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Debate sobre el estado de la Corrupción
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Federico Quevedo

Dos Palabras

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Debate sobre el estado de la Corrupción

“Los políticos y los pañales se han de cambiar muy a menudo… Y por los mismos motivos”. Ayer un amigo me recordaba esta frase de sir

Los políticos y los pañales se han de cambiar muy a menudo… Y por los mismos motivos”. Ayer un amigo me recordaba esta frase de sir George Bernard Shaw, premio Nobel de literatura en 1925 y Oscar al mejor guion por My Fair Lady, basada en su obra Pigmalión. Es una exageración, sin duda, porque de lo contrario sería como reconocer que todos los políticos son unos corruptos y es evidente que eso no es así. El problema es que se han dado demasiados casos y demasiado escandalosos. Eso ha puesto en tela de juicio a toda la clase política y ha provocado una enorme brecha entre los ciudadanos y aquellos a quienes elegimos para que nos representen en los distintos estamentos, brecha que está afectando directamente a los cimientos mismos del sistema.

Asomarse a las páginas de los periódicos, a los informativos de las radios y de las televisiones, a las tertulias que invaden la parrilla, exige un esfuerzo adicional para contener la náusea que provoca el hedor de tanta corrupción. Uno de los mecanismos que, en efecto, tiene la democracia para luchar contra este mal -que por otra parte existirá siempre- es precisamente la capacidad ciudadana para ‘cambiar’ a los políticos que la representan. El problema es que cuando un sistema como el nuestro se fundamenta en un modelo partitocrático, al ciudadano se le resta poder en su capacidad de elección o cambio porque la decisión sobre quien o quienes engrosan las listas de los partidos en las elecciones recae sobre los aparatos de los mismos, de tal modo que los ciudadanos eligen siglas, no personas.

Hasta tal punto está sometido el sistema al control de los partidos que incluso podría darse la circunstancia de que el partido ganador de las elecciones cambiara a su candidato a presidente del Gobierno y votara a otro, y sería legítimo. Bien, esto es lo que hay. Siendo sinceros, aunque a mí me gustaría que cambiara por un modelo diferente -y seguramente a muchos de ustedes también-, no veo predisposición de nuestros partidos políticos para hacerlo. Pero hay que obrar algo, y eso ya nadie lo pone en duda. Ni siquiera el propio Gobierno. Un ministro me reconocía el lunes por la mañana que “hay demasiado ruido, y ese ruido no deja trabajar, ni deja ver lo mucho que se ha conseguido este año”.

Es una pena que cuando este país empieza a encontrar el camino de la recuperación, cuando hay mucha gente de bien trabajando por sacarlo adelante desde todos los estamentos sociales y políticos, por culpa de unos cuantos –bastantes, por cierto, no unos pocos- chorizos y corruptos estemos poniendo en peligro el edificio de una democracia que hemos tardado tanto tiempo en levantarEs cierto que se ha conseguido mucho, aunque haya quienes viéndolo desde una perspectiva de oposición opinen lo contrario… Pero lo cierto es que fuera de nuestras fronteras -ya se sabe que nadie es profeta en su tierra- el Gobierno está consiguiendo reconocimientos que se le niegan de puertas para dentro, y el primero de ellos es que a pesar de todo ese ruido los mercados siguen confiando en nuestro país, la prima de riesgo sigue relajada y el Tesoro no deja de batir récords de colocación de deuda.

Pero es que, además, España ha conseguido hacer un ajuste muy intenso y muy rápido. “La velocidad de cambio está siendo sorprendente”, me decía ese mismo ministro el mismo día. “Nadie se esperaba que el cambio se produjera tan rápido, ni Rajoy, ni el Gobierno ni los organismos internacionales”, añadía, pero lo cierto es que ya la UE y el FMI empiezan a valorar esa capacidad de ajuste de la economía española que ofrece síntomas de recuperación, aunque todavía no sean perceptibles por la economía real, es decir, por la calle. De ahí la insistencia de Rajoy en que al final de año empezaremos a salir de la crisis: la macroeconomía ya ve luz al final de túnel, aunque todavía esa luz no llegue a la microeconomía.

Este debería ser el debate del estado de la Nación, este y el de cuáles deben ser a partir de ahora las políticas que favorezcan la actividad y la creación de empleo. Pero lejos de ser ese, hoy el enfrentamiento entre el secretario general del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba, y el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, va a discurrir por los derroteros de la corrupción. Y es inevitable que sea así, porque lo cierto es que mientras la economía se desmarca del clima de desesperanza y malestar que invade a la ciudadanía, los árboles de la corrupción impiden ver el bosque, y la mejor manera de solucionarlo es talándolos.

Es decir, afrontar este problema de una vez con todas sus consecuencias y proponer medidas contundentes que inviten a la sociedad a creer que, por fin, los políticos han escuchado sus mensajes. ¿Va a ser así?

 

No lo sé; se lo diré a ustedes mañana cuando la parte esencial de este debate del estado de la Nación se haya celebrado ya, pero no puedo ocultarles mi desconfianza. Es una pena que cuando este país empieza a encontrar el camino de la recuperación, cuando hay mucha gente de bien trabajando por sacarlo adelante desde todos los estamentos sociales y políticos, por culpa de unos cuantos –bastantes, por cierto, no unos pocos- chorizos y corruptos estemos poniendo en peligro el edificio de una democracia que hemos tardado tanto tiempo en levantar. 

Los políticos y los pañales se han de cambiar muy a menudo… Y por los mismos motivos”. Ayer un amigo me recordaba esta frase de sir George Bernard Shaw, premio Nobel de literatura en 1925 y Oscar al mejor guion por My Fair Lady, basada en su obra Pigmalión. Es una exageración, sin duda, porque de lo contrario sería como reconocer que todos los políticos son unos corruptos y es evidente que eso no es así. El problema es que se han dado demasiados casos y demasiado escandalosos. Eso ha puesto en tela de juicio a toda la clase política y ha provocado una enorme brecha entre los ciudadanos y aquellos a quienes elegimos para que nos representen en los distintos estamentos, brecha que está afectando directamente a los cimientos mismos del sistema.