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Una Constitución secuestrada 38 años
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Federico Quevedo

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Una Constitución secuestrada 38 años

Empiezan a ser más los que no la votaron que los que lo hicieron, y hay entre las capas más jóvenes de la ciudadanía un desconocimiento importante sobre la Carta Magna

Foto: El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, y el presidente del Senado, Pío García Escudero, aplauden a la presidenta del Congreso, Ana Pastor, al inicio del acto con motivo del 38 aniversario de la Constitución. (EFE)
El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, y el presidente del Senado, Pío García Escudero, aplauden a la presidenta del Congreso, Ana Pastor, al inicio del acto con motivo del 38 aniversario de la Constitución. (EFE)

Ir cada año al Congreso de los Diputados al acto del Día de la Constitución tiene un cierto aroma de 'déjà vu'. Siempre es lo mismo. La misma carpa de tela sobada por los años, las mismas alfombras descoloridas, el mismo enjambre de periodistas y cámaras que esperan frente al mismo micrófono a que casi los mismos lideres políticos -estos cambian algo más- digan las mismas cosas un año tras otro, y así durante 38 largos años desde que aquel 6 de diciembre de 1978 los españoles nos diéramos una Constitución que, sin lugar a dudas, es una de las mejores constituciones europeas.

Las mismas caras, los mismos invitados, las mismas palabras de elogio a la Carta Magna por parte del presidente/a de las Cortes -aquí también hay más cambios-, los mismos canapés, las mismas coca-colas que han perdido casi todo el gas… Los mismos corrillos en torno a los líderes políticos de turno, las mismas palabras de cortesía, los mismos deseos de Feliz Navidad si no nos vemos antes, los mismos apretones… Todo igual, siempre lo mismo, incluida la eterna pregunta: ¿Para cuándo una reforma de la Constitución? Y la misma respuesta: “No toca”, o ya veremos.

Foto: Rajoy durante una reunión del Consejo de Ministros presidido en el Palacio de la Moncloa. (EFE)

El año pasado, al menos, la presencia novedosa de los emergentes, sobre todo de Iglesias y los suyos, le dio algo de color a la fiesta, pero este año ni eso: lo único que consiguieron Carolina Bescansa y Pablo Echenique fue hacer esperar al presidente del Gobierno alargando su comparecencia ante la prensa un poco más de lo previsto. Fue su manera de dar la nota, de hacer acto de presencia, porque enseguida desaparecieron en medio del tumulto. Un tumulto que cada año va a menos, en lugar de ir a más. El Día de la Constitución es aburrido y, como me decía un dirigente político importante, se ha convertido en “una autofelación para complacernos a nosotros mismos, pero totalmente alejados de la realidad de la calle”.

Eso no significa necesariamente que haya que reformarla, sino que ya empiezan a ser más los que no la votaron que los que lo hicieron, y hay entre las capas más jóvenes de la ciudadanía un desconocimiento importante sobre la Constitución y sobre el enorme ejercicio de generosidad que supuso su redacción. Siendo una Constitución de todos, son muchos los que saben poco a nada de ella. Y quizás antes de abrir debates sobre su reforma, habría que empezar por darla a conocer, porque la gente habla de ella y de su reforma como algo necesario, sin tener en muchos casos ni la más remota idea de lo que estarían dispuestos a cambiar.

Foto: Vista general del hemiciclo del Congreso de los Diputados. (EFE) Opinión
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Tan solo escuchan las palabras de quienes abogan por la reforma y se hacen eco de los mensajes de sus líderes políticos, pero desconocen todo lo que encierra la Constitución Española en sus 169 artículos, cuatro disposiciones adicionales, nueve disposiciones transitorias, y disposiciones derogatorias y finales. Pero lo cierto es que nuestra Constitución es uno de los textos más avanzados del mundo occidental sobre la libertad y la democracia y la construcción del estado social de derecho. Y precisamente por eso no puede ser que año tras año la celebración del aniversario de su aprobación en referéndum sea un acto insoportablemente aburrido y repetitivo que reúna a unos cuantos políticos, algunos embajadores y la prensa habitual encerrados en las cuatro paredes del Salón de los Pasos Perdidos del Congreso de los Diputados. Eso no es España. Esos no son los ciudadanos.

No puede sorprender que así la gente se sienta distanciada y señale hacia el interior de la Puerta de los Leones diciendo: “Ahí dentro está la casta, la élite, y aquí fuera nosotros, la gente”. Eso abona el discurso del populismo. Sé que esta queja caerá en saco roto, y que el año que viene en su trigésimo noveno cumpleaños volveremos a vernos las mismas caras de siempre en el mismo sitio de siempre y diciéndonos las mismas cosas de siempre, pero sería bueno, por el bien de todos, que alguien pensara alguna vez en abrir el Día de la Constitución a quienes son sus verdaderos protagonistas: los ciudadanos.

Ir cada año al Congreso de los Diputados al acto del Día de la Constitución tiene un cierto aroma de 'déjà vu'. Siempre es lo mismo. La misma carpa de tela sobada por los años, las mismas alfombras descoloridas, el mismo enjambre de periodistas y cámaras que esperan frente al mismo micrófono a que casi los mismos lideres políticos -estos cambian algo más- digan las mismas cosas un año tras otro, y así durante 38 largos años desde que aquel 6 de diciembre de 1978 los españoles nos diéramos una Constitución que, sin lugar a dudas, es una de las mejores constituciones europeas.

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