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Un país atomizado, un país ingobernable
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Federico Quevedo

Dos Palabras

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Un país atomizado, un país ingobernable

De la primera lectura que cabe hacer de los resultados del 25M me permito una afirmación creo que indiscutibe: el bipartidismo se hunde. El dato es

De la primera lectura que cabe hacer de los resultados del 25-M me permito una afirmación indiscutible: el bipartidismo se hunde. El dato es contundente: la suma de los dos principales partidos no llega ni al 50% de los votos emitidos, cuando hace cinco años alcanzaba el 81%. En un lustro el PP y el PSOE han perdido cinco millones de votantes. Y no le podemos achacar ese hecho a la abstención, porque encima la participación ha sido incluso unas décimas superior a la de hace cinco años.

Si en 2009 eran 6 partidos los que obtenían representación en el Parlamento Europeo, el 25-M de 2014 nos ofrece un panorama de fragmentación del voto especialmente preocupante, nada menos que nueve partidos y a punto de haber sido diez porque VOX se ha quedado a las puertas de un escaño, aunque su resultado coincide con lo que decían las encuestas –es decir, que le robaría al PP un cuarto de millón de votos entre su electorado de más edad–, no así el resto de partidos.

Lo preocupante de estos resultados es que, si trasladamos lo ocurrido ayer a unas elecciones generales, la única opción de gobernabilidad del país sería precisamente la apuntada por Felipe González al inicio de la campaña electoral, es decir, la Gran Coalición, porque con ese resultado ni el PP ni el PSOE serían capaces de formar gobierno buscando apoyos de terceras fuerzas.

El bipartidismo ha entrado en el quirófano por la sala urgencias y aunque en el PP estén satisfechos por haber ganado las elecciones, ni en el estado mayor de Génova 13 ni mucho menos en el de Ferraz, deberían obviar una reflexión muy profunda sobre lo que está pasando en este país y la responsabilidad que tienen ambos partidos mayoritarios en la desafección ciudadana que ha conducido a un más de un millón de personas a echarse en brazos de un partido de tinte totalitario y radical como es Podemos.

Sin duda, el principal afectado por la fragmentación del voto es el PSOE, porque ha sido por la izquierda por donde ha crecido espectacularmente el voto de rechazo al sistema, pero fíjense en el detalle de que los dos partidos han perdido el mismo porcentaje de votos de 2009 a 2014, aproximadamente un 15%, lo cual indica que el rechazo es común a PP y PSOE y que las campañas que identifican a un partido con el otro tienen éxito.

El análisis no sería el mismo si se hubieran cumplidos las encuestas –cada vez es mayor el grado de error de las empresas de sondeos, incluso del CIS, y eso debería llevar también a introducir cambios metodológicos en los mismos– y el PP se hubiera acercado al 35% de los votos, porque eso habría situado el problema sólo en la izquierda… Pero es evidente que el desgaste es por igual, lo cual debería conducir a un ejercicio de reflexión conjunto, porque de seguir así entonces sí que va a estar en riesgo la supervivencia del sistema.

Es verdad que el PP pierde menos votos por su derecha que el PSOE por su izquierda, pero los populares tienen un electorado descontento que ha votado a UPyD y a C’s y ha castigado las políticas del Gobierno y especialmente los incumplimientos programáticos. Y el PSOE no es capaz de tapar la herida que sangra por su extrema izquierda y hacer de parapeto al surgimiento de partidos populistas antisistema que se quedan con sus votos. Si en Francia la noticia ha sido el triunfo de Le Pen, en España lo es el ascenso del radicalismo de izquierdas de Pablo Iglesias, pero ya verán como, aun pareciendo estar en las antípodas unos de otros, les vemos votar juntos en Europa porque a todos ellos les une el euroescepticismo.

Había preocupación en la UE por la irrupción de los movimientos populistas de derechas y de izquierdas, y esa inquietud ya es real. Esta ya no es la Europa de socialdemócratas y conservadores, ahora es la Europa de millones de ciudadanos que dan la espalda a la política tradicional. Hoy puede ser un aviso, pero si los partidos que durante décadas han garantizado la estabilidad política no hacen algo, el aviso puede acabar convirtiéndose en su tumba.

De la primera lectura que cabe hacer de los resultados del 25-M me permito una afirmación indiscutible: el bipartidismo se hunde. El dato es contundente: la suma de los dos principales partidos no llega ni al 50% de los votos emitidos, cuando hace cinco años alcanzaba el 81%. En un lustro el PP y el PSOE han perdido cinco millones de votantes. Y no le podemos achacar ese hecho a la abstención, porque encima la participación ha sido incluso unas décimas superior a la de hace cinco años.