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Incertidumbre y miedo
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José Luis González Quirós

Dramatis Personae

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Incertidumbre y miedo

La crisis que vivimos, europea, pero también muy específicamente española, nos coloca ante un horizonte lleno de incertidumbre y muy propicio al miedo, un factor psicológico

La crisis que vivimos, europea, pero también muy específicamente española, nos coloca ante un horizonte lleno de incertidumbre y muy propicio al miedo, un factor psicológico detectable en ciertos patrones de conducta que tampoco ayudan a encontrar salida. Lo peor que tiene esta atmósfera es que, en tanto no cambie, hará cada vez más verosímil el peor augurio, puesto que favorece, como sin querer, que mucha gente prescinda de cualquier análisis que favorezca una conducta razonable, y eso añade a los riesgos objetivos un factor de inestabilidad.

En medio de esta situación, los españoles nos enfrentamos a unas elecciones ante las que, si se atiende a las encuestas, parece estar mucho más claro el resultado que sus razones, lo que confirma que la crisis de confianza es radical. Está claro que el PSOE va a perder, que los españoles van a castigar con su voto, positivo o ausente, una gestión incompetente, errática, y evasiva de la crisis nacional, y, que premiarán a un PP que recuerda a los españoles la superación brillante de una crisis previa y un gobierno mucho menos viciado por manías.

Nos preocupa mucho más el “qué va a pasar”, que el “qué vamos a hacer”

El miedo a lo que pasa se explica en parte porque una mayoría de españoles sigue pensando que sus decisiones personales tienen muy poco que ver con lo que efectivamente ocurre, porque, como dijera felizmente Julián Marías, nos preocupa mucho más el “qué va a pasar”, que el “qué vamos a hacer”.

No estoy diciendo que la salida de la crisis dependa exclusivamente de un manual de auto-ayuda colectivo, algo que ya intentó vanamente Zapatero en los primeros meses de la crisis, pero sí digo que sin esa ayuda el nuevo gobierno se puede encontrar con que sus medidas, incluso cuando sean muy acertadas, no resulten capaces de generar el efecto supuesto. Esto resulta especialmente cierto si se dan, como se dan, dos factores adicionales: un prestigio muy escaso de la política, y una oposición dispuesta a cualquier cosa para recuperar el aliento, algo que ya estamos viendo en algunos lugares en que las supuestas víctimas de la ruina se manifiestan a favor de los arruinadores y en contra de quienes posiblemente pudieran salvarlos de la quiebra.

¿Qué deberían hacer entonces los que realmente pretendan sacar a España y los españoles de una situación tan calamitosa? Es evidente que deberán gobernar bien, y que eso exigirá tomar medidas que seguramente se calificarán inmediatamente de impopulares y antisociales, además de que puedan tener, especialmente en el muy corto plazo, efectos aparentemente contraproducentes, pero cabe pronosticar que si hacen sólo eso lo pasarán mal, ellos, y lo pasaremos muy mal todos los demás.

Suscitar una esperanza en un cambio profundo es lo único que puede ahuyentar el miedo

¿Qué otra cosa es necesaria? Es muy sencillo, no solo hay que acertar, hay que persuadir, y eso debiera llegar antes que los presuntos aciertos. El PP puede caer en la trampa que se le tiende por todas partes: diga cuáles son sus soluciones. Es una trampa por dos razones, porque todavía no se puede conocer exactamente el estado de las cosas, y porque un gobierno no es un repertorio de decisiones, sino algo más, cosa en la que, por cierto, hay que poner una buena nota a los gobiernos de Rodríguez Zapatero, por mucho que se discrepe, como es mi caso, de sus decisiones concretas. Cualquier gobierno ha de ejecutar un plan de medidas concretas, y procurar que sea correcto y se ejecute bien, pero de lo que ha de hablar un partido, especialmente para garantizarse el apoyo en el caso de ganar las elecciones, es del país en que cree, de lo que ofrece y espera de los españoles, de los fines que persigue y para los que pide la colaboración de cuantos estén de acuerdo con él, y el respeto de quienes no lo estén, porque la democracia consiste también en dejar hacer a la mayoría, hasta que deje de serlo.

El PP da a veces la sensación de que tiene miedo a decir que pretende hacer una España muy distinta a la de Zapatero, y ese miedo es, por encima de todo, paradójico porque si hay algo que pudiere resultar negativo en su proyecto será, en cualquier caso resaltado hasta la caricatura por el adversario. Haga el PP lo que haga, será motejado por los nacionalistas, por ejemplo, como un partido de rancio españolismo, expresión poco amable  usada recientemente también por Rubalcaba, pero, sobre todo porque impedirá que los españoles se identifiquen y trabajen por unos ideales que, aparentemente al menos, el PP no se atreve ni siquiera a mencionar.

No se trata solamente de hablar de España y de cómo se entiende su unidad política, aunque también haya de hacerse, sino de decir con la mayor claridad qué está mal en la educación y qué va hacerse para remediarlo, qué está espantosamente mal en las universidades o en la justicia, y qué va hacerse para cambiarlo, o qué está mal en el sistema impositivo y en la política territorial y qué va a hacerse para encontrar una solución más eficaz y más justa. Suscitar una esperanza  en un cambio profundo es lo único que puede ahuyentar el miedo.

*José Luis González Quirós es analista político

La crisis que vivimos, europea, pero también muy específicamente española, nos coloca ante un horizonte lleno de incertidumbre y muy propicio al miedo, un factor psicológico detectable en ciertos patrones de conducta que tampoco ayudan a encontrar salida. Lo peor que tiene esta atmósfera es que, en tanto no cambie, hará cada vez más verosímil el peor augurio, puesto que favorece, como sin querer, que mucha gente prescinda de cualquier análisis que favorezca una conducta razonable, y eso añade a los riesgos objetivos un factor de inestabilidad.