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Reinventando el socialismo
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Federico Quevedo

Dos Palabras

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Reinventando el socialismo

Decía el historiador y filósofo francés Elie Halevy que “los socialistas creen en dos cosas que son absolutamente diferentes y hasta, quizá, contradictorias: libertad y organización”.

Decía el historiador y filósofo francés Elie Halevy que “los socialistas creen en dos cosas que son absolutamente diferentes y hasta, quizá, contradictorias: libertad y organización”. Cambiemos organización por planificación y la teoría de Halevy sería mucho más correcta. En su origen, el socialismo limitaba la planificación a la actividad económica pero fruto de los cambios sociales y de la aceptación por parte del socialismo de la economía de mercado, la planificación se extendió a otros ámbitos de la actividad humana. Se producía, así, un choque inevitable entre la libertad individual sobre la que se asienta la democracia liberal y el colectivismo propio de una concepción socialdemócrata del poder y su ejercicio.

Este choque entre individualismo y colectivismo tiene estos días su especial campo de batalla en el terreno de la educación. En él que se contraponen un modelo basado en la libertad de elección de los padres –principio fundamental de cualquier sistema democrático- con otro que se asienta en la idea de una educación perfectamente planificada que cercena cualquier aspiración individual. En el tránsito hacia su modelo de sociedad, el socialismo ha tenido que adaptarse a las sociedades democráticas y aceptar unos determinados niveles de libertad individual que anteriormente negaba.

En el tránsito hacia su modelo de sociedad, el socialismo ha tenido que adaptarse a las sociedades democráticas y aceptar unos determinados niveles de libertad individual que anteriormente negaba

En algunos países de nuestro entorno, la evolución del socialismo hacia una socialdemocracia insertada en el sistema democrático liberal ha permitido que los socialistas diluyan muchas de sus viejas pretensiones, y la caída del Muro de Berlín vino a condenar definitivamente la utopía socialista, al menos en nuestro entorno más inmediato. Sin embargo, el socialismo no dejó de recurrir a muchos de sus viejos tópicos y, como señala Lord Acton, “la más sublime oportunidad que alguna vez tuvo el mundo se malogró porque la pasión por la igualdad hizo vana la esperanza de libertad”. Y si hay un país donde esa afirmación se hace evidente es el nuestro, probablemente porque el socialismo patrio no ha sabido nunca encontrar su lugar en una sociedad en permanente cambio.

Tuvo su oportunidad en los trece años de Gobierno de Felipe González, pero la perdió hundido bajo una losa enorme de corrupción. Volvió a tenerla en los ocho años de Gobierno de Zapatero, que nacieron con el mensaje esperanzador de una Tercera Vía que se quedó en simple sendero a ninguna parte. Perdidas las elecciones, las encuestas dicen que el PSOE no encuentra ningún punto de conexión con el electorado, y corre el riesgo de perder aún más presencia en el parlamento a costa de partidos que crecen por su izquierda y por su derecha arrebatándole su espacio natural.

En estos dos años, el PSOE ha caído en la tentación de radicalizar su mensaje para competir con la izquierda más extrema al tiempo que le ha hecho el juego a los partidos nacionalistas para intentar robarles parte de su nicho electoral, pero no solo no ha tenido éxito sino que además ha provocado el rechazo del electorado más moderado de centro-izquierda. Sin embargo, este fin de semana en eso que se ha dado en llamar la Conferencia Política, el PSOE corre el riesgo de caer de nuevo en esa misma tentación articulando un discurso que puede ser atractivo a las minorías radicales –que en cualquier caso siempre van a preferir el original antes que a la copia-, pero que puede estar muy lejos de los sentimientos de la mayoría social de este país.

Resulta bastante extraño que un partido sumido en una crisis de liderazgo sin precedentes se dedique a confeccionar el traje antes de saber quién va a ser el encargado de ponérselo

De entrada, resulta bastante extraño que un partido sumido en una crisis de liderazgo sin precedentes, como muy bien destacó el jueves Felipe González, se dedique a confeccionar el traje antes de saber quién va a ser el encargado de ponérselo. Es evidente que Alfredo Pérez Rubalcaba no sirve como referente del partido y el PSOE necesita encontrar a alguien que vuelva a sintonizar con el sentir de una ciudadanía que, no lo olvidemos, le sigue reprochando haber llevado al país a la ruina. Pero cometerá un error si en lugar de seguir distanciándose de las esencias del socialismo clásico, con el fin de competir por un electorado de izquierdas, recupera de nuevo el discurso colectivista y antiliberal.

En las jornadas previas a la Conferencia Política hemos asistido a la confrontación de manifiestos que pretendían influir, lógicamente, en el devenir de los debates internos. Uno, firmado por gente proveniente de la izquierda más al extremo del socialismo cuyas firmas las encabezaba Baltasar Garzón, y, otro, más centrado que buscaba un giro del partido hacia la moderación y que iba liderado por el ex ministro Miguel Sebastián.

Ese va a ser el debate que se va a producir este fin de semana, más allá de las primarias o de donde se sitúa el PSOE frente a la amenaza soberanista del nacionalismo: el PSOE tendrá que elegir entre quienes quieren que se sitúe en el chavismo y quienes quieren que vuelva a encontrarse con la mayoría social de este país. Para el primer traje seguro que no le faltan candidatos como Garzón, me da igual que se llame Baltasar o Alberto, pero para el segundo va a tener que buscar entre sus filas a quienes de verdad han mostrado un mínimo de sentido común en un momento en el que este país necesita de eso mucho más que de confrontación y revanchismo.

Decía el historiador y filósofo francés Elie Halevy que “los socialistas creen en dos cosas que son absolutamente diferentes y hasta, quizá, contradictorias: libertad y organización”. Cambiemos organización por planificación y la teoría de Halevy sería mucho más correcta. En su origen, el socialismo limitaba la planificación a la actividad económica pero fruto de los cambios sociales y de la aceptación por parte del socialismo de la economía de mercado, la planificación se extendió a otros ámbitos de la actividad humana. Se producía, así, un choque inevitable entre la libertad individual sobre la que se asienta la democracia liberal y el colectivismo propio de una concepción socialdemócrata del poder y su ejercicio.