Es noticia
Una normalidad afectada y patológica
  1. España
  2. Dramatis Personae
José Luis González Quirós

Dramatis Personae

Por

Una normalidad afectada y patológica

Existe el riesgo de que se exageren los errores de los políticos, especialmente porque resulta muy fácil exigirles lo que se consiente a todos. Sin embargo,

Existe el riesgo de que se exageren los errores de los políticos, especialmente porque resulta muy fácil exigirles lo que se consiente a todos. Sin embargo, sería muy equivocado asumir bajo esa excusa genérica el actual descontento hacia los partidos y el fortísimo deterioro que está experimentando la imagen del Gobierno que preside Rajoy.

Si se recuerda su reciente entrevista televisiva a la vista de la manifestación independentista del día siguiente, no hay otro remedio que concluir que o Rajoy está muy mal informado, o está jugando con fuego, porque calificar como mera “algarabía” una secesión orquestada desde el poder regional resulta de una simpleza desconcertante. En un momento en el que, de una u otra forma, están en grave crisis todos y cada uno de los fundamentos de nuestra convivencia, es de una miopía cósmica esperar que escampe.

Es verdad que la crisis fiscal y económica por la que atravesamos es tan grave como para que, en circunstancias normales, no nos preocupásemos de ninguna otra cosa, pero es que nuestra situación es profundamente anormal, y tratar de ocultarlo con magias verbales resulta pueril, estéril y perjudicial, es exactamente lo que nos recomendaría quien quisiera llevarnos al desastre. Como no es concebible que tal sea la intención del Gobierno, ni siquiera de la oposición, habrá que concluir que las recomendaciones rajoyanas se edifican sobre suposiciones absurdas.

La recomendación de atenerse a la normalidad es razonable cuando se padece una crisis coyuntural o un ataque de nervios, pero a nosotros no nos pasa nada de eso. Nuestros problemas están en un plano mucho más profundo y el Gobierno se resiste a reconocerlo, lo que, en consecuencia, arrastra también a la oposición a colocarse en un planteamiento ridículo, a actuar como si creyesen en serio que el Ejecutivo tiene aviesas intenciones y, con su ingénita maldad derechista, está dispuesto a socavar los fundamentos de la convivencia. La apuesta por la normalidad a que juega el Gobierno trae consigo una política de oposición que solo puede entenderse como un sainete surrealista.

Hay una sorprendente simetría entre la actitud de los soberanistas catalanes y la del Gobierno a propósito de lo que ocurre. Los primeros pretenden eludir sus responsabilidades cargando sobre las espaldas ajenas las culpas del malestar, mientras que el Ejecutivo parece pretender que una imaginaria vuelta a la normalidad lo arreglaría todo

El Gobierno no se enfrenta a las causas de nuestros males, sino que pretende sanarlos ajustando las cuentas con un barullo de recortes, mientras espera un nuevo milagro económico, un auténtico imposible. Aplicar a una patología sistémica un tratamiento meramente sintomático no es un mero signo de incompetencia, es un  crimen contra la política. A medida que las medidas fracasan, se hace evidente que nuestro problema consiste en algo bastante más grave y hondo que un desajuste fiscal; el desbarajuste económico es una consecuencia de nuestros problemas, no su causa.

Hay una sorprendente simetría entre la actitud de los soberanistas catalanes y la del Gobierno a propósito de lo que ocurre. Los primeros pretenden eludir sus responsabilidades cargando sobre las espaldas ajenas las culpas del malestar, mientras que el Ejecutivo parece pretender que una imaginaria vuelta a la normalidad lo arreglaría todo. Es razonable no hacer mudanzas en tiempos de tribulación, pero deja de serlo cuando se comprende que mantener la posición es la causa de los quebrantos.

Rajoy sabía que heredaba una situación imposible, pero no porque las cuentas no cuadren, sino porque no pueden cuadrar, y jamás podrán hacerlo si no se procede a reconvertir el sistema, a poner en tela de juicio eso que él considera, con machacona constancia, como algo que no está en discusión. Pues bien, la selvática e ineficaz organización territorial es la razón de ser de nuestras desdichas, en hábil alianza con su inseparable concausa, el clientelismo de los partidos, su absoluta falta de respeto a la democracia y a su función constitucional, su condescendencia inmoral y suicida con la corrupción, su proclividad a esquilmar a los ciudadanos con la menor excusa, y su desentendimiento con el bien común de la Nación, con su unidad, su libertad y su progreso.

Cuando las cosas son así, hablar de normalidad es una muestra de profunda desorientación, de estar aprisionado por la maraña de intereses creados que a todos oprimen y que, a fuerza de disparatados, ni siquiera permiten el jolgorio de unos pocos a costa del sufrimiento de todos. Solo la absoluta mediocridad del personal político al uso permite explicar su pasmosa insensibilidad con un mal que está ya sobrediagnosticado, con un sistema que es puro papel mojado, y que deberá ser rápidamente sustituido, con el aplauso general, para que España recupere el aliento y pueda entrar en una etapa de prosperidad.

Cualquier política que se considere la única posible supone la negación de la democracia. Se trata de un disfraz muy habitual del posibilismo, de ese maquiavelismo provinciano al que algunos quieren reducir la libertad, pretendiendo que los ciudadanos no molesten y aplaudan con entusiasmo sus discursos bobalicones y miopes, mientras la patria común padece males nada inevitables, y el horizonte se espesa día a día.

Existe el riesgo de que se exageren los errores de los políticos, especialmente porque resulta muy fácil exigirles lo que se consiente a todos. Sin embargo, sería muy equivocado asumir bajo esa excusa genérica el actual descontento hacia los partidos y el fortísimo deterioro que está experimentando la imagen del Gobierno que preside Rajoy.