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Esos frikis que invaden nuestra clase política
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Federico Quevedo

Dos Palabras

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Esos frikis que invaden nuestra clase política

Hay personajes en la política española que, si no existieran, habría que inventarlos, aunque fuera al menos para el solaz y el disfrute de los aficionados

Hay personajes en la política española que, si no existieran, habría que inventarlos, aunque fuera al menos para el solaz y el disfrute de los aficionados al entretenimiento político, que viene a ser algo así como la cara casposa y friki de una misma moneda: por un lado está la política en serio, con mayúsculas, con todos sus aciertos y sus errores, que son muchos; y, por otro, está ese batiburrillo de personajes sacados de una película de Berlanga, a cada cual más cretino, insolente y oportunista, con sus mochilas cargadas de toneladas de demagogia de saldo, con un discurso hipócrita y cínico en la mayoría de las ocasiones, cuando no estúpido y proclive a la carcajada.

Son caricaturas de lo que de verdad debe ser la política, personajes sacados de un cómic chistoso al mejor estilo de Francisco Ibáñez… Si fueran superhéroes, serían Superlópez… Si fueran espías, Mortadelo y Filemón… Pero en la política se llamaron en su día Jesús Gil, Ruiz-Mateos… Hoy en día esos personajes que ofrecen el rostro caricaturesco de la política se llaman Revilla, Sánchez Gordillo o Beiras. Lo terrible del caso es que, al igual que ocurriera antaño con Gil o con Ruiz-Mateos, sigue habiendo mucha gente de bien, de buena fe, que se deja engañar fácilmente por el discurso pegadizo como el estribillo de una canción de Georgie Dann, pero igual de vacío, repetitivo y facilón.

Son un peligro para la política. Su pobre concepto de la democracia, su pasión por el totalitarismo o su más que manifiesta incapacidad para la gestión de lo público nos devolverían a épocas que en este país pasaron a ser historiaImagino que los enfervorecidos fans de estos participantes del Gran Hermano de la política, a los que sólo les falta aparecer en pelota picada asaltando un Mercadona o protagonizar un vídeo de sexo bajo el edredón rojo subido a YouTube con cientos de miles de visitas, me echarán en cara mi crítica a los que considero la verdadera basura de nuestra clase dirigente con el argumento de que entre la llamada política seria sólo hay corrupción y gobernantes que recortan servicios fundamentales, mientras que los Revilla, los Sánchez Gordillo y los Beiras lo denuncian a diestra y siniestra, norte y sur del territorio nacional.

Falso. Mentira. No denuncian ningún delito que ellos no hayan cometido ya, si por delito entendemos el aprovechamiento hasta la saciedad de la res publica, el despilfarro, el mal gobierno, el oportunismo y la endogamia, el totalitarismo… Todos los males del desgobierno se concentran en estos chisgarabís del servicio público. No es de extrañar que cualquiera de ellos -ayer lo hacía Sánchez Gordillo en una estupenda crónica de Agustín Rivera en este mismo periódico- aplauda las majaderías espeluznantes de Nicolás Maduro en Venezuela… En definitiva, son tal para cual, aunque los nuestros no lleven chándal. Llevan pañuelito al cuello y barba revolucionaria en unos casos, o bigote estilo Groucho Marx en otros.

Y como Groucho, tampoco estos personajes tienen principios o, dicho de otro modo, tienen los principios que convengan a cada caso. Son así, vacuos, absurdos, risibles… Pero también son prepotentes, déspotas y hasta violentos cuando se les cruzan los pocos cables que unen las neuronas de sus cerebros. Son un peligro para la política, porque aun siendo cierto que en nuestra clase dirigente hay mucho que mejorar, la sola perspectiva de vernos en manos de cualquiera de ellos debería hacernos temer lo peor, pues o bien su pobre concepto de la democracia o su poco fingida a veces pasión por el totalitarismo, o bien su más que manifiesta incapacidad para la gestión de lo público, o ambas cosas a la vez, nos devolverían a épocas que en este país pasaron a ser historia. Y muy bien que están ahí.

Hay personajes en la política española que, si no existieran, habría que inventarlos, aunque fuera al menos para el solaz y el disfrute de los aficionados al entretenimiento político, que viene a ser algo así como la cara casposa y friki de una misma moneda: por un lado está la política en serio, con mayúsculas, con todos sus aciertos y sus errores, que son muchos; y, por otro, está ese batiburrillo de personajes sacados de una película de Berlanga, a cada cual más cretino, insolente y oportunista, con sus mochilas cargadas de toneladas de demagogia de saldo, con un discurso hipócrita y cínico en la mayoría de las ocasiones, cuando no estúpido y proclive a la carcajada.