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La vida española pendiente de un hilo
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José Luis González Quirós

Dramatis Personae

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La vida española pendiente de un hilo

La situación española es tan atroz que se hace difícil imaginar cómo podremos solucionar nuestros inaplazables problemas, la porción imprescindible, al menos, para que podamos sobrevivir

La situación española es tan atroz que se hace difícil imaginar cómo podremos solucionar nuestros inaplazables problemas, la porción imprescindible, al menos, para que podamos sobrevivir al conjunto de desastres que nos atosigan, a la depresión económica, al brutal desempleo, a la crisis financiera,  al desprestigio institucional, a las amenazas de secesión, a la insolidaridad general que consiste en que todo el mundo esté dispuesto a reformar a los demás pero sin tocar ni un pelo de lo propio, o al imparable desdén ciudadano con los políticos. Con una prima de riesgo estratosférica, y con enormes dudas sobre la viabilidad de que se pueda seguir financiando nuestra economía, es imposible olvidar la necedad del anterior presidente del Gobierno, y del todavía presidente del Banco de España, cuando aseguraban, con sangrante irresponsabilidad, que nuestro sistema financiero era el más sólido del mundo. Es un error mirar hacia atrás, pero este asunto, en particular, rebasa lo tolerable.

El barómetro del CIS ha venido a poner un poco de bálsamo en las heridas políticas del Gobierno porque su desgaste no parece ser tan alto como el previsible. En una situación así, el Gobierno puede ceder a la tentación de amarrarse al palo mayor y no hacer gran cosa, seguro de que los españoles no desearán verlo caer, porque con él caeríamos todos. Pese a ello, se cometería un grave error si Rajoy y sus colaboradores no supieran apreciar en todo su espesor el enorme nivel de descontento que está afincándose entre los suyos por el empeño en desarrollar una política innecesariamente equívoca, una política que proclama absurdamente el dolor de tener que tomar medidas que no querría tomar, y que confía en la eficacia de medidas que no debería adoptar, según el ideario que se supone habría de inspirarlas, por ejemplo, conforme al programa electoral.

Para que España pueda volver a respirar, se precisa que PP y PSOE sean capaces de ponerse de acuerdo en lo esencial, y que dejen de marearnos con sus alicortas jugadas y sus necios intentos de ninguneo del adversario, de la mitad del país

No estamos ante un escenario que pueda corregirse con paciencia y buenas maneras, con un reformismo aparentemente diligente. Lo que está en juego es mucho más de lo que se admite, y no se puede repetir el funesto error de Zapatero y Fernández Ordóñez dando de nuevo por hecho que tenemos el mejor de los sistemas políticos, porque aunque hubo españoles que creyeron esa memez optimista, ahora ya nadie cree en los cuentos de hadas. El líder político tiene que atreverse a ir por delante, ha de coger el toro por los cuernos y admitir que nos encontramos ante una gravísima crisis de legitimidad, ahora que todavía estamos a tiempo de enderezarla. En este sentido que se haya especulado con evitar el debate sobre el estado de la Nación equivale a un disparate semejante al que cometería una entidad financiera bajo sospecha que pretendiese presentar sus cuentas sin auditar aduciendo problemas de calendario, y no digo más.

Para que España pueda volver a respirar, se precisa que PP y PSOE sean capaces de ponerse de acuerdo en lo esencial, y que dejen de marearnos con sus alicortas jugadas y sus necios intentos de ninguneo del adversario, de la mitad del país. Un debate sobre el estado de la Nación puede ser un gran momento para escenificar esa unidad, y debe haber tiempo suficiente para pergeñarla. No nos podemos enfrentar a un posible intento formal de secesión con los dos partidos a la greña, y eso es algo que, desgraciadamente, está en el horizonte. Pero tampoco se puede pretender que se enderece una crisis tan brutal como la que padecemos mientras prosiguen las conejiles discusiones sobre galgos o podencos. Rubalcaba que se embelesó con la bandera francesa, debería recordar que la suya, por nuestra, es roja, amarilla y roja.

Quien interprete esta necesidad como una invitación a que el Gobierno lleve a cabo la política de su adversario se equivoca. Se necesita, justamente, lo contrario: que un acuerdo en lo esencial permita que ambas fuerzas puedan desplegar ofertas políticas nítidamente distintas, el PP desde el poder de su amplia mayoría, y el PSOE desde lo que debiera ser un intento serio de resurrección, con una política imaginativa y distinta a la fracasada, y sin broncas.

Voces del PP aducen que dispone de cuatro años, pero eso sería tanto como pretender que las tormentas se atengan a las previsiones del zaragozano. Lo que tienen por delante es una crisis que no cesa, unas instituciones en bancarrota, unas amenazas al orden constitucional nada disimuladas, y un ninguneo internacional sonrojante. No pueden mirar para otra parte, porque no se les ha votado para que sean ministros y empleen a sus amigos, sino para que enderecen el sistema, para que hagan políticas distintas a las de Zapatero, y para que los españoles vuelvan a confiar plenamente en esta democracia, para que piensen que, además de vivir con dignidad, nos permite vivir mejor a todos, y no solo a las nomenclaturas. No basta una mera puesta a punto, arreglos de detalle, hay que hacer una gran reforma, y quien la retrase por egoísmo o miopía se hará responsable de lo que todavía se puede evitar.

*José Luis González Quirós es analista político

La situación española es tan atroz que se hace difícil imaginar cómo podremos solucionar nuestros inaplazables problemas, la porción imprescindible, al menos, para que podamos sobrevivir al conjunto de desastres que nos atosigan, a la depresión económica, al brutal desempleo, a la crisis financiera,  al desprestigio institucional, a las amenazas de secesión, a la insolidaridad general que consiste en que todo el mundo esté dispuesto a reformar a los demás pero sin tocar ni un pelo de lo propio, o al imparable desdén ciudadano con los políticos. Con una prima de riesgo estratosférica, y con enormes dudas sobre la viabilidad de que se pueda seguir financiando nuestra economía, es imposible olvidar la necedad del anterior presidente del Gobierno, y del todavía presidente del Banco de España, cuando aseguraban, con sangrante irresponsabilidad, que nuestro sistema financiero era el más sólido del mundo. Es un error mirar hacia atrás, pero este asunto, en particular, rebasa lo tolerable.