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¿Debate sobre el estado de nuestra democracia?
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Federico Quevedo

Dos Palabras

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¿Debate sobre el estado de nuestra democracia?

El pasado domingo mi compañero Carlos Sánchez publicaba en este periódico uno de esos artículos suyos que merece la pena releer unas cuantas veces, en el

El pasado domingo mi compañero Carlos Sánchez publicaba en este periódico uno de esos artículos suyos que merece la pena releer unas cuantas veces, en el que denunciaba, con una crítica ácida y voraz, la decadencia de nuestra democracia en manos de unos políticos mediocres que basan toda su estrategia en el "y tú más" porque son incapaces de recurrir a argumentos de peso para hacer valer sus ideas y sus posiciones políticas. Es cierto. Esto es así. Y la crisis económica ha traído consigo una mayor concienciación ciudadana sobre este déficit de calidad de nuestra democracia, una democracia joven, de poco más de treinta años –en la plenitud de la vida–, y esa concienciación ha degenerado en desafección, probablemente el mayor cáncer que pueda estar sufriendo ahora mismo nuestro sistema democrático.

Pero la realidad es que lo que le ocurre a nuestro joven sistema democrático no es menos grave que lo que le sucede a los sistemas democráticos de nuestro alrededor. Si nos miramos en el espejo de los países de nuestro entorno, y siendo plenamente objetivos, yo me quedo con un sistema democrático en el que al presidente del Gobierno lo eligen los ciudadanos y no la troika comunitaria, donde el presidente del Gobierno y su Ejecutivo gozan de una estabilidad duradera y no se ven sometidos a los vaivenes de ‘faldas y a lo loco’ franceses o a los celos de poder italianos que acaban llevando al sillón del primer ministro a un personaje al que los ciudadanos no han elegido para ese cargo. No es más corrupto nuestro país que los que nos rodean ni tiene unos políticos peores en comparación con lo que se lleva en Francia, Portugal e, incluso, la envidiada Alemania, donde los democristianos se han tenido que tragar con aceite de ricino su programa electoral y todo lo que han venido diciendo hasta ahora para poder seguir manteniéndose en el poder.

El debate es previsible: la oposición le dice al Gobierno que todo lo que hace está mal, y el Gobierno responde que lo que hicieron ellos estaba peor y que por eso estamos donde estamos

Nuestra democracia no es peor que las demás. Si acaso es igual de mala, o de imperfecta, que sería más correcto. Y buena parte de culpa de que eso sea así la tenemos los propios ciudadanos, porque mientras las cosas nos han ido bien hemos mirado para otro lado cuando quienes manejan la res publica cometían sus excesos: hemos votado a los corruptos e incluso les hemos dado mayorías absolutas para seguir gobernando. Algún examen de conciencia deberíamos hacer los ciudadanos. Pero dicho eso, y coincidiendo con la afirmación de Carlos Sánchez al final de su artículo, la democracia necesita demócratas. Y yo añadiría algo más: necesita políticos. Políticos demócratas. No pongo en duda que la mayoría de los que ahora nos gobiernan o están en la oposición lo son. Salir de esta situación tiene dos caminos: o nos llevamos por delante lo construido hasta ahora o dejamos en manos de nuestros políticos la solución a estos problemas.

Este martes tuvieron una oportunidad, Gobierno y oposición, para dar pasos en esa dirección. ¿Lo hicieron? Probablemente hace unos años ni nos hubiéramos planteado la posibilidad de que el presidente del Gobierno anunciara un paquete de medidas muy contundente de lucha contra la corrupción, y sería muy difícil encontrar un Ejecutivo reciente que haya puesto sobre la mesa una agenda de reformas tan ambiciosa como la que ha llevado a cabo y piensa acometer el Gobierno de Mariano Rajoy. Probablemente desde los primeros años de la UCD de Suárez no se emprendió una agenda reformista tan intensa. Y, sin embargo, parece que nadie quiere darse cuenta de eso, y es más fácil plantear una visión negativa de la España real si se trata del líder de la oposición, u otra cargada de autocomplacencia si del presidente del Gobierno.

