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De cómo el amor matará a Podemos
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Federico Quevedo

Dos Palabras

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De cómo el amor matará a Podemos

Es evidente que Podemos no sigue las pautas de los partidos tradicionales, porque en caso contrario no tendría ningún sentido el espectáculo al que estamos asistiendo

Foto: Los diputados de Podemos Pabo Iglesias (d) e Íñigo Errejón. (EFE)
Los diputados de Podemos Pabo Iglesias (d) e Íñigo Errejón. (EFE)

Para cualquier espectador interesado en seguir la actualidad política, todo lo que está pasando en Podemos no deja de ser realmente sorprendente. Que un partido nacido hace escasos tres años, que ha conseguido mantener una media de 70 escaños en dos convocatorias electorales seguidas, se esté rompiendo en pedazos a las puertas de su segundo congreso o asamblea, es para hacérselo mirar. Es evidente que Podemos no sigue las pautas de los partidos tradicionales, porque en caso contrario no tendría ningún sentido el espectáculo al que estamos asistiendo.

La lógica dice que en una situación así, incluso no habiendo conseguido su principal objetivo, que era llegar al poder, debería producirse un cierre de filas con el fin de aprovechar las circunstancias actuales —Gobierno en minoría y crisis en el principal partido de la izquierda— para ocupar el lugar de la alternativa. Lejos de eso, Podemos es hoy un partido camino de la extinción. Y la culpa la tiene el amor. Sí. No se rían ni se lo tomen como algo irónico. Lo digo completamente en serio y, además, nada de lo que les está pasando es explicable si no se observa bajo ese prisma.

Aún permanece esa afectividad entre los miembros de sus distintas familias, pero se ha roto el nexo que las unía. Porque del amor al odio hay un paso

Entiendan amor no en su acepción más elemental, sino en la relación afectiva sobre la que se ha cimentado la construcción de Podemos. Si nos retrotraemos a sus orígenes, a aquellas reuniones en el ático de Jorge Lago, a aquellas primeras fotos de familia, lo que observamos es que se querían. De verdad, se querían, como amigos, como hermanos, como compañeros. Incluso como ‘novios/as’. Pero se querían. Y mucho. Todavía permanece esa afectividad entre los miembros de sus distintas familias, pero se ha roto el nexo que las unía. Porque del amor al odio hay un paso, y cuando la relación entre varias personas se sustenta en la afectividad, las traiciones producen un dolor insoportable y difícilmente superable. Dicho de otro modo: el amor los unió, y el amor —o su ausencia— va a matarlos.

Foto: Íñigo Errejón (i) y Pablo Iglesias. (Ilustración: Raúl Arias)

Salvo que impere la cordura, cosa que a día de hoy, cuando comienza lo que puede ser el principio del fin, no parece que vaya a ocurrir. Y es que nada será igual después de Vistalegre II: si gana Íñigo, será el final de Pablo, y si gana Pablo, será el final de Íñigo, con todo lo que eso conlleva en términos de ruptura, de separación, de hostilidad… Es como el patio de un colegio llevado a la quintaesencia de la política, utilizando para ello un elemento acorde a los tiempos y la juventud de sus dirigentes: los chats. En este caso, a través de Telegram, donde se fueron creando grupos cuya propia nomenclatura da cuenta de hasta qué punto la guerra era —y es— sin cuartel: #Gran purga final, #LMDC (Los muchachos de la coleta) #Paseo militar, #Operación Garganta profunda, #Hooligans JC (que corresponde a las iniciales de Juan Carlos Monedero).

Estos eran los grupos de los afines a Pablo Iglesias, pero ¿cómo empezó todo? Al principio, como digo, todo era amor, hasta que tiempo después de las elecciones europeas —y no desde el principio, como señalaba el otro día un muy mal informado Francisco Marhuenda— se fueron incorporando al entorno de Pablo Iglesias gente proveniente del viejo Partido Comunista: Irene Montero, Rafael Mayoral, Juanma del Olmo… Todos ellos abjuraron del 15-M y de Podemos, pero expulsados de los círculos de poder del PCE, decidieron hacerse con el control del partido morado, donde, cierto es, imperaba la anarquía. Nadie mejor que los viejos comunistas para llevar adelante la fase más elemental de su estrategia: sembrar cizaña. Lo hicieron muy bien, tanto que consiguieron abrir una crisis en el partido en Madrid y que las culpas se las reprocharan mutuamente distintos sectores del errejonismo, lo cual sirvió de excusa para que Irene Montero se cobrara su primera pieza, la de Sergio Pascual al frente de la secretaría de Organización de Podemos.

Foto: Las redes sociales se han convertido en el último campo de batalla de cara a Vistalegre II (Efe).

Sin embargo, el objetivo final, ya desde la campaña del 20-D, no era otro que el número dos, Íñigo Errejón, y su gente. Para ello, era necesario hacer creer justo lo contrario, que lo que buscaban Errejón y los suyos era eliminar a Iglesias, para lo cual se inventaron una especie de conspiración en la sombra bajo el atractivo título de 'jaque pastor'. Eso y unos pocos periodistas —dispuestos a comprar la exclusiva sin mayores problemas de conciencia o ética periodística— hicieron el trabajo. Y para cuando el errejonismo se quiso dar cuenta, el daño ya estaba hecho.

Foto: Los diputados de Unidos Podemos Íñigo Errejón y Pablo Iglesias (d), ayer, durante el pleno del Congreso. (EFE)

Hasta hoy, donde comienza a librarse la batalla final. Podemos está condenado a la ruptura, pase lo que pase. Como en las mejores películas, solo puede quedar uno, y el que quede va a tener muy difícil la gestión del día después. Aunque con alguna diferencia, si me apuran. Si gana Pablo, Podemos caminará definitivamente hacia su identificación con la vieja izquierda comunista y acabará siendo una fuerza marginal. Si gana Íñigo —y eso es lo que temen en los partidos de siempre—, Podemos buscará la transversalidad y, con el tiempo, podría imponerse en un escenario de debilitamiento de las fuerzas tradicionales de la izquierda. Mientras tanto, el amor irá desapareciendo y dará paso al inevitable pragmatismo propio de la Política con mayúsculas.

Para cualquier espectador interesado en seguir la actualidad política, todo lo que está pasando en Podemos no deja de ser realmente sorprendente. Que un partido nacido hace escasos tres años, que ha conseguido mantener una media de 70 escaños en dos convocatorias electorales seguidas, se esté rompiendo en pedazos a las puertas de su segundo congreso o asamblea, es para hacérselo mirar. Es evidente que Podemos no sigue las pautas de los partidos tradicionales, porque en caso contrario no tendría ningún sentido el espectáculo al que estamos asistiendo.

Vistalegre II Íñigo Errejón