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Es más lo que nos une, ¿o no?
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Federico Quevedo

Dos Palabras

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Es más lo que nos une, ¿o no?

En condiciones normales la respuesta debería ser sí. Nos une a la inmensa mayoría la idea de una Nación común unida en su diversidad, nos une

En condiciones normales la respuesta debería ser sí. Nos une a la inmensa mayoría la idea de una Nación común junta en su diversidad, nos une una Constitución que puso fin a cuarenta años de dictadura y trajo la democracia a España y la configuración de un Estado descentralizado, y por supuesto nos une una lengua, una cultura, un conjunto de tradiciones y de costumbres… Una Historia, con mayúsculas, que hemos escrito entre todos y en la que ha habido de todo, para bien y para mal, pero que es nuestra historia, mísera unas veces, grandiosa otras.

España en su conjunto ha aportado más a la humanidad que muchos otros países a los que, sin embargo, se mira con mayor respeto. Y de ahí radica parte de nuestros problemas: nuestra falta de autoestima nos ha debilitado mucho y ahora nos encontramos en una situación en la que se está cuestionando nuestra propia supervivencia como Nación. Quienes deberían ser los primeros preocupados por su defensa se encuentran inmersos en debates partidarios cortoplacistas en los que prima más todo aquello que nos separa, en aras de los intereses electorales, que los que nos une y debería ser prioritario en beneficio del interés general.

Verán, en este mismo blog he defendido la idea de explorar la vía Cameron para dar salida a lo que parece un sentimiento bastante extendido en Cataluña, pero obviamente esa opción sólo sería posible como fruto de un gran acuerdo entre las principales fuerzas políticas nacionales, y no planteado desde el punto de vista de los defensores de eso que se llama derecho a decidir, que no es ni un derecho ni nada que se le parezca, sino desde la perspectiva de conocer si en efecto existe un sentimiento mayoritario por la independencia en Cataluña.

Permítanme que acote algo más la propuesta: debería producirse después de unas elecciones autonómicas a las que los distintos partidos concurrieran con un programa específico a favor o en contra de esa independencia, y sólo si los partidarios de la misma obtuvieran una mayoría suficiente en el Parlamento catalán. Pero hasta llegar ahí, si es que se llega en algún momento, lo que sí parece necesario es un gran acuerdo entre los partidos constitucionalistas que de alguna manera aclare las posiciones de cada uno en esta materia y permita, incluso, dar una respuesta positiva a los deseos de cambio que parece albergar una parte de la sociedad catalana.

Acuerdo del constitucionalismo

En este sentido, el PP y Ciutadans han sido certeros a la hora de ofrecer un acuerdo en defensa de la unidad de España frente a la ofensiva nacionalista, porque ese acuerdo recoge el sentir de una amplia mayoría silenciosa que tanto en Cataluña como en el resto de España no entiende que se esté poniendo en tela de juicio todo lo que une. ¿Y que ha dicho el PSOE? Pues esto es lo increíble, porque parece que los socialistas están más empeñados en subrayar sus diferencias con el PP que sus puntos de acuerdo, por mucho que estos sean más importantes. Ayer, en una entrevista radiofónica, Alfredo Pérez Rubalcaba señala claramente que al PP y al PSOE les une la defensa de la unidad de España, pero el día anterior la vicesecretaria socialista Elena Valenciano rechazaba esa propuesta por “inmovilista”…

¿Inmovilista? ¿Por qué inmovilista? Y, sobre todo, qué es lo que contrapone el PSOE a ese inmovilismo: ¿la indefinición por sistema sobre un modelo que ellos llaman federal pero que ni siquiera Rubalcaba se atreve a pormenorizar? Si los dos partidos mayoritarios confluyen en la defensa de la unidad de España, ¿no cabría al menos la posibilidad de sentarse a hablar? Parece que es esto lo que demanda la sociedad española, pero Ferraz no quiere dar esa oportunidad. En lugar de ello, se insiste en el PSOE en esa idea de reforma de la Constitución para federalizar España, pero sin que nadie sepa cuál es el camino ni a qué objetivo conduce.

