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Un ‘soviet’ llamado Gamonal
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Federico Quevedo

Dos Palabras

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Un ‘soviet’ llamado Gamonal

El alcalde de Burgos, a quien no tengo el gusto de conocer, había tomado la decisión de mejorar un barrio y se ha liado parda, una

El alcalde de Burgos, a quien no tengo el gusto de conocer, había tomado la decisión de mejorar un barrio y se ha liado parda, una kale borroka en toda regla que algunos quieren utilizar como ensayo para extenderlo a otros rincones del país. Esto no es simplificar las cosas, ni mucho menos. Es que es así, y el hecho de que la magnitud debida a la violencia de la protesta le haya hecho cambiar de opinión, no cambia esta reflexión. Vale que la corporación municipal y su alcalde a la cabeza hayan podido meter alguna pata –no lo descarto– adjudicando la obra a un empresario de dudoso prestigio según se lee en esta interesante crónica publicada el lunes por este periódico bajo el título de Gamonal y el fantasma de Méndez Pozo, pero si el concurso y su resultado han sido legales y no consta irregularidad alguna, no hay razón para la protesta.

Para más coña, la obra en cuestión estaba incluida en el programa electoral del PP que ganó las elecciones en 2011 y que, encima, fue el partido más votado por primera vez en el barrio de las narices. ¿Ustedes lo entienden? Yo no. O sí. Verán, me da la impresión de que todo este asunto está siendo utilizado por ciertos sectores de la izquierda más radical de este país como mecha para provocar un incendio de mayores proporciones. ¿La excusa? Bien fácil: los políticos son unos cabrones corruptos y hay que acabar con todos ellos –sobre todo si son del PP– porque en este país ya no aguantamos más recortes a los ciudadanos mientras los políticos y los banqueros se lo llevan crudo.

Con un par. El discursito, típico de la izquierda antisistema y muy manoseado hasta la náusea por sus voceros en las redes sociales y en algunas de las tertulias televisivas a las que acudo, tiene un peligro de narices pero prende de maravilla en parte de una sociedad especialmente impregnada por la gasolina de la crisis. “Yo me estoy muriendo de hambre mientras estos hijos de p… se forran a mi costa”, es lo que piensan muchos sufridos ciudadanos indignados y no sin razón, porque motivos hay para indignarse. Para indignarse, sí, pero no para tomarse la democracia por la mano.

La decisión del alcalde de parar las obras es en sí misma el resultado de una imposición totalitaria fruto de una presión callejera que no sabemos si responde al sentir mayoritario de los ciudadanos de Gamonal

A ver si me explico: el derecho a la protesta, a la manifestación, a la crítica, forma parte de una democracia saludable, pero lo que ya no forma parte de una democracia saludable es la pretensión de suplantar aquellas instituciones que los propios ciudadanos han elegido democráticamente y coartar la libertad de acción de quienes las dirigen. Si se equivocan, a los cuatro años se les echa. Y si en el transcurso de su mandato cometen algún delito, se les denuncia. Y si en esos cuatro años hacen cosas que no gustan, para eso está la crítica e, incluso, la protesta pacífica y si el gobernante entiende que hay una mayoría social que rechaza sus medidas o no las toma, o las explica mejor, o se la juega si realmente cree que eso es lo que tiene que hacer.

Estos son los usos de la democracia, que se sostiene por un juego de mayorías. Lo que se propone en Gamonal, como pasó con la deriva antisistema del 15-M, es una democracia asamblearia en la que sean los vecinos los que tomen la decisión de si se hace o no la obra en cuestión. Pero es que esa decisión ya la tomaron cuando votaron en 2011, y lo que ahora pretenden es subvertir un proceso democrático y legítimo y sustituirlo por un modelo de democracia que tiene su origen en el comunismo más rancio y atroz. O sea, sovietizar Gamonal. Y eso acaba en dictadura totalitaria. De hecho, es lo que ha ocurrido, porque la decisión del alcalde de parar las obras es en sí misma el resultado de una imposición totalitaria fruto de una presión callejera que no sabemos si responde al sentir mayoritario de los ciudadanos de Gamonal.

Yo ya sé que por escribir esto me va a caer la del pulpo y me empezarán a llamar de todo y a acusarme de estar al servicio del capitalismo y todas esas chorradas… Pero entre seguir luchando por mejorar este sistema democrático –dentro de lo posible, porque nada en esta vida es perfecto y siempre habrá errores y equivocaciones propias del ser humano–, y romper con todo y ponerme en manos de una panda de radicales y energúmenos antisistema, no tengan la menor duda de que prefiero lo primero, y que si nuestra democracia corre algún peligro –que no lo corre– no es por la gestión de sus dirigentes por más barbaridades que hayan podido cometer, sino precisamente por quienes, aprovechándose de los muchos errores de esa clase dirigente, quieren hacerse con el control del sistema para pervertirlo.

No… Las cosas no son así, no cabe sacar la conclusión de que cada vez que un dirigente político quiere hacer una obra pública para el fin que sea, en este caso el de hacer más habitable un barrio en el que aparcar en triple fila se ha convertido en costumbre, lo hace porque ¿cómo es?, ah, sí: “Siempre hay alguien dispuesto a redondear su patrimonio privado con cargo a la caja común”. Esa no es la norma, sino la excepción, aunque la excepción haya sido muchas veces escandalosa.

Afirmar eso es de una enorme injusticia hacia miles de servidores públicos que lo único que han pretendido a lo largo de sus años de dedicación a la política es la mejora de la calidad de vida de sus vecinos. Y, hombre, parece difícil impedir que eso lo piense e, incluso, lo grite alguien que se ha visto abocado a la desgracia por culpa de la crisis, pero quienes escribimos y participamos en programas que llegan al gran público tenemos la responsabilidad de no seguir alimentando la voracidad de los enemigos de la verdadera democracia.

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El alcalde de Burgos, a quien no tengo el gusto de conocer, había tomado la decisión de mejorar un barrio y se ha liado parda, una kale borroka en toda regla que algunos quieren utilizar como ensayo para extenderlo a otros rincones del país. Esto no es simplificar las cosas, ni mucho menos. Es que es así, y el hecho de que la magnitud debida a la violencia de la protesta le haya hecho cambiar de opinión, no cambia esta reflexión. Vale que la corporación municipal y su alcalde a la cabeza hayan podido meter alguna pata –no lo descarto– adjudicando la obra a un empresario de dudoso prestigio según se lee en esta interesante crónica publicada el lunes por este periódico bajo el título de Gamonal y el fantasma de Méndez Pozo, pero si el concurso y su resultado han sido legales y no consta irregularidad alguna, no hay razón para la protesta.

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