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El acierto y la legitimidad
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José Luis González Quirós

Dramatis Personae

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El acierto y la legitimidad

Quienes parecen haber asumido como una obligación la defensa de Rajoy, respiran tranquilos al comprobar que en el PP no hay alternativa, deduciendo de ello que

Quienes parecen haber asumido como una obligación la defensa de Rajoy, respiran tranquilos al comprobar que en el PP no hay alternativa, deduciendo de ello que su legitimidad está fuera de duda. Tamaño descubrimiento apenas puede tener otra utilidad que confundir. En primer lugar, porque los que creen que no es la persona adecuada para dirigir el PP, y son legión dentro y fuera del partido, no tratan de discutir su legitimidad, sino el acierto de sus iniciativas y la idoneidad de su persona para liderar una alternativa con posibilidades de éxito. En segundo, porque es de una mezquindad supina alegrarse de que en el PP no se haya podido encontrar una alternativa a lo que Rajoy está haciendo.

España no está pasando por uno de sus mejores momentos. El Gobierno no invita a tirar cohetes y la situación del PP nos ofrece una demostración espantosa e insoportable de la mediocridad de una buena parte de la clase política. El lunes pasado se pudo ver en la televisión pública nacional a uno de los encargados de redactar la llamada ponencia política del próximo congreso popular. El espectáculo resultaba hiriente para cualquier persona mínimamente despejada. Según el análisis que tuvo a bien ofrecer a quienes le atendían, el PP no ha perdido las elecciones ni por el programa, ni por las ideas, ni por el líder, sino por el hecho de que ha habido una serie de lugares en que los electores no han tenido a bien darle el mismo número de votos que en otras partes.

Tras esta pasmosa explicación, el ideólogo de servicio se lanzó a recomendar a los militantes que discutiesen sus diferencias políticas de manera discreta, como se hace en cualquier familia con problemas. Es delirante que un líder político se atreva a decir ante las cámaras simplezas semejantes, que, por lo demás, y en lo que atañe a las discusiones políticas, lindan directamente con la tradición franquista tan bien representada en el PP por uno de los ex ministros del régimen, dedicado a insultar directamente a quienes osan exponer opiniones que no son de su agrado.

Este personaje, con la elegante sutileza que ha caracterizado el conjunto de su inacabable vida política, se dedica ahora a facilitar que el heredero del previsible naufragio marianista sea esa joven promesa del progresismo que, a su entender, está enteramente desaprovechado siendo alcalde de la capital. Fraga tendrá muchos defectos, pero no se le puede discutir la constancia: si no consiguió que Gallardón le heredase en su momento, cree ver ahora la oportunidad para que el líder en que ni siquiera él mismo cree, ceda, a no tardar, los trastos del mando a su joven (todo es relativo) protegido.

Este país parece no tener suerte en momentos decisivos. La derecha política continúa siendo víctima del temor a la división (la destrucción de UCD que ella misma propició por su ceguera y su falta de generosidad en momentos críticos) y del miedo a la libertad y a los programas de regeneración democrática que le dieron la victoria en 1996 y que a partir del 2000 quedaron en poco más que nada. ¿Es razonable esperar que surja desde dentro un núcleo de dirigentes dispuesto a acabar con la postración actual, o se pretenderá que a Rajoy le suceda alguno de los que hoy le mantienen con respiración artificial a la espera de mejores oportunidades?

El futuro es siempre una incógnita, incluso cuando todo se hace mal, pero lo razonable es que los errores se paguen muy caros y que el precio a pagar por los dislates que la actual dirección del PP está cometiendo, se manifiesten muy pronto en pérdidas electorales que luego resultarán muy difícilmente recuperables. Tal vez ayude algo la insólita falta de iniciativa del Gobierno y los inevitables costes de una crisis tan tremenda como la que se avecina. El PP parece determinado a facilitar a Zapatero la digestión de esa crisis, con una política de pactos que intentará vender como signo inequívoco de moderación y realismo. Apenas cabe concebir un diseño más equivocado, que confunde las formas de la acción política con el fondo de los programas: un síntoma más de su vaciedad.

Lo más probable es que, pese a todo, el PP no consiga remontar y que sus dolencias actuales hagan saltar por los aires el frágil equilibrio que a buen seguro consagrará en Valencia. Es evidente que los disconformes tendrán que aceptar el resultado del congreso y aprender a convivir con una dirección que ni les gusta ni lleva a ninguna parte. Pero ninguno de los convencidos de que la solución no es esa deberían dejar pasar un solo día sin tratar de encontrar una salida decente. El PP se hará mayor de edad o perecerá en el proceso, pero solo saldrá de esta crisis, que apenas acaba de empezar, tras una auténtica revolución interna capaz de aparcar, de una por todas, los restos de autoritarismo y de monarquía hereditaria que lastra.

*José Luis González Quirós es analista político.

Quienes parecen haber asumido como una obligación la defensa de Rajoy, respiran tranquilos al comprobar que en el PP no hay alternativa, deduciendo de ello que su legitimidad está fuera de duda. Tamaño descubrimiento apenas puede tener otra utilidad que confundir. En primer lugar, porque los que creen que no es la persona adecuada para dirigir el PP, y son legión dentro y fuera del partido, no tratan de discutir su legitimidad, sino el acierto de sus iniciativas y la idoneidad de su persona para liderar una alternativa con posibilidades de éxito. En segundo, porque es de una mezquindad supina alegrarse de que en el PP no se haya podido encontrar una alternativa a lo que Rajoy está haciendo.

Mariano Rajoy Manuel Fraga Alberto Ruiz-Gallardón