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Tetas contra Rouco
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Federico Quevedo

Dos Palabras

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Tetas contra Rouco

A las chicas de Femen les hacen un casting pectoral antes de reclutarlas. No se trata solo de enseñar los pechos, sino de que los pechos

A las chicas de Femen les hacen un casting pectoral antes de reclutarlas. No se trata sólo de enseñar los pechos, sino de que estos sean lo suficientemente provocadores de sensaciones instintivas. O sea, que entren ganas de palpar su voluptuosidad. Todavía recuerdo el día en que montaron el show en el Congreso de los Diputados y cómo el ujier que intentaba evitar su caída sobre los sorprendidos diputados hacía lo imposible por hurtar el roce de los senos turgentes de la joven a la que agarraba por la cintura.

A las chicas de Femen les va la provocación, cuanta más, mejor. No importa quién sea la víctima, pero si la víctima, además, lleva sotana, mejor que mejor. Enseñarle las tetas a un obispo es ya el colmo de la osadía; y tirarle bragas pintadas de rojo como si fuera sangre y llevar escrito sobre sus torsos desnudos las palabras Toño sal de mi coño es de una asquerosa vulgaridad impropia de jovencitas a las que se supone mínimamente bien educadas. No todo vale, ni siquiera para defender un crimen como el aborto.

La sangre de las bragas, pretendida escenificación del fin de la virginidad o de la hemorragia menstrual, bien podría ser la resultante de haber descuartizado en el seno materno a un feto de 20 semanas perfectamente desarrollado y con su corazón latiendo para mantenerse con vida. El aborto no es sagrado, porque matar no es sagrado. Puede ser una excepción, un último recurso en situaciones extremas permitido por la ley, pero no por ello deja de ser la muerte provocada de un ser humano vivo e indefenso, y esta es la cruel realidad de lo que estamos hablando.

Placentera, sí, y de ahí la provocación eclesiástica, porque en el fondo de lo que estamos hablando es del aborto como un método anticonceptivo, o sea, dicho de otro modo, que un embarazo no nos joda un buen polvo. La moral de la Iglesia dice que el coito sólo agrada a Dios si su fin es la procreación, y esa enseñanza, que es tan libre de practicarse como lo contrario, es la que aborrecen estas féminas provocadoras que, en el fondo, lo que hacen es convertir a la mujer en un mero objeto sexual, en un reclamo para el deseo desenfrenado.

Enseñarle las tetas a Rouco era como darle la manzana a Adán o como tentar a Jesucristo en el desierto enseñándole la turgencia de unos senos que buscan el roce erótico de una mano excitada, y si esa mano es la de un obispo, el éxito de la misión estaría asegurado. Pero la conclusión es que entonces la mujer volvería a caer en su figuración bíblica de mano derecha del demonio, y no es así. El sexo es un bien divino, y el propio Dios da al hombre libertad para usarlo como considere conveniente, pero la liberación sexual no está reñida en ningún caso con la responsabilidad de los actos.

Ni siquiera unas tetas como las de las activistas de Femen dan derecho a considerar que un polvo, mejor o peor echado, pueda acabar con una vida concebida inconscientemente.

A las chicas de Femen les hacen un casting pectoral antes de reclutarlas. No se trata sólo de enseñar los pechos, sino de que estos sean lo suficientemente provocadores de sensaciones instintivas. O sea, que entren ganas de palpar su voluptuosidad. Todavía recuerdo el día en que montaron el show en el Congreso de los Diputados y cómo el ujier que intentaba evitar su caída sobre los sorprendidos diputados hacía lo imposible por hurtar el roce de los senos turgentes de la joven a la que agarraba por la cintura.

Aborto Antonio María Rouco Varela