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Lo que va de un café con pastas a un escándalo desproporcionado
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Federico Quevedo

Dos Palabras

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Lo que va de un café con pastas a un escándalo desproporcionado

No ha habido político de la oposición ni medio contrario al PP que no haya aprovechado la reunión entre Fernández Díaz y Rato para atizar al Gobierno una colección de mandobles

Foto: El ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, en una comparecencia en el Congreso. (EFE)
El ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, en una comparecencia en el Congreso. (EFE)

Esta mañana el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, comparece ante el pleno del Congreso de los Diputados para explicar las razones que le llevaron a reunirse con el exvicepresidente Rodrigo Rato en su despacho el pasado 29 de julio. Este encuentro se ha convertido, por méritos propios, en el culebrón del verano, en la noticia radiada a los cuatro vientos en pleno mes de agosto con sequía informativa a pesar de la proximidad de elecciones.

Y es que nadie puede poner en duda de que se trata de un hecho cuando menos singular, por no decir que sumamente inoportuno, cosa que aclararé después. El caso es que no ha habido un político de la oposición ni un medio de comunicación contrario al PP que no haya aprovechado este hecho para atizar al Gobierno una colección de mandobles a cada cual más exagerado, porque puestos a decir la chorrada más grande la rivalidad entre Antonio Hernando (PSOE), Herzog (UPyD en vías de extinción) y Ramón Espinar (Podemos) es notoria. El libreto podría titularse Cómo convertir un café con pastas en un escándalo de alcance internacional, y si no fuera porque dice mucho de la baja calidad intelectual y ética de nuestra clase política, podría servir para un sainete.

El ministro ha pecado de ingenuo, y la ingenuidad le ha costado una semana de titulares a cuenta de una cita estúpida que nunca debió haberse producido

El caso es poner bajo sospecha al ministro del Interior y al Gobierno por reunirse con un señor que está imputado por graves delitos de corrupción, pero al que –recuerdo, porque hay que recordar esto muchas veces– sigue amparando el derecho constitucional a la presunción de inocencia. Pero habría que ser muy gilipollas, y perdónenme la rudeza de la expresión, para reunirse con Rodrigo Rato con el fin de hablar de su situación jurídico-procesal, y por mal o peor que nos caiga Fernández Díaz, no es tan eso como para caer en ese error, entre otras cosas porque no está en absoluto de su mano el poder ayudar a Rato.

¿Qué ha pasado entonces? Pues lo que va a contar el ministro a los diputados es que debido a esas acusaciones, algún miembro de su familia está siendo objeto de amenazas bastante graves. Tal cual se lo contó el propio Rato a Fernández Díaz por teléfono y, aquí la inoportunidad, Fernández Díaz en una deferencia hacia quien en otros tiempos había sido un compañero destacado del partido, le citó en su despacho para hablar del asunto y ver qué se podía hacer. La equivocación está en no haber sido consciente del revuelo que se iba a organizar.

Tratándose del tema que se trataba, era mucho más oportuno desviar la cita hacia un colaborador, lo cual habría pasado más desapercibido, o incluso haberlo tratado de solucionar vía telefónica. O, mejor aún, haberlo filtrado convenientemente antes de la reunión para que esta no se pusiera bajo sospecha. El ministro ha pecado de ingenuo, y la ingenuidad le ha costado una semana de titulares a cuenta de una cita estúpida que nunca debió haberse producido.

Esta mañana el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, comparece ante el pleno del Congreso de los Diputados para explicar las razones que le llevaron a reunirse con el exvicepresidente Rodrigo Rato en su despacho el pasado 29 de julio. Este encuentro se ha convertido, por méritos propios, en el culebrón del verano, en la noticia radiada a los cuatro vientos en pleno mes de agosto con sequía informativa a pesar de la proximidad de elecciones.

Rodrigo Rato