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¿Hacia el derrumbe de los grandes partidos?
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José Luis González Quirós

Dramatis Personae

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¿Hacia el derrumbe de los grandes partidos?

Una de las razones por las que nuestra democracia resulta muy insatisfactoria reside en que son muchos los que consideran que su única función se reduce

Una de las razones por las que nuestra democracia resulta muy insatisfactoria reside en que son muchos los que consideran que su única función se reduce a la legitimación del acceso al poder, sin caer en la cuenta de que, más allá de esa condición, es necesario que el sistema político respete una serie de principios. En primer lugar, la poliarquía, que ha sido sañudamente barrida del panorama español, pero también la vigencia de ciertas normas y tradiciones cuya ausencia lleva a la ineficacia y la corrupción.

Para que esta exigencia se haga efectiva, es preciso que la presión social la demande y la imponga, y, por desgracia, esto no ha sido así; hasta ahora. Pensemos en el recurso a la mentira, por ejemplo, un uso que, cuando está bien urdido, ha gozado hasta de cierta respetabilidad, pero que, entre nosotros, ha adquirido características casi cómicas, de modo que embustes indistinguibles de la pura memez se han homologado como si fueran secreto de Estado.

Los españoles hemos sido muy poco exigentes con la calidad de la democracia, pero esto tendrá que empezar a cambiar. Son varias las razones que explican la fidelidad de los electores hacia los grandes partidos, pero una de sus raíces está fuera de la política y se asienta en el terreno de las creencias cuasi religiosas, allí donde funciona sin discusión la contraposición entre los “míos” y los “otros”, entre el bien y el mal. Si se me permite la broma, lo que está empezando a pasar es que buena parte del personal político ha empezado a comportarse como si fuera muy “suyo”, como si no se debiese a nada ni a nadie, más allá de su interés inmediato y egoísta. El hecho de que, con España en ruinas, Zapatero haya tenido tiempo para asegurar el futuro de sus principales colaboradores con buenas colocaciones no puede considerarse completamente ajeno al descalabro del PSOE.

Los españoles hemos sido muy poco exigentes con la calidad de la democracia. Son varias las razones que explican la fidelidad de los electores hacia los grandes partidos, pero una de sus raíces está fuera de la política y se asienta en el terreno de las creencias cuasi religiosas, allí donde funciona sin discusión la contraposición entre los “míos” y los “otros”

El que ahora entremos de nuevo en una dinámica electoral va a permitir que se ponga a prueba la medida de la desafección de los electores con las grandes fuerzas en liza. En Andalucía, el PP sufrió un primer aviso -no está claro que lo haya sabido interpretar-, pero habrá que estar muy atento a lo que ocurra en el País Vasco y en Galicia. En general, la ley electoral atenúa los efectos del desgaste de las grandes fuerzas, así que lo que podría pasar ahora, especialmente en Galicia, es que ambos pierdan, incluso sin que nadie se beneficie de esos descensos, de manera que baje enormemente  el número de votos sin una merma equivalente en escaños. Ya se sabe cómo está el PSOE, pero el PP puede llegar a estar peor.

Desde el punto de vista sociológico, la desafección hacia la persona y la política de Rajoy está alcanzando niveles extremadamente anómalos. Para certificarlo me referiré a un par de datos muy significativos que contienen los registros del CIS: entre enero y julio de 2012, su valoración ha descendido del 4,52 (que ya era una nota muy baja) al 3,27 entre los españoles comprendidos entre los 45 y 54 años; y del 4,47 al 2,96 entre el grupo de edad entre los 35 y los 44 años. El resto de índices también resultan demoledores. Nada indica que esta tendencia se vaya a invertir en el futuro, de modo que el PP podría verse arrastrado por la política del actual Gobierno a resultados parejos a los del PSOE, sin que se adivine de qué manera pueden reaccionar los electores, ya que apenas se vislumbran alternativas. Algunos lo fiarán todo al paso del tiempo, pero hay carencias con las que ni siquiera el tiempo puede.

Ante un panorama tan cerrado, es frecuente que los disconformes den pábulo a ensoñaciones e imaginen cambios drásticos o revoluciones palaciegas. Sin embargo, es muy raro que estas cosas lleguen a pasar, aunque la política, lo mismo que se dice de la naturaleza, aborrece el vacío. A mi modo de ver, la única alternativa razonable al actual estado de cosas es que, además de que puedan crecer los partidos colaterales del PSOE, como IU y UPyD, los dos grandes partidos rectifiquen su rumbo. El PSOE está en manos de Rubalcaba, que heredó, si su ascenso al liderazgo puede llamarse así, una situación realmente calamitosa y de futuro muy plomizo. Puede que no lo esté haciendo del todo mal, probablemente sí mejor que sus rivales internos, que parece que tiene.

En el caso del PP la situación es distinta, aunque, seguramente, no mejor. No parece haber tensiones internas significativas, pero eso no implica que haya verdadera unidad política en un partido muy en manos de intereses locales. Es posible que Rajoy tienda a usar su doble condición presidencial para forzar el quietismo de los órganos de una organización escasamente habituada al debate y poco propicia a discutir a sus líderes, pero el PP no tardará en verse en situación muy comprometida y los disconformes, que abundan, tienen la obligación de hacerse sentir. El caso es que, también por el lado electoral, el futuro puede no volver a ser el que era.

*José Luis González Quirós es analista político

Una de las razones por las que nuestra democracia resulta muy insatisfactoria reside en que son muchos los que consideran que su única función se reduce a la legitimación del acceso al poder, sin caer en la cuenta de que, más allá de esa condición, es necesario que el sistema político respete una serie de principios. En primer lugar, la poliarquía, que ha sido sañudamente barrida del panorama español, pero también la vigencia de ciertas normas y tradiciones cuya ausencia lleva a la ineficacia y la corrupción.