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La expectativa política
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José Luis González Quirós

Dramatis Personae

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La expectativa política

Nada paraliza tanto la imaginación política como el hecho de que se cumplan de la manera más lógica y previsible las expectativas inmediatas; se tiene entonces

Nada paraliza tanto la imaginación política como el hecho de que se cumplan de la manera más lógica y previsible las expectativas inmediatas; se tiene entonces la sensación de que se está ejecutando un plan lleno de lógica, y eso puede hacer que olvidemos que el panorama político es todo menos risueño. Lo que ha pasado en los últimos meses parece de lo más natural, casi irrelevante, de puro previsible: el PP ha ganado las elecciones, el Gobierno va dando sus primeros pasos sin exceso de sobresaltos, Rubalcaba ha ganado el Congreso del PSOE,… pues, pese a toda esa normalidad del proceso, resulta que nos enfrentamos a un largo período de inusitada dureza, y, siempre que eso ocurre, lo que parecía razonable al comienzo puede acabar resultando un disparate.

El PSOE está en un proceso de postración del que le costará salir, confuso, derrotado, dividido, sin ideas, sin ninguna clase de esperanza y a la espera de un batacazo en Andalucía que puede suponer que la desgracia culmine en tragedia. Hay poco que esperar de este partido en el plazo inmediato. Sus críticas a lo que haga el Gobierno, como se ha visto en la sesión parlamentaria de ayer, se escucharán como quien oye llover, y todo indica que su andadura inmediata va a ser la de una decadencia insoportable hasta que una catarsis, que no se ha producido todavía, les otorgue la posibilidad de revivir, no sin esfuerzo y penas. Su esperanza, lo último que se pierde, ha de estar en un proceso de rápido desgaste del Gobierno, algo que nadie razonable puede desear, pero que, desgraciadamente no puede excluirse. Tampoco está claro, sin embargo, que un cierto fracaso a corto plazo del Gobierno pueda transformarse en la resurrección de un cadáver tan reciente.

Por su parte, el Gobierno da la sensación de que pretende afrontar la situación como un caso grave, pero ordinario, como algo que puede ser tratado con las técnicas de prudente gestión que tanto entusiasman a algunos políticos. Así está actuando, de hecho, y, de momento, no está saliendo mal parado por dos razones: porque el plazo es todavía muy corto, cosa que comprende cualquiera con un adarme de buen sentido, y porque el criterio con el que se les juzga es el de la comparación, y nadie puede decir que éste sea un criterio que haga muy difícil obtener el aprobado. Hay un pero, sin embargo, un pero muy grave.

Un paro irrefrenable, el empeoramiento de la economía, y una creciente desesperanza ciudadana pueden configurar un cocktail explosivo. En efecto, si la crisis pareciera resultar inconmovible, podríamos encontrarnos, en menos de un año, con una sensación de rotundo fracaso de un gobierno discreto, que hubiera sido eficaz en casi todos los escenarios posibles, con una situación rebelde a sus encantos, y un panorama peor que el que heredaron, tras un año de administración moderada y correcta. No es un escenario que se pueda descartar, y, si se diese, nos encontraríamos ante una situación insólita y desesperada. Casi por hipótesis, no habría otra alternativa que una crisis de gobierno, porque no habría habido tiempo para que los españoles pudieran imaginar cualquier otra solución.

Si este escenario acabare por ser algo más que imaginable, se deberá, sobre todo, a que el Gobierno se haya empeñado en tratar una crisis de caballo como si se tratase de una gripe estacional. Las maneras que exhibe este Gobierno habrían sido inmejorables si Rajoy hubiese ganado las elecciones en 2004, pero no fue así. Ahora se puede considerar como alto riesgo tratar de sacar el país adelante templando gaitas, sin atreverse a formular un relato capaz de suscitar esperanzas fundadas, una promesa de sangre, sudor y lágrimas pero con una convicción de que merecerá la pena. La prolongación del malestar y la aparente falta de resultados de medidas bien intencionadas, pero cortas, sin una reforma a fondo de prácticamente nada, puede traducirse en una situación políticamente casi intratable. Claro está que también puede suceder lo contrario, que el paro desaparezca, que la economía se reactive, y el personal se sienta alegre y juvenil, sin que haya habido que tomar ninguna medida polémica ni impopular, o tomándola, como en el caso de la subida de impuestos, a costa de los partidarios: no se pueden descartar los milagros. 

La política está llena de paradojas, y podría llegar a suceder que en el momento de máximo poder del PP, tras su probable triunfo en Andalucía, la realidad rebelde le venciera el pulso a una política tan posibilista como exitosa en lo puramente electoral, pero aparentemente incapaz de enfrentarse con una crisis mucho más honda y desestabilizadora de lo que nos atrevemos a reconocer. El alma fraguista del PP le ha enseñado a adaptarse, incluso a hacer, si parece necesario, la política del adversario, pero puede que estemos ante una situación que no se arregle de ese modo, una crisis que requiera un cambio que no quepa administrar de modo tan conformista.

*José Luis González Quirós es analista político

Nada paraliza tanto la imaginación política como el hecho de que se cumplan de la manera más lógica y previsible las expectativas inmediatas; se tiene entonces la sensación de que se está ejecutando un plan lleno de lógica, y eso puede hacer que olvidemos que el panorama político es todo menos risueño. Lo que ha pasado en los últimos meses parece de lo más natural, casi irrelevante, de puro previsible: el PP ha ganado las elecciones, el Gobierno va dando sus primeros pasos sin exceso de sobresaltos, Rubalcaba ha ganado el Congreso del PSOE,… pues, pese a toda esa normalidad del proceso, resulta que nos enfrentamos a un largo período de inusitada dureza, y, siempre que eso ocurre, lo que parecía razonable al comienzo puede acabar resultando un disparate.