivo e intentar remover, aunque sea un poco, las conciencias de nuestros políticos, porque de lo contrario corremos el riesgo de perder todo aquello por lo que tanto hemos luchado -unos han luchado más que otros, y seguro que Víctor más que yo- y tanto nos ha costado conseguir. Es evidente, y así lo vengo diciendo desde hace tiempo, que estamos viviendo uno de los momentos más trascendentales como país al menos desde que iniciamos la Transición, porque hoy se cuestiona todo el modelo político-institucional sobre el que levantamos el edificio de nuestro sistema democrático.

Casos como el de Camps en Valencia, Fabra en Castellón o Griñán en Andalucía son lo suficientemente sintomáticos de esa enfermedad sistémica que afecta, no solo a la clase política, sino a la propia sociedad, y, en definitiva, ellos no son más que el reflejo de lo que nosotros proyectamosNo voy a ir más allá, lo dejaré para ese artículo escrito desde la distancia ideológica y la coincidencia en la preocupación por el país y su futuro y espero que El Confidencial recoja el guante de publicarlo, y convertirlo si fuera menester en un manifiesto de la sociedad civil que sirva de aldabonazo para que algo empiece a cambiar, pero de verdad, y no solo con falsas promesas y palabras huecas y vacías. Déjenme que responda, sin embargo, a la pregunta que me hago en el título de este post: ¿tenemos los políticos que nos merecemos? La respuesta no debería ser otra que afirmativa, porque sin duda ellos están ahí porque nosotros les hemos votado. Es verdad, sin embargo, que el sistema nos ofrece pocas posibilidades para que sea de otro modo. Esto pasa aquí y en la mayoría, por no decir en todos, de los países con sistemas democráticos, por lo que probablemente ese sea, al final, uno de los hándicaps con los que cuenta la propia democracia.

La verdad es que yo creo que los ciudadanos tampoco podemos escapar de nuestra propia responsabilidad, porque si bien es cierto que existe ese hándicap e incluso en los sistemas más abiertos como el norteamericano al final la elección siempre está condicionada, también lo es que el sistema nos ofrece otras alternativas y no las aprovechamos. Es más, incluso en circunstancias en las que como ciudadanos tendríamos la obligación moral de castigar a los políticos -casos de corrupción, de gestión desastrosa…-, no solo no lo hacemos, sino que encima les seguimos premiando con mayorías absolutas o con opciones de gobierno. Casos como el de Camps en Valencia, Fabra en Castellón o Griñán en Andalucía son lo suficientemente sintomáticos de esa enfermedad sistémica que afecta, no solo a la clase política, sino a la propia sociedad, y, en definitiva, ellos no son más que el reflejo de lo que nosotros proyectamos.

Pero todo esto es susceptible de cambiar, de mejorar… Tenemos los políticos que hemos querido tener, pero estamos obligados a exigirles un mayor compromiso con la sociedad. Son nuestros representantes, nunca han dejado de serlo, y nosotros no somos sus súbditos. No se trata por tanto de cambiarlos, ni de subvertir el sistema, sino de reclamarles que cumplan con aquello con lo que se comprometieron, que no es otra cosa que el servicio al interés general y el bien común.

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El lunes el Centro de Investigaciones Sociológicas hizo público un barómetro con resultados francamente muy preocupantes. Sin duda, el que más impacto mediático tuvo fue ese aumento muy considerable de la mala opinión que tienen los ciudadanos sobre los políticos, sobre eso que llamamos clase política y que a ellos tan poco les gusta. Son ya muchos meses en los que, barómetro tras barómetro, la opinión pública española sitúa a la clase política como el tercer problema real del país, el segundo si tenemos en cuenta que los dos primeros, economía y paro, van de la mano. Y, lejos de disminuir, esa opinión aumenta alarmantemente. Tanto que en sendas ruedas de prensa de PP y PSOE los periodistas preguntaros a sus respectivos portavoces, Carlos Floriano y Oscar López, por este asunto. Y, ¿qué creen que hicieron? Pues tirarse los trastos a la cabeza uno al otro.