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Sí, se puede elegir: caben políticas distintas y mejores
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José Luis González Quirós

Dramatis Personae

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Sí, se puede elegir: caben políticas distintas y mejores

Un rasgo muy común a una buena mayoría de gobiernos es el de ceder a la tentación de presentar su política como la única posible. Lo

Un rasgo muy común a una buena mayoría de gobiernos es el de ceder a la tentación de presentar su política como la única posible. Lo que hace este Ejecutivo al indicarnos que no puede elegir es, por tanto, bastante común y, en cierto modo, excusable. Sin embargo, sí resultan extrañas otras dos notas que afectan gravemente a este destino (supuestamente inexorable) al que se siente dolorosamente sometido nuestro Gobierno. En primer lugar, que lo que está haciendo guarde una relación muy tenue, cuando no contradictoria, con lo que se prometía en el programa electoral del PP; en segundo lugar, que el tratamiento consista en una medicación meramente sintomática, como si las manifestaciones de la enfermedad fuesen casuales, como si nadie fuese capaz de analizar la etiología de los males que nos afligen, para explicárselo a los (doblemente) pacientes. 

Pues bien, en contra de lo que asegura el presidente del Gobierno, sí podemos elegir. Naturalmente, no se pueden escoger nuestros problemas, que son los que son, pero sí las formas de abordarlos, asunto en el que el diagnóstico es decisivo, y, por supuesto, se puede preferir unas soluciones a otras porque los gobiernos no se mueven en el reino de la necesidad, sino en el de la política. Las dificultades externas son extremadamente graves, y desde hace un año estamos, de algún modo, intervenidos, pero es precisamente esa presión adicional de la UE y de los mercados la que debería invitarnos a actuar con mayor audacia para tratar de sacudirnos, cuanto antes, ese yugo insoportable. Por desgracia, pese a que el Gobierno ha propuesto muchas reformas, da la sensación de que se limita a continuar la labor del anterior. Esta percepción tan extraña se debe a que todavía no se ha enfrentado con el agente decisivo en nuestro cuadro clínico, que no consiste en que recaudemos menos de lo que necesitamos gastar, sino en que gastamos más de lo que podemos recaudar, especialmente con una economía en recesión.

Los ciudadanos ven cómo se aplica la tijera a sus bolsillos mientras no se hace nada serio ni inmediato para que cesen los gastos perfectamente inútiles o prescindibles; y lo constatan al tiempo que se asustan por no percibir un plan de fondo claro para salvar al país

En este punto coincide la sensibilidad de sus electores con la de muchos de sus críticos, sin que importe que el PSOE siga teniendo la desfachatez de criticar los remiendos en lo que ellos destrozaron. Los ciudadanos ven cómo se aplica la tijera a sus bolsillos mientras no se hace nada serio ni inmediato para que cesen los gastos perfectamente inútiles o prescindibles; y lo constatan al tiempo que se asustan por no percibir un plan de fondo claro para salvar al país, algo más que un ajuste de cuentas hecho en el peor momento.

El Gobierno puede estar a punto de enajenarse el apoyo de quienes deseaban su llegada y estaban dispuestos a esforzarse, pero a cambio de un plan, de algo más que promesas que ya se han visto incumplidas, y de expectativas que, medio año después, ya no resultan tan creíbles ni razonables. 

Es imposible, por ejemplo, que nadie se consuele pensando que el Ejecutivo haya hecho ya su trabajo, anunciando una ley de privatización de las televisiones autonómicas, ya que es obvio que si no se cambian unas cuantas cosas, esa ley será puro papel mojado. La complejísima trama política y administrativa que soportamos dificulta enormemente la toma de decisiones eficaces y rápidas, y por eso es de perentoria necesidad que el Gobierno dé muestras de que está dispuesto a cortar por lo sano, para que los ciudadanos entiendan que se está empezando a poner coto a los desmanes que nos han arruinado, a ese gasto desmelenado y estúpido que nos ha traído hasta aquí.

El hecho de que los ciudadanos echen la culpa de cuanto pasa a los políticos, debería suscitar una potente autocrítica. Si los electores ven  que se inicia una reforma de las maneras de hacer política, empezarían a conceder un margen más amplio a este Gobierno en apuros. Una ley que clarificase las actuaciones internas de los partidos, que impidiese, por ejemplo, el nepotismo, que obligase a la transparencia y al respeto de elementales normas de higiene democrática, que incentivase la competencia interna y estableciese claridad en los procesos de designación, que limite severamente la contratación de personal de confianza, o que castigue eficazmente la corrupción política, en lugar de proteger a los corruptos con el subterfugio de la presunción de inocencia, no supondría ningún alivio inmediato en el déficit público, pero daría a los ciudadanos la idea de que, por fin, se empieza a trabajar sobre las causas de tanto despilfarro: nadie se cree que lo que se malbarata se pierda por las alcantarillas.

Política es libertad, energía para cambiar las condiciones en las que se produce la realidad, y ahora mismo es evidente que las virtudes de la democracia no bastan para tapar las vergüenzas de un sistema que nos está asomando peligrosamente al abismo. Nos hace falta imaginación y audacia, capacidad de adelantarse a los acontecimientos. España es una gran nación, y merece un gran proyecto, algo más complejo y atractivo que una hoja de cálculo.

*José Luis González Quirós es analista político

Un rasgo muy común a una buena mayoría de gobiernos es el de ceder a la tentación de presentar su política como la única posible. Lo que hace este Ejecutivo al indicarnos que no puede elegir es, por tanto, bastante común y, en cierto modo, excusable. Sin embargo, sí resultan extrañas otras dos notas que afectan gravemente a este destino (supuestamente inexorable) al que se siente dolorosamente sometido nuestro Gobierno. En primer lugar, que lo que está haciendo guarde una relación muy tenue, cuando no contradictoria, con lo que se prometía en el programa electoral del PP; en segundo lugar, que el tratamiento consista en una medicación meramente sintomática, como si las manifestaciones de la enfermedad fuesen casuales, como si nadie fuese capaz de analizar la etiología de los males que nos afligen, para explicárselo a los (doblemente) pacientes.