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Felipe VI, un Rey a la mayor gloria de Rajoy
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Federico Quevedo

Dos Palabras

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Felipe VI, un Rey a la mayor gloria de Rajoy

Que esta iba a ser una legislatura de cambios, creo que no lo dudaba casi nadie. Había dos posibilidades: que se hicieran de un modo brusco

Que esta iba a ser una legislatura de cambios, creo que no lo dudaba casi nadie. Había dos posibilidades: que se hicieran de un modo brusco y afectaran a todas las estructuras del Estado sin que realmente pudiéramos afirmar dónde acabaría un proceso de esas características o que los cambios tuvieran lugar de modo pacífico, buscando la estabilidad del sistema y sin poner en cuestión todo lo que se logró en la Transición, pero dándoles profundidad.

Conociendo a Mariano Rajoy y su casi obsesión por la formalidad y el respeto a las reglas del juego, era evidente que el camino a seguir iba a ser el segundo. Y, dentro de ese camino, algunos estábamos convencidos desde hace tiempo de que en esta legislatura de mayoría absoluta del PP y, por lo tanto, de estabilidad política, se iba a producir la abdicación del Rey y la sucesión en el Trono por parte de su hijo el príncipe Felipe, un hecho que va a tener lugar esta misma tarde y que mañana se oficiará de modo solemne en el Congreso de los Diputados con la proclamación de Felipe VI.

Las razones eran más que evidentes. Más allá de la salud del Monarca, muy tocada, especialmente tocada, se escondía el profundo descrédito que todo lo ocurrido en el entorno de la Corona había generado entre los ciudadanos hacía la Institución, hasta el extremo real y cierto de poner en peligro su continuidad sin que ninguno de los líderes de los partidos mayoritarios, ni Mariano Rajoy ni Alfredo Pérez Rubalcaba, pudieran garantizar el mantenimiento del Pacto Constitucional más allá de 2015.

Entiendo que había dos razones para que la abdicación se produjera en estos meses: o bien un empeoramiento de la salud del Rey que inevitablemente condujera al relevo en un espacio de tiempo indeterminado, pero que tal y como están las cosas no garantizaba que se produjera sin una agitación social que lo pusiera en peligro; o bien alguna información relativa a los casos de corrupción que afectan a su entorno que implicara directamente al Monarca y que hiciera imposible para los partidos mayoritarios contener lo que hubiera sido un verdadero clamor contra la Monarquía.

El caso es que a Mariano Rajoy, y por responsabilidad a Alfredo Pérez Rubalcaba, les convenía que la abdicación se produjera cuanto antes y, en ese cuanto antes, las elecciones del 25 de mayo aceleraron la urgencia porque Rubalcaba no podía garantizar que su partido se mantuviera firme en el Pacto Constitucional. No caben otras explicaciones más allá de razones ocultas que los protagonistas de todo este lío se resisten a desvelar, pero cada día es más evidente que la ‘versión oficial’ es una farsa, una ficción inventada a tal efecto.

Pero sin duda quienes han empujado al Rey a tomar la decisión de abdicar han contado con la complicidad del Príncipe, convencido este de que sólo un impulso regeneracionista puede hacer que la sociedad española recupere la confianza perdida en una Institución que, en definitiva, nos pertenece a todos y, sobre todo, depende y está sometida a la Soberanía del pueblo español.

Ese principio se rompió en los últimos años del reinado de Juan Carlos I, y es el principio que Felipe VI debe recuperar como elemento esencial que désostenibilidad a un modelo de Estado que, de otra manera, no se sostendría. El Rey reina, pero no gobierna, fue la razón que llevó a todas las fuerzas democráticas a respaldar el Pacto Constitucional, y eso significaba que la Soberanía Real quedaba supeditada a la Soberanía Popular de tal modo que, aun siendo rey por herencia, se le negaban todos los poderes propios de ese Estado, que quedaban sometidos al poder del pueblo expresado en las urnas.

Por eso el cambio era fundamental, y era fundamental hacerlo ahora. El camino de reformas emprendido por Rajoy en esta legislatura y que hasta ahora se limitaba prácticamente a las cuestiones económicas, alcanza de este modo una nueva dimensión porque la abdicación del Rey y la proclamación del Felipe VI abren la puerta a futuras reformas que tendrán lugar a partir de ahora. Felipe VI va a ser un rey distinto, sin ataduras de ninguna clase, libre de cargas y aparentemente predispuesto a facilitar esos cambios que el pueblo español reclama. Digo facilitar, no hacer, porque lo segundo le corresponde al Parlamento y al Gobierno.

La España que conocimos al inicio de esta legislatura tendrá poco que ver con la que conoceremos cuando acaben estos cuatro años. Para lo bueno y para lo malo. Será una España más pobre, sin duda, con una importante merma en los servicios sociales. Pero será una España en proceso de recuperación y de regeneración, en la que ya no serán posibles muchas de las cosas que fueron posibles en el pasado porque se han empezado a poner los medios para evitarlas. Será una España más transparente, más justa en el sentido de igualdad ante la ley, más dura con los delitos de corrupción, más exigente hacia su clase dirigente… A Felipe VI le va a tocar reinar en un país diferente, a mayor gloria de un Mariano Rajoy que empieza a poner los peldaños de una nueva mayoría absoluta en 2015.

Que esta iba a ser una legislatura de cambios, creo que no lo dudaba casi nadie. Había dos posibilidades: que se hicieran de un modo brusco y afectaran a todas las estructuras del Estado sin que realmente pudiéramos afirmar dónde acabaría un proceso de esas características o que los cambios tuvieran lugar de modo pacífico, buscando la estabilidad del sistema y sin poner en cuestión todo lo que se logró en la Transición, pero dándoles profundidad.

Mariano Rajoy Alfredo Pérez Rubalcaba Rey Don Juan Carlos