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El liderazgo de Rajoy
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José Luis González Quirós

Dramatis Personae

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El liderazgo de Rajoy

Sin que se pueda saber a ciencia cierta por qué, abundan los que creen que, a la vista de los últimos resultados electorales, Rajoy ya puede

Sin que se pueda saber a ciencia cierta por qué, abundan los que creen que, a la vista de los últimos resultados electorales, Rajoy ya puede dar por hecha la victoria en las elecciones generales. Como las desgracias nunca vienen solas, le han surgido a Rajoy una pléyade de aduladores que han montado algo así como una conmemoración del aniversario de su exaltación a la jefatura del partido en  Valencia. Rajoy, que es persona inteligente, debería preocuparse con análisis tan toscos y efemérides tan pueriles.

 

En la política española, y muy especialmente en la derecha, están muy arraigados los hábitos administrativos, los ritos funcionariales. A lo más que algunos llegan es a sumar a ese cultivo del expediente el asesoramiento de un guru moderno capaz de inventar alguna chorrada ingeniosa, como, por ejemplo, lo de la niña de Rajoy, cuando perdió las últimas elecciones legislativas debido al desastre en Cataluña, sin que al asesor se le ocurriera que, ya puestos, a lo mejor era más rentable referirse al futuro de la nena.

Lo que hasta ahora está claro  no es que Rajoy vaya a ganar, sino que a Zapatero se le acaba el crédito,… y más que se le va a acabar. Pero frente a ese declive, está por surgir la figura de un líder con capacidad de suscitar algo más que la conformidad con el destino mediante la melancólica renuncia de la izquierda. Eso puede pasar, pero también puede que no pase.

Rajoy tiene que intentar ganar las elecciones y para ello le queda algo más que esperar un feliz desenlace del caso Gürtel. Entre algunos de sus colaboradores y exégetas se adivina un indisimulado entusiasmo al constatar que no parece haber rivales en el horizonte. Magro consuelo. Un partido que debería representar a buena parte de los sectores más dinámicos de la vida española, debería tener no uno, sino decenas de posibles candidatos a la presidencia del gobierno, y no debería haber espectáculo más agradable para el líder que ver la leal compañía y competencia que le rodea. Aquí parece que se prefiere emparedar a los valiosos y ascender a una corte de mediocres. No es difícil comparar sin lamentos la orquesta del PP que llevó al triunfo a Aznar, en la cual el propio Rajoy era uno de los solistas, con el menguado conjunto que ahora le acompaña. Rajoy corre el riesgo de pensar que, puesto que Zapatero se maneja con lo que todos sabemos, él, que al menos es registrador, podrá arreglarse con poco. Se equivocaría si así lo hiciese.

Entre el 93 y el 96, Aznar desplegó un trabajo espectacular de estudio, de reuniones, de análisis y de reflexión, acercándose a muchísima gente que, hasta hacía muy poco, apenas le saludaba. No tenía un solo equipo de trabajo, sino, al menos, tres: el del Partido, con Cascos al frente y con todo el grupo parlamentario, el de Faes que era un hervidero de gente, y los que se nucleaban en torno a sus asesores externos. Era mucha la gente que trabajaba para él. Oía a todos, y tenía a todos a pleno rendimiento. A pesar de eso, la victoria fue muy escasa, como todo el mundo recuerda.

Rajoy necesita hacer exactamente lo mismo, tal vez con mayor intensidad, porque el rechazo hacia Zapatero tal vez pudiere llegar a ser menos uniforme e intenso que el que se alzó frente a Felipe González y un PSOE realmente muy tocado que, además, había ganado las elecciones generales nada menos que cuatro veces seguidas.

¿Para qué tanto trabajo? La sociedad española está ya muy harta de que la política se confunda con la rutina, de que la ausencia de novedades y de programa se refugie tras la consabida mención a los principios, al modelo  de sociedad y a otras insignes vaguedades que no son ya de recibo. La gente quiere saber para qué va a votar, y Rajoy haría muy mal si se confiase únicamente al empuje de sus incondicionales.

Los españoles tenemos un montón de problemas, un legado que no va a dejar de crecer en los días que Zapatero continúe derramando sus gracias, y los electores querrán conocer qué piensa hacer ante esas cosas un partido del que todavía sospecha más gente de lo razonable. Además, la competencia va a estar más complicada, porque no cabe esperar que UPyD vaya a dedicarse a desbaratar un capital tan meritoriamente logrado poniéndose a decir y a hacer memeces.

Puede que la economía siga ocupando una gran parte del interés político de los españoles, pero siempre hay algo más y el PP debería evitar presentarse únicamente como una especie de partido de gestión. Su gran debilidad ha estado siempre en la peculiar cultura política de una buena parte de los españoles que sigue creyendo en los Reyes Magos y en las buenas intenciones del demagogo. No le queda poco trabajo al PP y a Rajoy si no quiere hacer el ridículo en las próximas generales. Y para eso hace falta que se convierta en el líder que todavía no es, pero que puede llegar a ser, si acierta con el camino y no desfallece en la larga travesía que le queda, y en la que no le convienen,  ni la soledad, ni los halagos.

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Sin que se pueda saber a ciencia cierta por qué, abundan los que creen que, a la vista de los últimos resultados electorales, Rajoy ya puede dar por hecha la victoria en las elecciones generales. Como las desgracias nunca vienen solas, le han surgido a Rajoy una pléyade de aduladores que han montado algo así como una conmemoración del aniversario de su exaltación a la jefatura del partido en  Valencia. Rajoy, que es persona inteligente, debería preocuparse con análisis tan toscos y efemérides tan pueriles.

Mariano Rajoy