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Los pecados capitales del ministro Wert
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Federico Quevedo

Dos Palabras

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Los pecados capitales del ministro Wert

Si hay un país en el que nos gusta hacer comulgar al personal con ruedas de molino, ese país se llama España. Tenemos una tendencia innata

Si hay un país en el que nos gusta hacer comulgar al personal con ruedas de molino, ese país se llama España. Tenemos una tendencia innata al dogmatismo y no tardamos ni un minuto en descalificar al contrario si, aun estando en su derecho de hacerlo, toma decisiones que son contrarias a nuestros intereses. Bueno, perdónenme: es verdad que lo que estoy describiendo no es el comportamiento habitual de aquellos que se consideran liberal-demócratas, sino el de aquellos otros que, a un lado y otro del arco parlamentario, distan mucho de serlo. Da igual quien gobierne, siempre aparecen dogmáticos que se creen en posesión de la verdad. El problema es que mirando a la derecha son una minoría, pero mirando a la izquierda podría decirse que ocupan un espacio muy considerable, con honrosas excepciones que confirman la regla.

Durante los últimos 38 años, este país ha tenido gobiernos de distinto signo y, sin embargo, en materia educativa únicamente se han ensayado las propuestas de la izquierda. De hecho, y a pesar de los reiterados intentos por consensuar unos mínimos que garantizaran una cierta estabilidad sin que la educación estuviera sometida a cambios políticos, la izquierda siempre se negó a alcanzar ese grado de consenso sobre la base de una premisa que forma parte de su código genético: la educación le pertenece y, por lo tanto, sólo ella puede organizar y gestionar el sistema educativo en nuestro país bajo el criterio de que lo que más importa no es la calidad de la enseñanza, sino la igualdad de oportunidades para todos, independientemente de las capacidades individuales de cada uno, lo que ha contribuido por lógica a empobrecer intelectualmente a toda una generación.

Desde esta óptica, era obvio que cualquier intento del PP por cambiar las cosas iba a chocar con el muro infranqueable del dogmatismo, de ahí que el ministro Wert haya cometido, al menos, siete errores que constarán en el debe de su cuenta particular con los apóstoles del inmovilismo:

Primero, negociar. Con la izquierda y sus bases sociales no se puede negociar, hay que ceder directamente. No importan las innumerables ocasiones en que los representantes del Ministerio se hayan reunido con los de eso que se llama la comunidad educativa, ni que se hayan atendido las más de 30.000 sugerencias que se han recibido en la web del Departamento… Lo que importa es que el Gobierno no se ha bajado de la burra y quiere seguir adelante con su proyecto.

Segundo pecado, respetar la democracia. Es decir, la ley de la mayoría que, salida de las urnas, gana por goleada a cualquier otra pretensión de legitimidad que se le quiera dar a la contestación social orquestada. Y no deja de tener su aquel esta cuestión, sobre todo cuando la izquierda deslegitima el hecho de que la LOMCE se vaya a aprobar sólo con los votos del PP, porque no le ha importado antes que los populares no votaran de modo favorable a ninguna de las leyes del PSOE… Ah, pero entonces la izquierda gobernaba y, como ya sabemos, ellos siempre tienen la razón de su parte.

Tercero, pretender mejorar lo que había. Eso es casi una osadía, un atrevimiento inconcebible. En un país como el nuestro, que anualmente ocupa los últimos puestos del informe PISA, a nadie se le puede ocurrir la infeliz idea de pretender mejorar el sistema educativo sobre la base de introducir criterios de mayor exigencia en las distintas etapas escolares, porque obviamente eso implica que habrá alumnos que no puedan seguir sus estudios y rompe con la idea de la igualdad de oportunidades. La idea de que esos alumnos puedan engancharse a los estudios por la Formación Profesional no es suficiente porque, según la izquierda, se creará una desigualdad de clases… en un país donde la posición social hace tiempo que dejó de ganarse por el nivel educativo.