El problema es que si a cualquiera de nosotros nos pusieran delante de una tribuna y nos dijeran que hiciéramos de Rajoy o de Rubalcaba, tendríamos muy fácil replicar sus discursos sin mucho temor a equivocarnos. Y eso que Rajoy hizo anuncios importantes que pueden haber venido a crear ciertas expectativas en capas importantes de la población: exención del IRPF para más de siete millones de contribuyentes y medidas interesantes de apoyo a las familias, y ese pago lineal de 100 euros a la seguridad social por contratación indefinida. Son avances, sin duda, en la buena dirección. En general, y a pesar del discurso negacionista de Rubalcaba, la realidad es que la España de hoy, dos años después de la llegada del Gobierno de Rajoy, está mejor y ha conseguido alejar todos los malos augurios con los que se recibieron al nuevo Gobierno. En definitiva, al PP se le votó para sacar a España de la crisis, y en ese camino ya estamos.

Los ciudadanos lo que necesitan es que sus políticos se pongan, por una vez en la vida, de acuerdo en el análisis y en las respuestas, en la medida de lo posible

El problema es que, como denunciaba Carlos Sánchez en su post del domingo, el debate es previsible: la oposición le dice al Gobierno que todo lo que hace está mal, y el Gobierno responde que lo que hicieron ellos estaba peor y que por eso estamos donde estamos. En otras circunstancias un debate como el del martes –y el miércoles, y el jueves–, sería un trámite más. Pero en las actuales tengo la sensación de que a los ciudadanos les importa un comino si el debate lo ganó Rajoy o Rubalcaba –no lo perdió Rajoy, porque difícilmente el Gobierno puede perder un debate en el que tiene la mayoría parlamentaria y toda la información a su alcance, y porque además Rajoy se crece en los debates parlamentarios, pero tampoco lo ganó–; lo que quieren es que sus políticos hagan algo para que ellos empiecen a recuperar la fe en aquellos a los que votan y eligen para dirigir sus destinos.

¿Qué pasó este martes? Rajoy hizo un buen discurso por la mañana, mucho más completo y entretenido que aquellas largas peroratas vacías de contenido a las que nos tenía acostumbrados Zapatero. Hizo anuncios interesantes, y ya digo que ningún Gobierno hasta ahora afrontó tal cantidad de reformas y, desde luego, ninguno asumió un programa por la regeneración como el comprometido por Rajoy. ¿Servirá para algo? Pues dependerá de si ese compromiso se cumple y, sobre todo, si se hace llegar a la gente la sensación de que algo se está haciendo para eliminar la corrupción y, sobre todo, para castigarla, porque si no es así cualquier avance en esa dirección será inútil. Y Rubalcaba ofreció una visión tan catastrofista como poco creíble porque, aun siendo verdad que la realidad es muy cruel, también lo es que en buena medida el drama no es producto de dos años de Gobierno del PP, sino que en su mayor parte ha sido una herencia del Gobierno en el que precisamente estaba Rubalcaba, cosa que no reconoció.

Los dos miraban para sus respectivas bancadas... Rajoy sólo necesitaba dar un poco de vida a la suya, y lo hizo con anuncios muy estratégicamente dirigidos a las capas de población que tienen que votarle para ganar las europeas y las generales; Rubalcaba necesitaba reafirmarse con la suya, y también lo hizo. Es más, se creció como nunca antes lo había hecho con el discurso de los derechos y los dramas sociales –que están ahí, nadie lo niega– frente a un presidente encorchetado en el discurso macroeconómico. Bien, ¿y los ciudadanos? Porque los ciudadanos lo que necesitan es que sus políticos se pongan, por una vez en la vida, de acuerdo en el análisis y en las respuestas, en la medida de lo posible. Hay tiempos para la confrontación, pero hay tiempos para ofrecer acuerdos y en ese es en el que estamos. Hace falta altura de miras, y no parece que nuestros políticos la tengan: por eso hay que exigirles más. Mucho más.

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El pasado domingo mi compañero Carlos Sánchez publicaba en este periódico uno de esos artículos suyos que merece la pena releer unas cuantas veces, en el que denunciaba, con una crítica ácida y voraz, la decadencia de nuestra democracia en manos de unos políticos mediocres que basan toda su estrategia en el "y tú más" porque son incapaces de recurrir a argumentos de peso para hacer valer sus ideas y sus posiciones políticas. Es cierto. Esto es así. Y la crisis económica ha traído consigo una mayor concienciación ciudadana sobre este déficit de calidad de nuestra democracia, una democracia joven, de poco más de treinta años –en la plenitud de la vida–, y esa concienciación ha degenerado en desafección, probablemente el mayor cáncer que pueda estar sufriendo ahora mismo nuestro sistema democrático.

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