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¡Comprémosle una parabólica a Monago!
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Federico Quevedo

Dos Palabras

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¡Comprémosle una parabólica a Monago!

Monago no tiene parabólica. Yo no sé a ustedes, pero a mí la noticia me ha causado una profunda tristeza, un enorme desasosiego, una tremenda desazón… Un sinvivir,

Foto: El presidente de la Junta de Extremadura, José Antonio Monago (EFE)
El presidente de la Junta de Extremadura, José Antonio Monago (EFE)

Monago no tiene parabólica. Yo no sé a ustedes, pero a mí la noticia me ha causado una profunda tristeza, un enorme desasosiego, una tremenda desazón… Un sinvivir, vamos. ¿Ustedes conocían a algún español que no tuviera parabólica? Yo no, hasta que Monago confesó el pasado viernes que él no la tenía, y eso nos ha llenado de congojo. En un país donde a la gente se la desahucia por un quítame allá esas pajas, que Monago no tenga parabólica es un drama, una hecatombe, el fin del mundo, el colapso de la humanidad.

Ni el 9-N, ni la secesión de Cataluña, ni la corrupción, ni la crisis, ni Podemos… Lo que de verdad atosiga a los españoles hoy es saber que Monago no tiene parabólica y que el Gobierno de Rajoy no haya hecho absolutamente nada para remediarlo. ¡Malditos bastardos! Pero ¿qué se habrán creído? Tener parabólica debería ser un derecho constitucional, esa debería ser la verdadera reforma que tanto proclama Pdro Snchz: el derecho universal a tener parabólica, sufragado vía Presupuestos Generales del Estado. Ese, y no otro. He dicho.

He de confesar que en un primer momento la rueda de prensa lacrimógena de Monago me sorprendió, no sé todavía si para bien o para mal, pero me sorprendió. Es verdad que uno esperaba otro tipo de declaración; básicamente, el anuncio de que no volvería a presentarse a las próximas autonómicas. No su dimisión, que yo nunca he creído que fuera oportuna porque ni el asunto lo merece –entre otras cosas porque es moneda corriente entre todos los diputados y senadores, y por eso han callado todos como p…–, ni tenía sentido someter a la Comunidad de Extremadura a un paréntesis de ingobernabilidad de seis meses hasta las elecciones. Pero tenía y tengo la sensación de que el asunto le había dejado lo suficientemente tocado como para plantearse seriamente su continuidad.

Sin embargo, me equivoqué, y eso que el whatsapp que su mujer envió a sus más íntimos –“Mañana viernes, a las 9 horas, ofrezco rueda de prensa desde Presidencia del Gobex. Se emitirá por el Canal Autonómico y por cadenas nacionales. Un abrazo muy fuerte y gracias por tu apoyo y aliento”– era lo suficientemente ambiguo como para hacer creer en su abandono… Pero Monago apareció el viernes dispuesto a dar una batalla, aunque en lugar de eso, mal asesorado por el siempre todopoderoso áulico asesor Iván Redondo, lo que hizo fue un inmenso ridículo.

Aquí lo de menos era el motivo de los viajes, y si eran 16, o 32, o 225… Nadie más que él sabe a qué fue a Tenerife las veces que fuera, y nadie lo sabe entre otras cosas porque el sistema de viajes –dentro del territorio nacional– que rige para diputados y senadores les permite desplazarse sin necesidad de tener que dar explicaciones a nadie y sin que nadie se las pida. Eso ahora va a cambiar, pero hasta la fecha era así. Por eso no hay delito alguno en su comportamiento, ni en el suyo ni en el de ninguno de los parlamentarios: ese es el acuerdo al que han llegado las Cámaras con la compañía Iberia y así ha sido hasta hoy en día.

A mí, la razón por la que Monago viajaba a Canarias me da igual, y yo la conozco personalmente aunque nunca he querido convertir ese asunto en tema informativo porque me parece que la vida privada de las personas no debe ocupar espacio público. El problema no es nada de todo eso; el problema es que, en lugar de reconocer desde el principio la verdad, Monago ha ido diciendo un día una cosa y al siguiente la contraria, hasta conseguir una serie de pruebas que le permitieran justificarse. Y para hacerlo ha recurrido al manual del victimismo, por cierto manoseado hasta la saciedad por el nacionalismo, cometiendo además el error de identificar sus problemas con la comunidad a la que representa, o sea, que hacerle daño a él supone hacerle daño a Extremadura… Ni Pujol en sus mejores tiempos.

Que si no tengo parabólica, que si gano menos que ningún otro presidente autonómico, que si vivo en mi casa, que si nací en una familia humilde y fui bombero, que si… Nadie le juzga por todo eso, ni nadie cuestiona su honradez como político, ni nadie ha puesto en duda que se haya enriquecido a costa de los demás como sí han hecho otros… Pero no ha sido sincero. Y en política eso tiene un coste. Podía haber admitido desde el principio que sí, que viajó a Canarias por razones personales con cargo al erario público, como hacen por cierto la mayoría de los diputados y senadores, y que tenía razones para ello porque entonces vivía entre Madrid, las islas y su casa de Extremadura, pero prefirió –como digo, mal aconsejado– dar la absurda batalla de la pena.

Y sus enemigos, que no están más lejos de las fronteras de Extremadura ni lo están en la orilla contraria porque esos son adversarios, sino que están mucho más cerca de lo que él se cree, se están frotando las manos. ¡Ah! Y en cuanto pueda doy el número de cuenta para la colecta de la parabólica…

Monago no tiene parabólica. Yo no sé a ustedes, pero a mí la noticia me ha causado una profunda tristeza, un enorme desasosiego, una tremenda desazón… Un sinvivir, vamos. ¿Ustedes conocían a algún español que no tuviera parabólica? Yo no, hasta que Monago confesó el pasado viernes que él no la tenía, y eso nos ha llenado de congojo. En un país donde a la gente se la desahucia por un quítame allá esas pajas, que Monago no tenga parabólica es un drama, una hecatombe, el fin del mundo, el colapso de la humanidad.

José Antonio Monago Transparencia