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Así es como Pablo Iglesias conduce a Podemos al colapso
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Federico Quevedo

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Así es como Pablo Iglesias conduce a Podemos al colapso

Podemos no es un partido para estar en la oposición. No saben. No tienen esa cultura. Y son conscientes de que en el momento en el que el PSOE recomponga sus heridas les robará esa cartera

Foto: Pablo Iglesias, líder de Podemos, en Madrid. (Reuters)
Pablo Iglesias, líder de Podemos, en Madrid. (Reuters)

Fue el pasado mes de enero. Lo recordarán ustedes: Pablo Iglesias comparecía ante los medios de comunicación después de su entrevista con el rey Felipe VI, rodeado de toda su ‘corte’, y se ofrecía para ser vicepresidente de un Gobierno presidido por Pedro Sánchez en el que Podemos se haría cargo de las carteras más sociales, o sea, Defensa, Interior, Exteriores... Aquel día, sin embargo, ambos dirigentes empezaron a cavar su tumba: Sánchez porque no fue capaz de responder a Iglesias con la contundencia que aquel desafío se merecía, empeñado como estaba en alcanzar alguna clase de acuerdo que lo llevara a la Moncloa, e Iglesias porque se cerró todas las puertas a cualquier clase de entendimiento con los socialistas, como se iría demostrando en los meses siguientes, lo cual le alejaba del poder real.

Las elecciones de junio vinieron a confirmar esa tendencia y, en fin, no voy a relatar todo lo ocurrido después, que es de sobra conocido por ustedes. La realidad es que a las puertas de una sesión de investidura en la que Mariano Rajoy será elegido presidente del Gobierno, en Podemos se han encendido todas las alarmas. Si ya en los últimos meses habían pasado a un segundo plano, la lejanía de un posible Gobierno de coalición con el PSOE y la certeza de que será Rajoy quien de nuevo jure el cargo ante el Rey, han caído como un jarro de agua fría sobre las expectativas del partido morado.

Un partido que, más allá de sus conexiones –reales, ciertas, como en estas mismas páginas hemos contado– ideológicas y económicas con el chavismo, nació con una clara ambición de poder que le daba sentido. Dicho de otro modo: Podemos no es un partido para estar en la oposición. No saben. No tienen esa cultura. Y son conscientes de que en el momento en el que el PSOE recomponga sus heridas les robará esa cartera porque tanto ellos como el PP son partidos institucionales acostumbrados a la batalla parlamentaria.

De ahí la reacción. De ahí los primeros intentos de volver a tomar la calle y las aulas. De ahí el acto fascista de hacer callar a González en la Autónoma y el de convocar –a través de terceros, obviamente– a rodear el Congreso el día de la investidura. Pero es un error, y eso lo saben quienes en Podemos están haciendo una lectura pausada de la situación, es decir, los errejonistas. No sorprende que mientras Rita Maestre hace llamamientos a la moderación otros insistan en tomar las calles. Se están enfrentando dos modelos de entender el futuro de Podemos: quienes apuestan por la transversalidad como única forma de que el partido perdure, y quienes están convencidos de que su fuerza sigue estando en la calle y no en las instituciones.

En una primera fase del nacimiento de Podemos, esas dos visiones confluyeron. El 15M fue un movimiento transversal, tan transversal que hasta este que suscribe –que para nada es sospechoso de votar a Podemos– lo defendió como necesario. La crisis económica –más bien los recortes y la insensibilidad gubernamental– y la corrupción fueron la simiente que hizo aflorar un descontento ciudadano que afectaba a todas las capas sociales y que se trasladaba a la calle. Ya casi no nos acordamos, pero hubo una época en la que las manifestaciones eran constantes, así como los actos de protesta. Aquello fue el caldo de cultivo para que llegara Podemos y canalizara esa indignación. De hecho, en el momento en el que los ciudadanos visualizaron en Podemos el voto del descontento las calles se volvieron más tranquilas.

El llamamiento a tomar las calles, defendido por Pablo Iglesias, es un error estratégico incuestionable: no existe un clima propicio para ello

Pero pasado el tiempo resulta que la crisis económica se ha superado y se empieza a instalar un mayor optimismo de cara al futuro, y tampoco se percibe ya la corrupción como algo inmediato, sino más bien como un problema del pasado que ahora se juzga en los tribunales. Todo eso hace que el descontento, la indignación, se hayan diluido a favor de la necesidad de estabilidad política como un bien necesario. El llamamiento a tomar las calles, defendido por Pablo Iglesias, es un error estratégico incuestionable: no existe un clima propicio para ello.

De hecho, más allá de que el otro día consiguieran acallar la voz de todo un expresidente del Gobierno, la pretensión de devolver a las calles el debate político va a ser un inmenso fracaso, y sino al tiempo. A eso se une que una buena parte del votante de Podemos, el más moderado, el que no proviene de los movimientos de extrema izquierda, se siente defraudado en la medida en que aquellos en los que depositaron su confianza no fueron capaces de negociar con el PSOE bajo el principio de la humildad.

La soberbia, el envanecimiento con el que Pablo Iglesias ha gestionado el liderazgo de Podemos es lo que va a conducir a esta formación al colapso, un colapso que vendrá protagonizado por sus múltiples ‘firmas’ regionales que acabarán por dar la espalda a la formación morada, empezando por los catalanes de En Comú que ya están en conversaciones con ERC para acabar confluyendo con Ada Colau como lideresa. Pero no son los únicos. Las Mareas gallegas seguirán el mismo camino y así hasta que Podemos quede reducido a un grupo minoritario con una presencia parecida a la que hasta ahora venía teniendo IU. Un camino inexorable en el que no habrá marcha atrás mientras siga al frente Pablo Iglesias.

Fue el pasado mes de enero. Lo recordarán ustedes: Pablo Iglesias comparecía ante los medios de comunicación después de su entrevista con el rey Felipe VI, rodeado de toda su ‘corte’, y se ofrecía para ser vicepresidente de un Gobierno presidido por Pedro Sánchez en el que Podemos se haría cargo de las carteras más sociales, o sea, Defensa, Interior, Exteriores... Aquel día, sin embargo, ambos dirigentes empezaron a cavar su tumba: Sánchez porque no fue capaz de responder a Iglesias con la contundencia que aquel desafío se merecía, empeñado como estaba en alcanzar alguna clase de acuerdo que lo llevara a la Moncloa, e Iglesias porque se cerró todas las puertas a cualquier clase de entendimiento con los socialistas, como se iría demostrando en los meses siguientes, lo cual le alejaba del poder real.

Ada Colau