Si un padre quiere que sus hijos estudien religión, la elige, y no lo hace para que los niños pasen el rato, sino para que realmente la aprendan y la interioricen, luego tiene cierto sentido que sea evaluable. Y esto se hace en cumplimiento de los acuerdos Iglesia-Estado que ha suscrito el PSOECuarto pecado, intentar homogeneizar las materias educativas. Si lo anterior era una osadía, esto ya es una afrenta. A cualquiera que tenga dos dedos de frente se le ocurre pensar que en un país como este, asignaturas como la Lengua, las Matemáticas, la Historia, la Filosofía, etcétera, deberían ser iguales para todos… Pero no. Es verdad que en España cometimos el error de transferir la educación y la sanidad a las CCAA sin pensar en las consecuencias, pero, una vez hecho, es lógico que un Gobierno intente compensar ese déficit de igualdad territorial con una ley armonizadora. ¿Significa eso que las comunidades perderán capacidad de influencia sobre sus alumnos? La pregunta misma debería asustarnos, pero ese es el quid de la cuestión: el adoctrinamiento.

Quinto, hacer cumplir la ley. Así, tal cual. La ley y la Constitución, que, hay que recordarlo tantas veces, es la norma de la que emana nuestro marco de convivencia y que dice que el español, el castellano, es la lengua vehicular para toda la enseñanza y que todos los españoles tienen el derecho y el deber de conocer. No haría, ni hace falta, de hecho, más explicación que esa.

Sexto pecado, la religión. Si pasamos de la osadía a la afrenta, esto supera con creces todos los registros de la provocación a la izquierda anticlerical y dogmática. Vamos a ver, esto es muy simple: si un padre no quiere que sus hijos estudien religión, simplemente no la elige. Y ya está. Y si un padre quiere que sus hijos estudien religión, la elige, y además es muy razonable pensar que no lo hace para que los niños pasen el rato, sino para que realmente la aprendan y la interioricen, luego tiene cierto sentido que sea evaluable. Y esto se hace en cumplimiento de los acuerdos Iglesia-Estado que ha suscrito el PSOE –y que quiere derogar siempre que está en la oposición-, luego nada tiene de sorprendente ni de doctrinario. A nadie se le obliga a estudiar religión, por mucho que la izquierda se empeñe en contarnos lo contrario.

Séptimo, eliminar Educación para la Ciudadanía. Zapatero llegó al Gobierno subido al caballo de tres promesas esenciales: traer las tropas de Iraq, derogar el Plan Hidrológico y la Ley de Calidad de la Educación, que ni siquiera llegó a entrar en vigor. Lo hizo, en efecto, y no pasó nada. Rajoy prometió siempre que eliminaría la asignatura de Educación para la Ciudadanía, doctrinaria donde las haya. Ha tardado en hacerlo, pero al menos ya está en proyecto. Pero claro, Rajoy no tiene derecho a cumplir con su programa, dicen los mismos que lo deslegitiman por no hacerlo en otras materias como la económica… Y eso que la intención del Gobierno es otra: convertirla en una asignatura transversal, de modo que sus contenidos impregnen toda la etapa escolar, y no sólo dos o tres cursos.

Miren, yo no voy a reiterar argumentos que ya se han dado hasta la saciedad. Hemos vivido una larga época de conformismo en un país que tradicionalmente se ha caracterizado por ser extraordinariamente creador y que ha aportado al mundo una riqueza intelectual y cultural admirables. Pero, como escribe Julián Marías, “esa actitud española ha llevado de manera habitual, acentuada en algunas épocas, a un pesimismo fundado en ignorancia o desestimación de lo propio que ha hecho infecundas, al menos provisionalmente, algunas de las creaciones más originales de España”. Esto puede corregirse, y puede hacerse desde la base, desde nuestro modelo educativo. Yo no sé si la LOMCE es la solución definitiva, pero al menos es un paso en la buena dirección. Démosle la oportunidad de demostrarlo, aunque sea, al menos, por una cuestión tan democrática como es el respeto a la mayoría cualificada del Parlamento.

Si hay un país en el que nos gusta hacer comulgar al personal con ruedas de molino, ese país se llama España. Tenemos una tendencia innata al dogmatismo y no tardamos ni un minuto en descalificar al contrario si, aun estando en su derecho de hacerlo, toma decisiones que son contrarias a nuestros intereses. Bueno, perdónenme: es verdad que lo que estoy describiendo no es el comportamiento habitual de aquellos que se consideran liberal-demócratas, sino el de aquellos otros que, a un lado y otro del arco parlamentario, distan mucho de serlo. Da igual quien gobierne, siempre aparecen dogmáticos que se creen en posesión de la verdad. El problema es que mirando a la derecha son una minoría, pero mirando a la izquierda podría decirse que ocupan un espacio muy considerable, con honrosas excepciones que confirman la regla.