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Los errores de los políticos
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José Luis González Quirós

Dramatis Personae

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Los errores de los políticos

Al iniciarse nuestra democracia, las expectativas eran muy optimistas y, con más o menos acierto, se logró una fórmula de la que hemos estado razonablemente orgullosos

Al iniciarse nuestra democracia, las expectativas eran muy optimistas y, con más o menos acierto, se logró una fórmula de la que hemos estado razonablemente orgullosos durante décadas. A la altura de 2012, sin embargo, la decepción crece de manera alarmante, aunque se puede apostar porque la mayoría de los españoles aún cree, y hace bien, que los errores de la democracia se podrán corregir con una democracia mejor y más verdadera, no sin ella.

Lo que ocurre es que, a diferencia de 1977, no está muy claro qué es lo que hay que hacer, por obvio que sea lo que se pretende evitar. En 1977 se aplicaron fórmulas jurídicas conocidas, pero en lo que resultaba necesario atreverse a innovar, las cosas no han ido demasiado bien. Me refiero, en particular, a la estructura y funcionamiento de los partidos, que es lo que los españoles, al ver a los políticos, como clase o como casta, expresiones que no se pueden usar sin preocupación, consideran uno de los principales problemas que padecemos.

Hay un vacío legal sobre la naturaleza, funciones y régimen de los partidos, porque la ley se limita a normas de registro administrativo y a lo establecido, y sin cumplir, sobre la ilegitimidad de los partidos que amparen el terrorismo. Esta carencia permite errores de bulto, e invita a que los defectos crezcan y se oculten, dando lugar a una enorme opacidad, lo que favorece conductas enteramente inapropiadas que amparan la corrupción, la irresponsabilidad, el nepotismo, el cesarismo, la ausencia absoluta de democracia interna, que es mandato constitucional, y que convierten a los partidos en instrumentos que impiden el florecimiento de una cultura democrática exigente y eficaz.  

Con la cínica disculpa de la disciplina, se ha convertido a los partidos en entidades sin vida propia, y se ha hecho de ellos algo completamente incapaz de canalizar la creatividad política y las iniciativas de la sociedad española. Este periódico informó recientemente, por ejemplo, de que Rubalcaba estaba encargando a un numeroso grupo de jóvenes la definición de la política socialista del futuro, lo que supone, por supuesto, asumir la idea de que el PSOE pueda reducirse meramente a ser una organización que se dedique a aplaudir lo que se les ocurra a estos beneméritos expertos cuya legitimidad para ejercer esa función es enteramente inexistente.

Esta degeneración de la naturaleza y hábitos de los partidos está a la raíz de la mayoría de los problemas que nos agobian, pero es consecuencia de errores graves de los políticos, muy en especial en los últimos diez años. Hacer una sucinta enumeración de esos errores ocuparía más espacio del que dispongo, pero no quiero dejar de mencionar los que me parecen nucleares.La democracia se concibe únicamente como un sistema de legitimación, olvidando completamente su función innovadora. Esto comporta que los políticos lo subordinen todo a la victoria electoral y, consecuentemente, que se practiquen las más burdas simplificaciones, la manipulación más grosera y la mentira política.

En primer lugar, la democracia se concibe únicamente como un sistema de legitimación, olvidando completamente su función innovadora. Esto comporta que los políticos lo subordinen todo a la victoria electoral y, consecuentemente, que se practiquen las más burdas simplificaciones, la manipulación más grosera y la mentira política. Por supuesto, también sufre la coherencia que es virtud que, al parecer, se reserva a los orates.

La política se ejerce, en consecuencia, de manera dogmática, maniquea y sectaria, lo que ha hecho imposible pactos que hubieran debido llevarse a cabo en función de los verdaderos intereses de España y de los electores. Esto obliga a que los políticos sean completamente inmunes a la reflexión y a la autocrítica, y acaben viendo como traidores a quienes les recuerdan, por ejemplo, cosas básicas que supuestamente deberían defender. Nada importa, por ejemplo, robarle el programa al partido de la oposición si con ello se supone, frecuentemente de manera equivocada, que eso garantiza la permanencia o la conquista del poder. Esta mezcla de sectarismo y confusión de programas de gobierno es enteramente específica de nuestra situación y no puede contemplarse sin pasmo.

Por último, esta manera de entender y practicar la política arruina la confianza de los electores en la democracia y esteriliza la labor de los gobiernos porque todo se va en maniobras de despiste y medidas coyunturales, enteramente estériles, ya que nadie se atreve a promover políticas valientes y de largo aliento, que es lo que realmente se necesita en presencia de una crisis como la que padecemos. La desconfianza de los políticos en la inteligencia de  los electores se vuelve contra ellos en forma de desprecio

Como para legitimar ese sentimiento, los partidos se dedican a colocar a personajillos irrelevantes, sin preparación, sin capacidad y sin el menor encanto, al frente de responsabilidades importantes, porque lo único que parece importar es la lealtad perruna, los resultados están a la vista. Hay que aprender de los errores. La crisis va a ser lo suficientemente honda como para que los buenos políticos, que los hay, se den cuenta de que no se puede seguir así. La alternativa es muy clara, el hundimiento completo, hipótesis preferida de los aventureros.

José Luis González Quirós es analista político

Al iniciarse nuestra democracia, las expectativas eran muy optimistas y, con más o menos acierto, se logró una fórmula de la que hemos estado razonablemente orgullosos durante décadas. A la altura de 2012, sin embargo, la decepción crece de manera alarmante, aunque se puede apostar porque la mayoría de los españoles aún cree, y hace bien, que los errores de la democracia se podrán corregir con una democracia mejor y más verdadera, no sin ella.