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De presidente a trilero… ¿Qué coño le está pasando a Mariano Rajoy?
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Federico Quevedo

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De presidente a trilero… ¿Qué coño le está pasando a Mariano Rajoy?

Ha perdido un mes para intentar alcanzar un acuerdo amplio como para garantizarse gobernar en minoría. Es más, ha impedido que lo hicieran otros en su nombre. ¿Por qué?

Foto: El presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy. (Reuters)
El presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy. (Reuters)

En la tarde del jueves 28 de julio los principales dirigentes del Partido Popular pasaron, en cuestión de pocos minutos, de la euforia a la estupefacción. El anuncio de Rajoy de que aceptaba el encargo del Rey para someterse a la investidura hizo respirar aliviados a quienes creían, con mucha razón, que eso era lo único que podía hacer el líder del PP en las actuales circunstancias y que no cabía una espantada como la de la otra vez. Sin embargo, la preocupación volvió a los rostros de estos mismos cuando a renglón seguido Rajoy condicionaba el ir a la sesión de investidura al hecho de obtener los votos necesarios para sacarla adelante.

“¿Esto es posible?”, le pregunté a uno de esos dirigentes. “Yo creo que no, que una vez que el Rey hace el encargo no se puede dar marcha atrás salvo por una circunstancia de fuerza mayor…”, me contestó. “¿Y qué vais a hacer?”, le volví a preguntar. “Pues intentar explicar lo inexplicable… No nos queda otra”, me dijo. Y en efecto, cuando todavía la sorpresa casi no había dado paso a la indignación generalizada, los distintos líderes del PP se lanzaron a dar la única explicación posible, que no por ello válida en ningún caso: la Constitución no obliga al candidato a presentarse.

Ya, claro, pero cualquiera que lea los apartados 1 y 2 del artículo 99 entiende que eso se da por hecho y no hace falta especificarlo. Tan es así que hubo quién se negó a comparecer ante los medios para argumentar lo que no hay por donde cogerlo. Lo increíble de todo esto es que haya sido el propio Rajoy, un hombre amante de las formalidades, el que haya propuesto semejante ejercicio de trilerismo político, que supone un retorcimiento sin precedentes de la Constitución, al tiempo que un ninguneo evidente de la figura del monarca.

Nadie entiende que Rajoy haya jugado esa carta marcada, salvo que se explique como un intento de poner la pelota en el tejado de Sánchez y Rivera

¿Qué había pasado? Pues algo que yo ya había adelantado hace unos días en otro 'post' titulado 'Todos, incluso el PP, quiere que el Rey ‘borbonee’, y que básicamente consistía en que, al igual que ocurrió con la segunda ronda de contactos tras las elecciones del 20-D, la pretensión de Rajoy era que el Rey no designara candidato ante la imposibilidad de sacar adelante la investidura. O, dicho de otro modo, no asumir ningún coste a cambio de que lo asumiera Felipe VI. Lo que me cuentan que pasó -y esto siempre hay que tomarlo con mucha cautela tratándose del Monarca- es que el Rey le dijo a Rajoy que estaba obligado por la Constitución a proponer un candidato y que dado que quien tenía mayor número de votos era él, y nadie más se había postulado, no tenía más remedio que hacerle el encargo.

Rajoy sabía que no podía volver a decir que no, porque hacerlo implicaba un coste político de incalculables consecuencias, y optó por el camino de en medio: aceptaba, pero condicionando la aceptación a que en el momento de ir a la sesión de investidura tuviera los votos necesarios para sacarla adelante. Nadie entiende, insisto, que alguien tan formalista como Rajoy haya jugado esa carta marcada, además con tanta antelación, salvo que se explique en un intento a la desesperada de poner la pelota en el tejado de Sánchez y Rivera: o hacen algo para que salga investido, o tenemos un lío de narices y en un momento extraordinariamente complicado para España.

Rajoy ha mantenido su sempiterna estrategia de esperar a que la manzana caiga de su lado. Y es posible que vuelva a darle resultado

Pero no deja de ser juego sucio. Yo no alcanzo a entender qué coño le pasa a Mariano Rajoy. Ha perdido más de un mes para intentar alcanzar un acuerdo lo suficientemente amplio como para garantizarse, al menos, poder gobernar en minoría. Es más, ha impedido que lo hicieran otros en su nombre. ¿Por qué? ¿Qué extraña razón le ha llevado a creer que la presidencia del Gobierno estaba sujeta a un contrato incondicional de adhesión de sus adversarios políticos? No era tan difícil siquiera simular que se abría un periodo de negociación, nombrando incluso un equipo negociador y poniendo un papel en blanco sobre la mesa para intentar acordar un programa aceptable para todos, y que si eso no salía adelante no fuera por voluntad propia, sino por interés ajeno.

Eso sí le hubiera permitido decir a la sociedad “yo lo he intentado, los demás no han querido”. Pero en lugar de eso ha mantenido su sempiterna estrategia de esperar a que la manzana caiga de su lado. Y es posible que vuelva a darle resultado, que si hay terceras elecciones saque todavía más votos que en las últimas. Pero eso no va a evitar la sensación de que lejos de estar ante un mago de la política, estamos ante un trilero.

En la tarde del jueves 28 de julio los principales dirigentes del Partido Popular pasaron, en cuestión de pocos minutos, de la euforia a la estupefacción. El anuncio de Rajoy de que aceptaba el encargo del Rey para someterse a la investidura hizo respirar aliviados a quienes creían, con mucha razón, que eso era lo único que podía hacer el líder del PP en las actuales circunstancias y que no cabía una espantada como la de la otra vez. Sin embargo, la preocupación volvió a los rostros de estos mismos cuando a renglón seguido Rajoy condicionaba el ir a la sesión de investidura al hecho de obtener los votos necesarios para sacarla adelante.

Mariano Rajoy