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Y entonces al PP se le heló la sangre…
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Federico Quevedo

Dos Palabras

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Y entonces al PP se le heló la sangre…

Ni siquiera su íntimo amigo Mariano Rajoy le dedicó un gesto de cariño, aunque luego la llamaría. Eso sí, ante los medios dejó bien claro que Rita ya no era del PP. Era el argumentario oficial del partido

Foto: El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, junto a la ministra de Defensa, María Dolores de Cospedal, a su llegada al Tanatorio Municipal de Valencia. (EFE)
El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, junto a la ministra de Defensa, María Dolores de Cospedal, a su llegada al Tanatorio Municipal de Valencia. (EFE)

El día de la apertura solemne de la legislatura, las cámaras de La Sexta captaban la imagen de la senadora Rita Barberá dirigiéndose al exministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García Margallo: “¡Margui, que no me has saludado!”. Margallo se acercó a darle dos besos pero enseguida marcó distancia, y eso que él era uno de los pocos que se atrevían a reprochar a sus compañeros de partido su actitud distante hacia la exalcaldesa de Valencia. Pero no fue el único que se sintió incómodo aquel día. Por más que ella intentó buscar el consuelo de quienes antes eran sus amigos, no encontró otra cosa que rechazo.

Ni siquiera su íntimo amigo Mariano Rajoy le dedicó un gesto de cariño, aunque luego la llamaría, justo antes de que compareciera voluntariamente ante el Tribunal Supremo. Eso sí, ante los medios dejó bien claro que Rita ya no era del PP. Lo mismo haría el lunes siguiente Pablo Casado. Era el argumento oficial del partido. Y ella lo sintió así. Por eso el miércoles por la mañana, cuando los wasaps hicieron circular la terrible noticia, un escalofrío recorrió la columna vertebral del Partido Popular. Al sobresalto inicial siguió la pena. A la pena, la ira. A la ira, de nuevo la pena.

Y así en un día interminable en el que fueron muchos los que miraron hacia dentro y se sintieron mal. Muy mal. Algunos empezaron a buscar culpables más allá de las siglas: si no hubiese sido por la exigencia de Albert Rivera, Rita seguiría en el Partido Popular. La consigna se recogió en Twitter y las huestes se lanzaron como lobos a por el líder de Ciudadanos. Pero el pacto de investidura con el PP solo dice que al político imputado hay que apartarlo, no añade nada de despreciarlo. Eso fue cosecha propia y, probablemente, lo que más dolió en esa horas en muchos de los compañeros de Rita Barberá.

A medida que avanzaba ese miércoles 23 de noviembre la muerte de la senadora empezaba a tener un efecto devastador: el PP se rompía y los reproches se lanzaban como dardos envenenados. “La culpa es de los nuevos”. Los nuevos eran Casado, Maroto, Levy y Maillo. Pero no era de los nuevos de quienes buscaba consuelo en las horas, los días, las semanas previas a su declaración Rita Barbera, sino de los viejos, de los que ella conocía, de los que la habían acompañado y a los que había acompañado durante años, y que fueron los que le dieron la espalda cuando más los necesitaba.

El pacto de investidura de Ciudadanos con el PP solo dice que al político imputado hay que apartarlo, no añade nada de despreciarlo

A los nuevos los habían llevado ahí para servir de contrapunto a la corrupción, para lanzar el discurso de la limpieza, para poder decir que Bárcenas les daba asco y que Alfonso Rus era indigno de llamarse militante del PP. Los habían llevado para velar por el partido, no por las personas, y no estaba en su sueldo servir de paño de lágrimas de Rita Barberá. Eso estaba, o debía estar, no en el sueldo sino en el corazón de otros. Pero todo lo que se hiela amenaza con romperse, y aunque pueda parecer que pasarán los días y se olvidará lo sucedido, no va a ser así.

La muerte de Rita ha añadido aún más tensión en la aparentemente relajada guerra familiar del PP, y la vieja guardia, la guardia de las esencias, empieza a velar armas. Aznar pulsó el botón de alerta señalando la cobardía de la actual dirección, y si en Madrid es difícil que pueda plantearse algún tipo de contrapunto al poder omnipresente de Rajoy, no así en otros sitios donde también tiene que dirimirse el futuro del partido.

El PP valenciano ha sido, con mucho, el que más se ha empeñado en demostrar que Rita ya no era uno de ellos, para desconcierto de mucho militante

En Valencia, sin ir más lejos, la herida abierta por la muerte de la alcaldesa es inmensamente profunda, y las espadas vuelan alto apuntando a la cabeza de la actual lideresa del partido, Isabel Bonig, que se prometía un congreso regional tranquilo y se va a encontrar con más oposición interna de la que esperaba, eso si no fructifica una candidatura alternativa proveniente de las mismas familias a las que ella ha descabezado sin piedad alguna.

Y es que el PP valenciano ha sido, con mucho, el que más se ha empeñado en demostrar que Rita ya no era uno de ellos, para desconcierto de mucho militante, de mucho simpatizante, de mucho votante que no entendía esa actitud hacia la que había sido la alcaldesa de todos durante 24 años. La factura se la va a pasar a Bonig a cobro revertido, pero le llegará porque nunca ha sabido gestionar la crisis del PP valenciano y se ha ido ganando muchos enemigos. Sin duda habrá un antes y un después de la muerte de Rita en el PP. Y, si no, al tiempo.

El día de la apertura solemne de la legislatura, las cámaras de La Sexta captaban la imagen de la senadora Rita Barberá dirigiéndose al exministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García Margallo: “¡Margui, que no me has saludado!”. Margallo se acercó a darle dos besos pero enseguida marcó distancia, y eso que él era uno de los pocos que se atrevían a reprochar a sus compañeros de partido su actitud distante hacia la exalcaldesa de Valencia. Pero no fue el único que se sintió incómodo aquel día. Por más que ella intentó buscar el consuelo de quienes antes eran sus amigos, no encontró otra cosa que rechazo.

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