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Federico Quevedo

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¡Déjenla descansar en paz!

Fue una gran alcaldesa de Valencia, que llorará su pérdida sin duda alguna, y lo fue hasta el último día

Foto: Rita Barberá. (EFE)
Rita Barberá. (EFE)

No he podido evitar llorar esta mañana. Conocía desde hace muchos años a Rita Barberá, y todavía conservo en mi teléfono móvil el último mensaje que me enviaba el pasado mes de septiembre: “Quiero pedirte que des al tema la dimensión que tiene y no esta barbaridad desproporcionada e inhumana. Y haz pedagogía profesional y no capitalista y sin valores”. Quizá sea ya demasiado tarde, pero eso es, exactamente, lo que voy a hacer en memoria de alguien que, a pesar de sus errores, merecía todo mi respeto y mi consideración.

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Fue una gran alcaldesa de Valencia, que llorará su pérdida sin duda alguna, y lo fue hasta el último día, ese en el que cuando todos a su alrededor la aconsejaban que se retirara, ella, por lealtad a su jefe de filas que le pidió que no lo hiciera, volvió a dar un paso adelante consciente de que perdería. De hecho, Mariano Rajoy debería reflexionar sobre si en todo este tiempo él no hubiera podido contribuir a mermar la presión que entre todos hemos ejercido sobre Rita Barberá, aunque fuera obligándola a abandonar ya en aquel entonces y, si no, al menos en el minuto uno de conocerse el proceso acusatorio que se abría contra ella.

Porque lo cierto es que se quedó muy sola, mientras en la opinión pública y en el circo mediático se la condenaba sin juicio previo y pasando por encima de su presunción de inocencia, por un supuesto delito de blanqueo de dinero que ascendía a la terrible y escandalosa cantidad de 1.000 euros. Y eso, suponiendo que fuera verdad. Pero fuimos muchos los que desde el minuto uno le aconsejamos que lo dejara, porque ella no se merecía pasar el calvario de estos meses expuesta un día tras otro en el patíbulo de la opinión pública y publicada.

Se quedó muy sola, mientras en la opinión pública y en el circo mediático se la condenaba sin juicio previo y pasando por encima de su presunción de inocencia

Quienes han pasado por situaciones parecidas y desde el primer momento tomaron la decisión de hacerse a un lado lo saben: no merece la pena someterse a la pena del telediario, y valga la redundancia, aunque luego cuando la Justicia —lenta como ella sola, injusta hasta el extremo porque nunca repara el daño causado por esa lentitud— exculpa, la vuelta al ruedo político sea casi imposible. Pero es preferible abortar una carrera política, y más cuando ya se tiene cierta edad y se ha sido todo lo que uno quería ser en esta vida, que morirse solo de un infarto en la habitación triste de un hotel.

No, el precio a pagar es muy alto, demasiado alto por tan poco. Porque, me imagino, ni siquiera en las horas siguientes a su fallecimiento se la va a dejar descansar en paz. Ya lo verán. No he hecho mi recorrido habitual por las redes sociales antes de escribir estas líneas, pero a tenor de lo que ha ocurrido en anteriores ocasiones, me temo que volveremos a encontrarnos con un nuevo espectáculo de miseria humana con decenas, si no centenares, de buitres carroñeros que acuden hambrientos al olor de la carnaza para satisfacer sus deseos de asquerosa venganza.

placeholder Rita Barberá, durante su época de alcaldesa. (Reuters)
Rita Barberá, durante su época de alcaldesa. (Reuters)

No voy a insistir otra vez en la necesidad de autorregular los contenidos de las redes sociales, pero sí creo que todo esto y lo que pasará en las horas siguientes al fallecimiento de Rita Barberá debería servirnos para hacer una reflexión sobre hasta dónde somos capaces de llevar la noble exigencia de limpieza en el ejercicio de las responsabilidades públicas. Porque también lo noble deja de serlo cuando se acaba convirtiendo en un aquelarre condenatorio y el sujeto del ritual es sometido a una suerte de 'mobbing' social y mediático cuyas consecuencias, ya lo hemos visto, a veces son imprevisibles y dramáticas.

Yo he llorado esta mañana cuando he conocido la noticia de la muerte de Rita Barberá. Y he llorado, además de porque la conocía y sentía aprecio por ella, porque en el fondo uno mismo se pregunta hasta dónde ha podido ser injusto en su apreciación de las situaciones porque así lo exigía el guion preestablecido por la mayoría de la opinión pública y, por supuesto, de la publicada. Si ella hubiese hecho caso a todos los que le decían que lo dejara, hoy probablemente nos podría seguir enviando mensajes de esos que tanto le gustaban…

Yo he llorado esta mañana cuando he conocido la noticia de la muerte de Rita Barberá. Y he llorado porque la conocía y sentía aprecio por ella

Pero se empeñó en seguir porque estaba convencida de su inocencia y de lo injusto de su situación. La terquedad es mala consejera, sobre todo cuando para una parte no menor de la ciudadanía, esa que sigue con enfermiza fidelidad los dictados de ciertos programas de televisión, se es culpable solo por el hecho de ser político, y ser del PP. Pues bien, ni el Congreso ni el Senado están llenos de potenciales delincuentes como creen algunos, sino de gente honrada dispuesta a trabajar por el bien común, aunque a veces se equivoquen, como le ha ocurrido a Rita Barberá. Descanse en paz. Déjenla descansar en paz.

No he podido evitar llorar esta mañana. Conocía desde hace muchos años a Rita Barberá, y todavía conservo en mi teléfono móvil el último mensaje que me enviaba el pasado mes de septiembre: “Quiero pedirte que des al tema la dimensión que tiene y no esta barbaridad desproporcionada e inhumana. Y haz pedagogía profesional y no capitalista y sin valores”. Quizá sea ya demasiado tarde, pero eso es, exactamente, lo que voy a hacer en memoria de alguien que, a pesar de sus errores, merecía todo mi respeto y mi consideración.