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Margallo, el don de la ubicuidad y un cabreo soberano
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Federico Quevedo

Dos Palabras

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Margallo, el don de la ubicuidad y un cabreo soberano

“No hay jardín en el que no se meta”, dicen en el Gobierno. Al ministro de Exteriores, José Manuel García Margallo, le encanta opinar de todo…,

“No hay jardín en el que no se meta”, dicen en el Gobierno. Al ministro de Exteriores, José Manuel García Margallo, le encanta opinar de todo…, menos de lo que de verdad tiene que opinar. De sobra es sabido que el Ministerio de Exteriores no era su destino favorito y que todavía tiene esperanzas de que en una próxima remodelación del Gobierno Mariano Rajoy le coloque al frente de la cartera de Hacienda, que es a la que de verdad aspira. Pero mientras eso llega, o no, a García Margallo no se le escapa ni una: igual opina del aborto, que de la reforma fiscal, que de la Ley de Educación y, por supuesto, su tema favorito que es Cataluña.

La última ha sido comparar la intentona consultiva de Artur Mas con el referéndum de Crimea, y créanme si les digo que la idea de la comparación no ha caído nada bien en el seno del Ejecutivo, e incluso un poco más arriba. No porque en efecto en ambos casos estemos ante una ilegalidad, sino porque la sola idea de poner al mismo nivel una confrontación política -por grave que esta sea- y una deriva violenta que puede acabar en un conflicto armado no parece muy de recibo. Sobre todo cuando el ministro de Exteriores es tan culpable como el resto de sus colegas comunitarios de haber estado en las nubes mientras se agravaba la situación en Ucrania sin que Europa se diera por enterada.

No debería entrar el Gobierno en ese juego peligroso porque necesariamente conllevaría la adopción de medidas excepcionales que no harían más que hacer imposible cualquier salida dialogada de esta situación

No hay por dónde coger una comparación entre la situación de Crimea y la de Cataluña, y hacerlo implica elevar la categoría de la amenaza secesionista catalana a un grado próximo al del conflicto violento. Hay quienes quieren verlo así y hablan de golpe de Estado por parte del nacionalismo catalán, pero no debería entrar el Gobierno en ese juego peligroso porque necesariamente conllevaría la adopción de medidas excepcionales que no harían más que hacer imposible cualquier salida dialogada de esta situación. La insistencia de Margallo, sin embargo, ha generado desconcierto en la propia diplomacia, y las quejas, me consta, han llegado hasta la Corona.

Es lógico que en el Gobierno haya cierto grado de cabreo, porque da la sensación de que Margallo quiere estar en todos los cocidos menos en el suyo. Hace unos días alguien del PP me recordaba cómo durante las legislaturas de Zapatero la entonces oposición hizo suya la bandera de la libertad y la lucha por los derechos humanos en Venezuela, y cómo ahora, que es cuando de verdad en aquel país se están viviendo horas de angustia por la represión salvaje y violenta de un iluminado marxista al que alientan las tropas de la extrema izquierda española, el Gobierno con su ministro de Exteriores a la cabeza mira para otro lado como si aquello no fuera con nosotros…

Pero hay 200.000 españoles viviendo en Venezuela, que no son pocos, y el ministro de Exteriores debería mostrar un poco más de energía a la hora de condenar la represión y la violación de los derechos humanos en Venezuela. Me consta que alguien le ha venido a decir a Margallo eso de “dedícate a lo tuyo”, pero el ministro insiste en seguir metiéndose en todos lo jardines, menos en aquellos en los que debería meterse de verdad.

“No hay jardín en el que no se meta”, dicen en el Gobierno. Al ministro de Exteriores, José Manuel García Margallo, le encanta opinar de todo…, menos de lo que de verdad tiene que opinar. De sobra es sabido que el Ministerio de Exteriores no era su destino favorito y que todavía tiene esperanzas de que en una próxima remodelación del Gobierno Mariano Rajoy le coloque al frente de la cartera de Hacienda, que es a la que de verdad aspira. Pero mientras eso llega, o no, a García Margallo no se le escapa ni una: igual opina del aborto, que de la reforma fiscal, que de la Ley de Educación y, por supuesto, su tema favorito que es Cataluña.

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