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Wert y la inquisición
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Federico Quevedo

Dos Palabras

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Wert y la inquisición

Si viviéramos en la Edad Media no me cabe ninguna duda de que José Ignacio Wert moriría en la hoguera. No en la de las vanidades

Si viviéramos en la Edad Media no me cabe ninguna duda de que José Ignacio Wert moriría en la hoguera. No en la de las vanidades -que a veces también-, sino en la de los herejes. Wert es un hereje de nuestro tiempo, un tiempo en el que los dogmas han dejado de ser patrimonio de la Iglesia y son el cimiento de un siniestro -de siniestra, por si alguno no lo pilla- ideologismo.

La exaltación de lo público es el leit motiv de una serie de mandamientos que los discípulos del falso progresismo repiten machaconamente hasta la saciedad y que van desde la demonización de lo privado y su aceptación como mal menor, siempre que sirva a los fines del igualitarismo, hasta el fundamentalismo estatalista como única garantía para conseguir el fin último de una igualdad imposible pero impuesta por la vía de su sacralización.

Wert es objeto de las iras del fanatismo, que ha llegado hasta el extremo de manipular, tergiversar y retorcer la verdad como justificación de su campaña contra el Gobierno al que se acusa de querer acabar con la educación

Derribados los muros que un día levantaron los discípulos más radicales del socialismo real, esa izquierda ultramontana y profundamente sectaria de la que solo escapan unos pocos intelectuales que, como Wert, son capaces de anteponer el uso de la razón al dogmatismo, y algunos políticos a los que la propia secta conduce al ostracismo, esa izquierda, digo, ha encontrado maneras nuevas de imponer sus viejos dogmas desde una aparente fachada democrática que se viene abajo en cuanto la derecha ocupa el poder e intenta cambiar algunas cosas para dar más protagonismo al individuo frente al Estado.

Ese ha sido, y es, el Gran Pecado cometido por José Ignacio Wert y que le ha llevado a convertirse en el objeto de las iras del fanatismo, hasta el extremo de manipular, tergiversar y retorcer la verdad como justificación de su campaña contra el Gobierno al que literalmente se acusa de querer acabar con la educación y la sanidad públicas. Y eso, señores míos, es anatema y tiene condena de hoguera en la plaza pública, aunque en nuestros días la pira sea literaria y la plaza pública tan amplia como las huestes mediáticas de la secta.

Nada más lejos de la realidad que la intención del Gobierno de privatizar ningún servicio público esencial, pero la verdad en este caso no importa porque el fin -que no es otro que la vuelta al poder para poder seguir imponiendo sus principios dogmáticos- justifica los medios. Si por un momento nos paráramos a racionalizar las críticas al modelo educativo de Wert, veríamos que no ha hecho nada que no se haya hecho antes en otros países en los que incluso gobiernan partidos de izquierda que hace tiempo abandonaron el fundamentalismo.

La idea de que el Estado contribuye a la formación de nuestras generaciones más jóvenes, pero no solo por una cuestión de renta, sino también como incentivo a esa formación, no es patente de nuestro ministro de Educación, sino que está extraída de la experiencia de otros muchos países en los que esa combinación garantiza una mejor formación de los alumnos. Y es justa, además. Lo es porque ese dinero destinado a becas no surge de la nada, sino de que proviene de sus impuestos y de los míos, y a ustedes -supongo que tanto o más que a mi-, les cuesta un esfuerzo ganarlo y es lógico que en la misma medida se exija un esfuerzo proporcional al beneficiario de esa ayuda.

Siempre hay individuos capaces de sobresalir y dar lo mejor de sí mismos. Wert fue, en su día, uno de ellos y eso la izquierda no se lo perdona

Esto, que dicho así parece muy simple, provoca que en la secta se rasguen las vestiduras y se proclamen toda clase de condenas. La educación es su patrimonio. Da igual que durante años la hayan destrozado y que España sea hoy el país con mayor porcentaje de abandono escolar y universitario y que estemos a la cola en todos los informes PISA. Ellos aducen que esto es falso y para demostrarlo ponen como ejemplo a los muchos jóvenes que son llamados fuera de nuestras fronteras por sus expedientes académicos.

Cierto. Pero la mayoría de ellos han complementado sus estudios con otros de postgrado en escuelas privadas de máximo prestigio y otros han demostrado que, incluso a pesar de la mala calidad de nuestra enseñanza dirigida a garantizar la igualdad en la ineptitud, siempre hay individuos capaces de sobresalir y dar lo mejor de sí mismos. Wert fue, en su día, uno de ellos y eso la izquierda no se lo perdona.

Si viviéramos en la Edad Media no me cabe ninguna duda de que José Ignacio Wert moriría en la hoguera. No en la de las vanidades -que a veces también-, sino en la de los herejes. Wert es un hereje de nuestro tiempo, un tiempo en el que los dogmas han dejado de ser patrimonio de la Iglesia y son el cimiento de un siniestro -de siniestra, por si alguno no lo pilla- ideologismo.

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