En un modelo federal como el alemán los estados compiten entre sí y en España, hasta ahora, nuestro modelo territorial se ha basado en un principio de solidaridad

Ayer, en esa misma entrevista, Rubalcaba mostraba su admiración hacia el modelo de Landers alemán… ¿Es eso lo que quiere el PSOE? Porque eso poco, o nada, tiene que ver con el federalismo asimétrico que defienden sus correligionarios catalanes. De hecho, yo comparto con Rubalcaba esa admiración por el modelo alemán y convengo en la necesidad de cerrar el modelo territorial por ese camino, lo que conlleva también dar respuesta al mandato constitucional de reforma del Senado para convertirlo en una auténtica cámara territorial.

Pero ¿qué significa un modelo federal como el alemán? Pues significa un reparto de competencias exactamente igual para todos, es decir, nada parecido a lo que se pactó en la Constitución del 78 y, probablemente, algo muy lejos de la aspiración del nacionalismo, sea este catalán o vasco. “Un Estado federal es, antes que nada, un Estado. Y como tal precisa llevar a cabo, de manera eficaz, una multiplicidad de funciones y tareas públicas. Ello requiere colaboración, cooperación y, dado el caso, coordinación entre todas las partes competentes para el cumplimiento de esas tareas. Porque a nadie se le oculta que por muy descentralizadas que éstas se encuentren, finalmente unas y otras se predican respecto de unos mismos ciudadanos que viven en un territorio común, aunque dividido desde un punto de vista organizativo” (Antonio Arroyo Gil, La reforma constitucional del federalismo alemán).

La derecha, cómoda en el federalismo

¿Es esto lo que hay que debatir? Estoy convencido de que hay mucha gente en la derecha española que, una vez superados los temores iniciales, se encontraría mucho más cómoda con esta idea de Estado federal perfectamente delimitado en sus niveles competenciales, y “convendría ir teniendo claro que cooperación (ágil, fluida e intensa) entre las distintas partes de un Estado territorialmente descentralizado, no sólo no está reñido con distribución (clara, precisa y nítida) de competencias entre todas ellas, sino que, más bien, esto último es un presupuesto necesario de lo primero”, añade Arroyo Gil.

Y otra cuestión… ¿es consciente Rubalcaba de que esta propuesta puede plantearle problemas en algunas comunidades como Andalucía o Extremadura? Porque en un modelo federal como el alemán los estados compiten entre sí y en España, hasta ahora, nuestro modelo territorial se ha basado en un principio de solidaridad que ha llevado a que las regiones más ricas se hicieran cargo de los excesos presupuestarios de las más pobres. En este asunto yo mismo comparto en buena medida las críticas que se hacen al modelo tanto desde Cataluña como desde Madrid.

La implantación de un modelo federal no acabaría con la solidaridad, pero sí introduciría elementos de competitividad entre las regiones… “Cuando la solidaridad (generosa) viene garantizada constitucionalmente, haciendo partícipe de ella a todas y cada una de las partes, la introducción de elementos competitivos entre ellas no sólo no podrá ponerla en peligro, sino que, llegado el caso, será susceptible incluso de traer consigo un incremento de los derechos sociales de que disfrutan todos y cada uno de los ciudadanos del Estado, como consecuencia del efecto emulación hacia arriba que suele producirse en estos casos” (Arroyo Gil). Eso sí puede ser el fin del régimen socialista andaluz, por ejemplo.

El problema de todo esto es que eso que ahora algunos insisten en llamar tercera vía, y a la que se ha sumado –de muy mala gana, me consta- Felipe González, no está definida en ninguno de sus parámetros, y sobre la base de la indefinición es imposible discutir y, mucho menos, llegar a acuerdos. Rubalcaba ya le planteó esta cuestión a Mariano Rajoy en privado hace unos meses, y entonces el presidente le preguntó para qué había que reformar la Constitución. La respuesta del líder del PSOE no deja lugar a dudas sobre la indefinición de su partido: “Da igual. Abrimos ese melón de la reforma de la Constitución y así tapamos el debate de la independencia…”. ¿Seguro que lo tapamos, o le damos todavía más alas?

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En condiciones normales la respuesta debería ser sí. Nos une a la inmensa mayoría la idea de una Nación común junta en su diversidad, nos une una Constitución que puso fin a cuarenta años de dictadura y trajo la democracia a España y la configuración de un Estado descentralizado, y por supuesto nos une una lengua, una cultura, un conjunto de tradiciones y de costumbres… Una Historia, con mayúsculas, que hemos escrito entre todos y en la que ha habido de todo, para bien y para mal, pero que es nuestra historia, mísera unas veces, grandiosa otras.

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