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¿Es democrático ‘okupar’ el Congreso?
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Federico Quevedo

Dos Palabras

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¿Es democrático ‘okupar’ el Congreso?

“Ocupa, quema, asedia… que lo llamen como quieran; el Congreso será para el pueblo o no será”. Bajo esta premisa está prevista para hoy por la

“Ocupa, quema, asedia… que lo llamen como quieran; el Congreso será para el pueblo o no será”. Bajo esta premisa está prevista para hoy por la tarde una concentración no autorizada cuyo objetivo fundamental es asediar el Congreso de los Diputados e impedir que sus señorías lo abandonen hasta conseguir la dimisión del actual Gobierno, la disolución de las Cortes, la caída de la Monarquía y la convocatoria de un periodo constituyente. O sea, una revolución. Para qué andarnos con remilgos: una revolución violenta y antidemocrática. Es revolución porque pretende ir contra el orden establecido. Es violenta porque cualquier medida de coacción lo es, sin necesidad de que haya armas de por medio. Y es antidemocrática porque pretende imponer a la mayoría la decisión de una minoría, saltándose las reglas del juego del Estado de derecho a sabiendas de que, con ese programa político, nunca obtendrían un respaldo mínimamente respetable en unas elecciones generales.

La gente no es idiota. La gente puede estar muy cabreada por la crisis, por las medidas del Gobierno -los ajustes-, por los casos de corrupción… Puede estar muy desafecta hacia el poder político, hacia su clase dirigente, y tiene razones muy convincentes y poderosas para estarlo. Pero la gente no es idiota, insisto, porque sabe lo mucho que nos ha costado en este país construir un Estado de derecho, tener una democracia avanzada… Lo que la gente quiere es mejorar todo eso, no destruirlo, y lo que quieren los convocantes de la acción violenta de hoy es destruirlo, no mejorarlo. La pretensión de los revolucionarios no es nueva, y en la historia contemporánea tenemos ejemplos muy destacados de hacia dónde conducen experimentos como el que Ortega llamó “la rebelión de las masas”, la ocupación del poder por parte de una pretendida mayoría social que no existe más allá del imaginario de los agitadores.

La única forma real de saber si la gente, si la mayoría de la gente, está de acuerdo con un movimiento de estas características es el voto. El voto es la única manera de individualizar a la masa¿Son ellos el pueblo? ¿A quién representan? Los agitadores esgrimen números inventados o difíciles de verificar, cientos de miles de personas que se unen en una manifestación, un millón y medio de firmas de una ILP sobre desahucios -por cierto, no decían lo mismo cuando otro millón y medio de firmas reclamaba la marcha atrás de la Ley del Aborto del Gobierno de Zapatero-… Pero, en realidad, no existe manera de verificar esos datos y, desde luego, no es posible convenir que todos los que se suman a una causa justa o a una protesta respaldan también una acción revolucionaria como la de hoy. Luego la única forma real de saber si la gente, si la mayoría de la gente, está de acuerdo con un movimiento de estas características es el voto. El voto es la única manera en la que la masa se individualiza y, lejos de dejarse llevar por la vulgaridad de lo colectivo, actúa conforme a un orden político, moral, social, económico e, incluso, religioso, que da sentido a su existencia y a su convivencia.

Por eso lo que hoy se convoca bajo una pretendida excusa democrática de dar voz al pueblo no es más que un ejercicio del más puro totalitarismo en la medida en que lo que hace, precisamente, es restarle voz al pueblo, callarle la boca, silenciarlo para siempre como ha ocurrido otras tantas veces en las que los revolucionarios han tenido éxito. Los políticos se equivocan, sin lugar a dudas. Ha sido así siempre porque forma parte de la condición humana cometer errores. Los ciudadanos examinan, y votan en consecuencia, y esa es la ley fundamental del sistema democrático que se sustenta en el derecho a elegir. La democracia, además, articula mecanismos para que la sociedad se pronuncie de otras maneras, y en esto soy el primero que comparto la necesidad de mejorar los vehículos de comunicación entre el pueblo y el poder que emana de sí mismo. Pero esta es la fórmula que mejor ha funcionado durante siglos, porque cualquier otro intento de democracia asamblearia ha acabado siempre en dictadura o en régimen totalitario.

Y, hombre, yo qué quieren que les diga, no estoy dispuesto a aceptar el derrocamiento de un Gobierno legítimo salido de las urnas y la caída de un régimen democrático para que acabe dirigiendo los destinos del país Ada Colau disfrazada del Che Guevara con el loco de Xosé Manuel Beiras como comandante de la policía del régimen liándose a puñetazo limpio. Piénsenlo dos veces si tienen la intención de acudir esta tarde al Congreso: lo que está en juego es todo aquello por lo que hemos luchado y que tanto nos ha costado construir; la alternativa es la que les he expuesto.

“Ocupa, quema, asedia… que lo llamen como quieran; el Congreso será para el pueblo o no será”. Bajo esta premisa está prevista para hoy por la tarde una concentración no autorizada cuyo objetivo fundamental es asediar el Congreso de los Diputados e impedir que sus señorías lo abandonen hasta conseguir la dimisión del actual Gobierno, la disolución de las Cortes, la caída de la Monarquía y la convocatoria de un periodo constituyente. O sea, una revolución. Para qué andarnos con remilgos: una revolución violenta y antidemocrática. Es revolución porque pretende ir contra el orden establecido. Es violenta porque cualquier medida de coacción lo es, sin necesidad de que haya armas de por medio. Y es antidemocrática porque pretende imponer a la mayoría la decisión de una minoría, saltándose las reglas del juego del Estado de derecho a sabiendas de que, con ese programa político, nunca obtendrían un respaldo mínimamente respetable en unas elecciones generales.