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Un discurso muy poco ilusionante... Vamos, ¡un coñazo!
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Federico Quevedo

Dos Palabras

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Un discurso muy poco ilusionante... Vamos, ¡un coñazo!

Lo incomprensible, después de escucharle, es que los españoles no le hubieran vuelto a dar una amplia mayoría absoluta, porque parece que su Gobierno es el único que ha trabajado por el bien del país

Foto: El presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy. (EFE)
El presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy. (EFE)

Mariano Rajoy no hace vibrar. Es verdad que ese no es su fuerte. Buen parlamentario, se desenvuelve mejor en el cuerpo a cuerpo que en el discurso puro y duro. Pero, fíjense, cuando le escuchaba en su intervención del debate de investidura, me vino a la cabeza aquel Rajoy de hace unos cuantos años, cuando el lendakari Ibarretxe llevó al Congreso su plan soberanista... Aquel Rajoy hizo vibrar a su bancada, y a lo que no era su bancada. Recuerdo que entonces varios dirigentes socialistas afirmaban, no sin cierta envidia, que aquel debía haber sido el discurso de Zapatero.

Debe ser cosa del poder, pero lo cierto es que es como si el paso por el mismo los somatizara. El discurso de Rajoy fue un coñazo... A la media hora uno tenía la sensación de haber oído lo mismo no sé cuántas veces. Es comprensible que un candidato a la presidencia del Gobierno tenga que hacer un relato de sus planes, de su hoja de ruta, pero España no está para eso, España no está para un 'déjà vu' que no parece llevarnos a ninguna parte. Que si hay que crear más empleo, que si no se puede seguir gastando como hasta ahora, que si la estabilidad por aquí, que si los pactos por allá... Nada nuevo bajo el sol. O sea, el discurso de un registrador de la propiedad, de un burócrata, del jefe de una gestoría...

Pero no el discurso de un líder para un país que necesita, como nunca, una dirección política ilusionante. Sin duda, nada de lo dicho por Rajoy es un tema menor: salvaguardar las pensiones, un pacto educativo para el futuro, garantizar la igualdad, luchar contra la violencia de género... Pero Rajoy lo dice como si se lo acabara de aprender, incluso daba la sensación de que podría decir lo contrario si en eso consistiera el examen. Pero es lo que hay. Con 137 escaños y habiendo sido el único partido que ha crecido en las elecciones pasadas, no cabía plantearse ninguna otra fórmula que no pasara por su investidura.

Lo incomprensible, después de escucharle, es que los españoles no le hubieran vuelto a dar una amplia mayoría absoluta porque parece que su Gobierno es el único que ha trabajado por el bien del país. Siendo este su primer discurso desde 2011, se echó de menos un poco -o un mucho- de autocrítica, que hubiera dado una mayor credibilidad a su programa de gobierno para los próximos cuatro años. No se puede pasar por encima de la corrupción, por ejemplo, afirmando que ahora se lucha más que nunca contra ella, sin admitir el daño que le ha hecho la misma a su partido.

Podía haber hecho la misma intervención hace cuatro años, y seguramente no habría cambiado ni una coma. Es probable que, sabiendo de antemano el resultado de la votación, Rajoy haya optado por dejar lo mejor para un nuevo acto de investidura que tendrá lugar, casi con seguridad, a partir del 28 de septiembre... Pero me temo que no. No deja de ser curioso que el único momento del discurso en el que realmente se vio a otro Rajoy fue al final, cuando se refirió al desafío catalán: parece que fuera lo único que le enciende.

Foto: Tercera sesion debate investidura mariano rajoy
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Con todo, sería deseable que su investidura saliera adelante, si no ahora, sí al menos en una segunda vuelta de la misma. Primero, porque España lo necesita. Segundo, porque un nuevo fracaso sería una enorme desgracia. La irresponsabilidad de Pedro Sánchez no puede ir más allá de esta sesión de investidura. En algún momento de estos dos meses a contar a partir del viernes, tiene que dar su brazo a torcer, aunque sea a costa de su propia supervivencia, porque el pueblo español no se merece una nueva demostración de incapacidad de su clase política.

Los españoles no se merecen esto. Ni se merecen un candidato a la presidencia del Gobierno que parece que lo hace por obligación, ni un líder de la oposición que piensa más en su futuro político que en el futuro del país. Así, habrá terceras elecciones, serán inevitables, y ya veremos entonces si los españoles están dispuestos a seguir aguantando esta pantomima. En eso, al menos, tenía razón Rajoy: es una responsabilidad de todos, sobre todo de quienes tienen en su mano permitir que en España haya Gobierno. Unos se han movido en esa dirección, seguramente sin mucho entusiasmo, pero sí con sentido de la responsabilidad. Otros, sin embargo, parecen enrocados en el personalismo.

Mariano Rajoy no hace vibrar. Es verdad que ese no es su fuerte. Buen parlamentario, se desenvuelve mejor en el cuerpo a cuerpo que en el discurso puro y duro. Pero, fíjense, cuando le escuchaba en su intervención del debate de investidura, me vino a la cabeza aquel Rajoy de hace unos cuantos años, cuando el lendakari Ibarretxe llevó al Congreso su plan soberanista... Aquel Rajoy hizo vibrar a su bancada, y a lo que no era su bancada. Recuerdo que entonces varios dirigentes socialistas afirmaban, no sin cierta envidia, que aquel debía haber sido el discurso de Zapatero.

Mariano Rajoy