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El día que Twitter asesinó a Isabel Carrasco
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Federico Quevedo

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El día que Twitter asesinó a Isabel Carrasco

Conocía a la presidenta de la Diputación de León, Isabel Carrasco, desde hace bastante tiempo, de cuando era consejera de Economía de la Junta de Castilla

Foto: Entrada del féretro con los restos mortales de la presidenta de la Diputación y del PP provincial. (EFE)
Entrada del féretro con los restos mortales de la presidenta de la Diputación y del PP provincial. (EFE)

Conocía a la presidenta de la Diputación de León, Isabel Carrasco, desde hace bastante tiempo, de cuando era consejera de Economía de la Junta de Castilla y León en los tiempos de Juan José Lucas como presidente. No la traté mucho, pero sí lo suficiente para darme cuenta de que se trata de una mujer controvertida, que no dejaba a nadie indiferente, lista, inteligente, ambiciosa… La última vez que la vi fue en la Convención del PP en Valladolid el pasado mes de febrero, y estuvimos un rato charlando ella, Fernando Jáuregui y yo en presencia del alcalde de Salamanca, Alfonso Mañueco.

La noticia de su asesinato me sobrecogió, aunque no más que a mi amigo Jáuregui, que acababa de comer con ella. No hay nada que justifique un acto tan vil y execrable como el que cometieron las dos asesinas. Nada. Ni siquiera es posible contextualizarlo en un momento de especial intolerancia ciudadana hacia la clase política. Un asesinato es un asesinato, sea cual sea la circunstancia en la que se produce, y toda persona de bien tiene el deber moral y la obligación ciudadana de condenarlo y rechazarlo. Sin embargo, este crimen ha tenido la peculiaridad de hacer aflorar en las redes sociales lo peor de nosotros mismos.

Si fuera posible, Isabel Carrasco habría sido asesinada de nuevo esa misma tarde no una, ni dos, ni tres veces más, sino otras más de doscientas mil veces según la cuenta que ha hecho la propia Policía de comentarios absolutamente impresentables

Si me conmocionó el hecho en sí de la muerte violenta de Isabel Carrasco, no menos conmocionado estoy por la reacción que la misma ha provocado en esas redes sociales y especialmente en Twitter, donde se ha dado cita lo más despreciable, mezquino y miserable de la naturaleza humana. Si fuera posible, Isabel Carrasco habría sido asesinada de nuevo esa misma tarde no una, ni dos, ni tres veces más, sino otras más de doscientas mil veces según la cuenta que ha hecho la propia Policía de los comentarios absolutamente impresentables, y en muchos casos delictivos, de gente que cree que amparada en el supuesto anonimato de internet puede decir cualquier cosa sin que eso tenga ninguna consecuencia.

A eso de la siete de la tarde yo mismo manifesté mi incredulidad por lo que estaba leyendo en mi propio timeline de Twitter, y el comentario provocó decenas de tuits justificando la acción que acabó con la vida de Isabel Carrasco. Algunos los envié a la propia Policía, pero en la mayoría de los casos me limité a no responder y a bloquear a quienes los suscribían, indignado ante tanta miseria moral. La misma miseria moral, la misma bajeza y la misma actitud despreciable y vomitiva que llevó al líder de Podemos, Pablo Iglesias, a justificar el crimen bajo la excusa de que hay mucha gente en España que se suicida porque la desahucian.

Y este es el quid de la cuestión: ni los recortes, ni el paro, ni los impuestos, ni los desahucios ni nada de lo que ha pasado en esta crisis puede servir para justificar que cualquier ciudadano se tome la justicia por su mano porque, si alentamos eso, ¿qué impide que descerrajemos un tiro sobre la nuca de un automovilista que se ha saltado un paso de cebra y nos ha obligado a dar un salto hacia atrás para evitar el atropello?

El ministro del Interior ha dado orden de investigar lo ocurrido, pero quienes controlan esa red social tienen también la obligación de hacer algo para evitar que vuelva a ocurrir

Ese discurso, absolutamente demagógico, rastrero y populista, es extremadamente peligroso, porque incita a la gente a aplicar la ley del talión: me despiden, mato a mi jefe; me desahucian, mato al director de la oficina de mi banco; me fríen a impuestos, mato al responsable de mi delegación de Hacienda; incumplen el programa, mato al primer político que se cruce en mi camino…

¿Es a eso a lo que queremos llegar? ¿Hasta ese punto de violencia propia de cualquier república bananera de las que financian las campañas de Iglesias y sus amigos? Porque ese es el mensaje de fondo de toda esta inmundicia populista que intenta aprovecharse de las miserias y de los problemas de la gente para su propio beneficio personal. Se empezó esta campaña de violencia con los escraches, y sigue creciendo al amparo de unas redes sociales que lo permiten todo. Y esta es la otra cuestión que debemos de plantearnos: ¿todo es posible en internet?

Obviamente no, tiene que haber unos límites, y si bien es verdad que la Policía puede actuar en determinados casos, también lo es que quienes sostienen esas redes sociales tienen la responsabilidad de evitar que se produzcan hechos como los del lunes por la tarde tras el asesinato de Isabel Carrasco. El ministro del Interior ha dado orden de investigar lo ocurrido, pero quienes controlan esa red social tienen también la obligación de hacer algo para evitar que vuelva a ocurrir. Ese lunes por la tarde Twitter asesinó una y otra vez a Isabel Carrasco, y un hecho así puede acabar con un loable proyecto de convivencia en internet por no haber sabido de antemano establecer unas normas mínimas, pero esenciales, para hacerla posible, al confundir la libertad de expresión con la más absoluta anarquía.

Conocía a la presidenta de la Diputación de León, Isabel Carrasco, desde hace bastante tiempo, de cuando era consejera de Economía de la Junta de Castilla y León en los tiempos de Juan José Lucas como presidente. No la traté mucho, pero sí lo suficiente para darme cuenta de que se trata de una mujer controvertida, que no dejaba a nadie indiferente, lista, inteligente, ambiciosa… La última vez que la vi fue en la Convención del PP en Valladolid el pasado mes de febrero, y estuvimos un rato charlando ella, Fernando Jáuregui y yo en presencia del alcalde de Salamanca, Alfonso Mañueco.

Isabel Carrasco